Después de un duro 2020, la economía local se encamina hacia un proceso de recuperación. El cierre del año pasado fue más dinámico de lo que se anticipaba y, a pesar de los retrocesos parciales en el plan de apertura, los desarrollos de las primeras semanas de 2021 han sido auspiciosos. A nivel local, el expedito proceso de vacunación –que ha sido destacado como ejemplo a nivel internacional– da esperanza de que la meta del gobierno, de tener un 80% de la población objetivo inoculada a junio, se logre.
De ser así, ya en el tercer trimestre de este año podríamos ver un retorno decidido hacia el normal funcionamiento de la mayor parte de las actividades económicas. A nivel externo, las noticias también son positivas. Recientemente el FMI ajustó al alza las perspectivas de crecimiento para el mundo este año, y el precio del cobre marca niveles récord. En este contexto, el último catastro de la Corporación de Bienes de Capital mostró que los proyectos a materializarse en 2021 y 2022 habían subido respecto del catastro previo.
Dado lo anterior, en Santander hemos revisado al alza nuestra proyección de crecimiento para este año, desde un 4,5% hasta un rango de entre 5,5% y 6,5% en línea con las previsiones de otros organismos. Los riesgos siguen siendo a la baja debido a la pandemia. No es descartable una tercera ola de contagios antes de que una fracción relevante de la población haya adquirido algún grado de inmunidad, y hay riesgos de que las vacunas sean menos efectivas ante posibles mutaciones del virus. A esto se agregan las eventuales marcas que deje en la economía el período de funcionamiento a “media máquina” por el que hemos debido transitar.
Junto con las mejores perspectivas para la actividad, hemos observado un incipiente rebrote en la inflación. El registro del IPC de diciembre fue relativamente elevado, y en enero tuvimos una gran sorpresa al alza. Esta aceleración en los precios se debe al estímulo al consumo que se generó por el segundo retiro de fondos de pensiones, en un contexto donde la oferta permanece restringida por las dificultades propias que ha acarreado la pandemia.
Por otra parte, el mercado laboral sigue muy rezagado. Si bien la tasa de desempleo ha disminuido, la cantidad de gente trabajando es mucho menor que antes de la pandemia –aproximadamente 1 millón—y la creación de puestos de trabajo en los últimos meses se ha dado principalmente en el sector informal. Esto implica que las presiones subyacentes sobre los precios siguen siendo muy bajas. Por lo mismo, una vez que se disipen los efectos del retiro de fondos de pensiones, la inflación debiese volver a moderarse.
Las mejores perspectivas para la actividad y la aceleración en los precios han llevado a una parte del mercado a apostar por un inicio temprano en el proceso de normalización monetaria. Así, de acuerdo con las tasas swap, la primera alza de la TPM podría darse a fines de este año, para luego seguir una trayectoria gradual de incrementos en el 2022. Contrario a esta visión, estimamos que el Banco Central cuenta aún con un amplio espacio para sostener el estímulo monetario y mantener la TPM en su nivel actual hasta el próximo año.
Más allá de que un incremento de la TPM no sería del todo coherente con el recientemente anunciado FCIC III, el hecho de que la economía todavía presente amplias holguras y que existen riesgos relevantes para la recuperación, ameritan ser muy cautos a la hora de iniciar el proceso de retiro del estímulo monetario. Incluso si la inflación subiese transitoriamente por sobre la meta, eso no debiese llamar a incremento de la tasa. Mal que mal, luego de varios años donde la inflación ha estado en promedio por debajo de la meta, los riesgos de un desanclaje de expectativas son mínimos.