Los días se hacen más cortos, las temperaturas más frías y poco a poco, el invierno se cierne sobre el hemisferio norte. También pronósticos más bien fríos son los que prometen diversos indicadores en los mercados financieros. Solo los mercados bursátiles permanecen inafectados, recuperando incluso sus máximos históricos.
No transcurre un solo día sin novedades y opiniones sobre el Brexit o la guerra comercial entre EE.UU. y China. Ciertamente da la impresión de que se está consolidando algo así como una tregua, dado que EE.UU. está a punto de suscribir un “trato” con China. Aunque este acuerdo esté falto de toda sustancia, al menos la postergación o incluso, la eventual suspensión de nuevas tarifas se perfila como una ganancia para la economía mundial. Hasta en el mismo Brexit se ve luz al final del túnel, si bien otro aplazamiento es ineludible. En combinación con el respaldo de los bancos centrales, todo contribuye a que los mercados de valores retornen a sus máximos históricos.
En cambio, los mercados de bonos se muestran menos optimistas. Mucho se ha discutido y escrito sobre la curva de las tasas de interés, cuya inversión se interpreta como signo de una crisis inminente. Sin embargo, esta no es, ni por mucho, la única pieza que invita a la reflexión. Los resultados empresariales y sus perspectivas apuntan más bien a la baja. Mientras que en Europa y en parte, también en Asia, ya desde hace tiempo se registran titulares negativos con respecto a las expectativas de rentabilidad, EE.UU., como último bastión, está pasando a adherirse a esta tendencia. Según los diversos pronósticos facilitados por los gerentes de compras, esta situación no cambiará mucho en los próximos meses. Las inversiones en las empresas seguirán aplazándose.
El año que viene se celebrarán elecciones en EE.UU. y Trump no querrá arruinar su posible reelección con eventuales disputas comerciales. La reducción de las tasas de interés será un factor favorable para que las empresas vuelvan a invertir. Algo parecido es lo que pregonan desde las cercas los gorriones de las bolsas de valores.
Efectivamente en el pasado se observaron períodos débiles que en última instancia, culminarían en oportunidades de compra. En ciertos casos, el motivo principal de esta coyuntura radicaría en un robusto mercado de obligaciones empresariales en EE.UU., respaldado por inversionistas que solícitamente pondrían su dinero a disposición de empresas de riesgo. Con la sola excepción de principios de 2016, casi la totalidad de los últimos diez años se caracterizó por un mercado estable para este tipo de obligaciones. Esto, pese a una calidad cada vez más cuestionable y a un aumento de los riesgos. No obstante, desde hace ya algún tiempo se vienen acumulando los informes adversos sobre este sector. El mercado de préstamos bancarios titulizados a empresas comienza a mostrar grietas. Se están postergando tanto las nuevas emisiones como las nuevas titulaciones. De súbito se cuestiona la pobre calidad y los inversionistas exigen mayor seguridad o bien mejor indemnización en forma de cupones más elevados. Esta es una opción tóxica si, al mismo tiempo, se desvanece el crecimiento de las rentabilidades de tales empresas.
Mientras que gradualmente se acumulan los problemas en el sector de los créditos bancarios titulizados y caen los precios, el mercado bursátil no se ve afectado, remontándose a nuevas alturas —un hecho insólito que plantea la interrogante de por qué esta vez este importante mercado de valores no destapa la euforia general. ¿O resulta que estamos apostando por el caballo equivocado y en realidad deberíamos darle más crédito al mercado bursátil? Nada puede predecirse con certeza, salvo el hecho de que la Reserva Federal de Estados Unidos está haciendo todo lo posible por combatir un incendio de grandes proporciones con recortes de tasas y, de ser necesario, con medidas monetarias intensivas.