Chile enfrenta una desaceleración saludable, después de la sobre-expansión del 2018. A pesar de que la alta base de comparación de la producción en los primeros meses del año pasado tiene un peso importante en la desaceleración económica de principios de este año, la actividad está regresando a un desempeño más acorde con la capacidad productiva del país. Más allá del efecto aritmético, la actividad regresará a tasas anuales más normales hacia mediados del año, lo cual llevará a la economía a crecer a su tasa natural de entre 2,5% a 3% para el resto del año.
El principal motor desacelerador ha sido la industria, ya que los servicios continúan funcionando a tasas consistentes con el avance del mercado interno. La industria chilena reportó una mayor contracción anual en febrero, en gran parte derivada del efecto aritmético generado por la alta base de comparación del mismo mes del año pasado, cuando la industria aumentó casi 9%. Esto derivó en gran medida de un ajuste a la baja en la producción minera de más de -9% anual en febrero, también producido por el alza de 17% en el mismo mes del año pasado.
Dado que la contracción industrial es generada por un efecto estadístico, que incluso también afectará a la actividad en marzo, su naturaleza es de carácter transitorio y se espera que la producción industrial reporte una normalización en su crecimiento a partir de mayo. Esto traerá como consecuencia la normalización de la actividad económica a tasas más consistentes con la capacidad productiva de la economía.
En base a ello, resulta prematuro hablar de un escenario de riesgo para Chile, sobre todo porque hay evidencia de una reactivación de la inversión desde hace varios trimestres, lo cual marca una gran diferencia con respecto a la reticencia de la inversión en el gobierno anterior. En este sentido, la economía chilena sí tiene un motor interno encendido y fortaleciéndose, lo cual la llevará a crecer a su velocidad natural.
Las autoridades deberían permitir que la economía tome su propio paso y no intentar devolverle la “muleta monetaria” que tuvo por varios años, sobre todo porque el mandato del banco central es cuidar el nivel de inflación para que la economía funcione en un ambiente de estabilidad. La política monetaria solo es un instrumento que permite moderar las alzas y bajas del ciclo económico, no para producir crecimiento ni mucho menos para subsanar la debilidad crónica de una economía.
En este sentido, lo más que el banco central puede hacer es mantener la pausa monetaria a lo largo del año, ya que las condiciones monetarias continúan siendo expansivas para la demanda interna. Recortar la TPM sería una medida de emergencia cuya probabilidad solo se justificaría en caso de que la economía se fuera en picada hacia el estancamiento, lo cual no se alcanza a ver en el horizonte de 1 a 2 años. Crecer entre 2,5% y 3% es perfectamente consistente con la capacidad productiva actual de la economía chilena.
Crecer a tasas mayores implica fortalacer la fuente fundamental del crecimiento económico: la acumulación de capital físico y humano, lo cual a su vez estimula la productividad y el progreso tecnológico. No hay otra receta. Espolear a la economía con estímulos fiscales y monetarios, más allá de su capacidad natural, solo lleva a generar distorsiones y desequilibrios macroeconómicos, Chile lo sabe muy bien y no debe volver a ese camino perverso.
En resumen, la economía chilena está convergiendo de manera saludable hacia su crecimiento potencial, lo cual le permitirá desactivar posibles distorsiones, presiones inflacionarias, o desequilibrios económicos.