Paul Krugman es de esos economistas que casi no necesitan introducción. No sólo porque recibió el Nobel de Economía por sus contribuciones al entendimiento del Comercio Internacional y su relación con el efecto red, sino además porque se ha vuelto una personalidad académica muy influyente, con su columna en el The New York Times y sus cuatro millones y medio de seguidores en Twitter (equivalente a los de Soledad Onetto y Alexis Sánchez, juntos).
Sin embargo se equivocó en el año 1998, al predecir que el impacto de internet sobre la economía no sería mayor al del Fax, y se equivoca ahora, al predecir que el impacto de Bitcoin sobre la economía no trascenderá a ser un medio para evadir impuestos o comprar droga, tal como señaló en
esta columna publicada en este medio.
¿Por qué creo que se equivoca? Porque los argumentos que usa son técnicamente incorrectos, como que las transacciones Bitcoin requieren de toda la historia contable de la red para ser validadas. O son imprecisos en lo práctico, al asegurar que los costos de transferir bitcoins son altos. O son discutibles en lo teórico, al proponer que Bitcoin tiene menos anclaje real que, por ejemplo, el oro.
Déjeme transparentar primero que conozco y defiendo al Bitcoin porque llevo cuatro años emprendiendo en el mayor mercado de criptomonedas en Chile. Pero es desde esta posición que puedo reconocer los errores que comete el economista.
Veamos: Krugman confunde el “costo” que debe asumir un usuario Bitcoin corriente, con lo que la red Bitcoin (invisible para el usuario) necesita para asegurar que nadie tenga más o menos de lo que le corresponde. En otras palabras, omite que un usuario promedio puede usar bitcoins toda su vida (recibir pagos y pagar), sólo usando una aplicación móvil que pesa 20MB y que consume muy poco ancho de banda, mientras que es la red Bitcoin la que requiere de una costosa infraestructura de miles de computadores resolviendo difíciles procesos computacionales para asegurar la información contable.
¿Qué tan costosos? Hace algo más de un mes pasó una transacción Bitcoin por el equivalente a USD 300 millones, y costó 3 centavos de dólar. La transacción fue prácticamente instantánea y puede repetirse 24/7, los 365 días del año. Por lo tanto, y para comparar peras con peras, debemos preguntarnos ¿cuánto “cuesta” la actual industria financiera mundial, entre edificios, burocracia estatal y corporativa, millones de empleados, licencias y seguros? O, más fácil aún, para comparar si la red Bitcoin es más o menos cara, preguntémonos, ¿cuánto costaría hoy una transferencia internacional de US$ 300 millones? ¿Y qué requeriría?
Bitcoin, al igual que Internet, es una tecnología distinta a las que estamos acostumbrados, como el teléfono, las máquinas de escribir, o cualquiera cuyo éxito depende de que una empresa tome dicha tecnología y resuelva todas sus
imperfecciones hasta que le sea útil al usuario promedio. Bitcoin (o Internet), en cambio, es una tecnología abierta, no propietaria ni patentada, que no exige licencia para ser usada ni cobra royalties por su uso; su éxito depende de que miles de emprendedores identifiquen su potencial y resuelvan los desafíos que la hacen impráctica, paso a paso, capa de protocolo por capa de protocolo. Internet demoró 30 años en comenzar a tener un uso práctico, y el email 20.
Hace nueve años, Bitcoin no existía y ya en 2017 el Banco Central de Canadá estimó que un 5% de los canadienses tenía o había tenido bitcoins. Hoy es posible enviar dinero hacia prácticamente cualquier país del mundo, sin interrupción, y en una red que no discrimina por edad, origen, género, ni poder adquisitivo.
Porque así avanzan las tecnologías importantes: toman tiempo en nacer y todavía más en mutar hasta calzar con lo que necesita la sociedad. Pero una vez que encajan, explotan en masificación. Lo vimos con la transferencia de información en internet, y ahora lo estamos viendo con la transferencia de valor en Bitcoin.