Piojentos
Los piojentos a secas eran legión cuando se fundó Colo Colo, a finales de los años 20 del siglo pasado. Eran los andrajosos y pililientos de las ciudades. Eran los rotos chilenos, donde más de la mitad eran huachos, ciudadanos que cubrían el país de norte a sur, y sobre esos hombros el país se hizo moderno y progresó gracias los sudores de rotos y piojentos, y por eso cantemos todos de Arica a Magallanes, porque esa es una estrofa del cantar de ColoColo, que es digno, popular y centenario.
El miércoles pasado y a un mes del centenario de Colo Colo que se celebra el 19 de abril, se reunió el directorio de Blanco Negro en el Estadio Monumental, con algunos directores de forma presencial y otros a distancia y online.
El relato del suceso se conoce por fuentes interiores, ornamentales, interesadas y flotantes. Y también porque alguien con sangre fría y dedos calientes grabó desde su computador lo que iba a suceder.
Cuenta que en los momentos previos al tenso altercado no volaba una solitaria mosca, y menos las libélulas, también conocidas como matapiojos entre los hablantes chilenos y populares, para estos efectos: todo Chile.
Uno de los términos que encendió la pequeña hoguera fue el de “piojento”, lanzado a viva voz y con ánimo de ofensa. No hay que olvidar que somos la materia prima de ese insecto parásito que chupa la sangre, así que en una primera acepción piojentos somos todos, y se incluyen con honores algunos de los miembros del ardiente directorio. Somos el alimento del piojo. Es cierto que más de niños que de adultos, pero también hay adultos que son como niños. Abundan entre la familia del fútbol. Bien por ellos.
El término lanzado pudo ser “piojoso” o quizás “pulguiento” o “pulgoso”, que es agresivo, pero parece que no tanto como piojento y menos, por supuesto, que cualquier fórmula compuesta: roto piojento, roto rasca y piojento, roteque cuma, piojento o roteque flaite piojento, que por sus extensiones son inútiles e ineficientes, porque en estos trances se precisa un término hiriente como hoja de lanza que daña rápido y se entienda al tiro: piojento. O sea que andrajoso.
Acaso en el inconsciente del directorio navegaba otro término, peor si cabe: piojo resucitado. Es decir, el harapiento que gracias a la diosa fortuna o las malas artes o el franco y exitoso emprendimiento, se hace rico y trepa y trepa en la cordillera social, se cree la muerte en las cumbres, pero se le nota la hilacha. En Chile, en todo caso, los piojos resucitados son los menos, pero de que los hay, los hay.
Los piojentos a secas eran legión cuando se fundó Colo Colo, a finales de los años 20 del siglo pasado. Eran los andrajosos y pililientos de las ciudades. Eran los rotos chilenos, donde más de la mitad eran huachos, ciudadanos que cubrían el país de norte a sur, y sobre esos hombros el país se hizo moderno y progresó gracias los sudores de rotos y piojentos, y por eso cantemos todos de Arica a Magallanes, porque esa es una estrofa del cantar de ColoColo, que es digno, popular y centenario.
La refriega al interior del directorio ocurrió en el presente y no quedará en la gran historia, sino en la mínima y pequeña, por lo tanto, se debe archivar como merece: directorio roto y momento piojento.

Antonio Martínez
es periodista y crítico de cine; fue editor de Cultura de “La Época”, jefe de redacción de “Hoy” y director editorial de Alfaguara. Fue corresponsal, desde España, de “Estadio”, y columnista de “Don Balón”. Autor de “Soy de Everton, y de Viña del Mar” (2016), y junto a Ascanio Cavallo, de “Cien años claves del Cine” (1995) y “Chile en el cine” (2012).