Los efectos del uso y abuso de los reguladores de crecimiento en uva de mesa
Si bien son conocidas por beneficiar algunas características de la fruta, el abuso en el uso de estas herramientas puede llevar a que la calidad de la uva de mesa obtenida se vea tremendamente perjudicada. Conozca más antecedentes sobre esta problemática, a continuación.
Daniela San Martín
El uso de reguladores de crecimiento es probablemente
el método más determinante, tanto para reducir como
para acumular pigmentos en la fruta. Crédito: El Mercurio
Con el avance tecnológico que significa producir variedades de uva de mesa sin semilla, el uso de reguladores de crecimiento aparece como indispensable. El problema, según los expertos, es que muchas el resultado al usar estas herramientas se ve afectado por el aumento indiscriminado de las concentraciones o bien por la cantidad de aplicaciones que se realizan.
“Cuando se abusa de los reguladores siempre hay un costo oculto que pagar, el que muchas veces parecieran desconocer los productores”, dice María Cecilia Peppi, Ph. D. de la UC Davis e investigadora de la Universidad de Chile.
Y es que cuando se produce un abuso en el uso de los reguladores se genera un efecto negativo en la vida de poscosecha de las bayas, el cual se hace evidente en el raquis y con ello en la capacidad de resistencia de este racimo para aguantar la guarda. A esto se agregan problemas de desgrane, hairline y racimos rígidos, difíciles de embalar, entre otros.
La experta comenta que los productores tienden a pensar que mientras más productos apliquen mayor será el efecto sobre las plantas, lo que a su juicio es totalmente erróneo. Y es que lo que pocos saben es que los reguladores tienen un techo. Así, al traspasar ese límite, las aplicaciones dejarán de ser efectivas e incluso podrían generar una respuesta negativa.
Un buen ejemplo para graficar esta situación es lo que ocurre con las citoquininas, las cuales a menudo se utilizan para promover el crecimiento de las bayas. Sin embargo, cuando las aplicaciones son muy extremas, no sólo las bayas dejarán de crecer sino que muchas de ellas quedarán de menor tamaño.
“El sobre uso creará un desbalance interno en la baya, que se traducirá en escenarios desventajosos para los productores”, afirma María Cecilia Peppi.
El Etefón, por su parte, es un regulador reconocido por entregarle firmeza a la uva. Sin embargo, en el último tiempo ha sido cuestionado por algunos de los principales mercados de destino para la uva de mesa chilena, debido a que su sobre uso genera residuos en la fruta y ablandamiento.
“En términos comerciales su uso afecta la venta de la uva, por lo que los productores que lo mal utilizan arriesgan a que en los mercados de destino existan rechazos”, indica la Dra. Peppi.
El uso excesivo o utilización en momentos fenológicos no adecuados de los reguladores del crecimiento es un problema que también ha sido apreciado por el Dr. Alonso Pérez, investigador de la Facultad de Agronomía de la Pontificia Universidad Católica, durante sus años de experiencia. El experto indica que esta situación, especialmente la que se relaciona con el ácido giberélico, ha llevado a presenciar problemas que a la larga terminan transformándose en un tremendo daño para el bolsillo del productor.
Comenta que en la zona central, por ejemplo, es común ver a productores realizando aplicaciones tardías y excesivas de giberelinas con el fin de aumentar el tamaño de las bayas. El problema es que estas aplicaciones repercutirán en la aptitud de guarda de la fruta y afectarán su poscosecha.
“Creo que hoy las giberelinas son las más utilizadas y abusadas en la zona centro porque, entre otras cosas, son menos cuestionadas que las citoquininas. Así, el abuso de su uso genera problemas de retraso en la madurez de la fruta y perjudica sus características de calidad, disminuyendo la acumulación de azúcares al interior de la baya, la acidez y su firmeza. Todo esto repercute sin duda en la poscosecha”, señala el Dr. Alonso Pérez.
Por lo mismo, recomienda apuntar a una producción con un uso más equilibrado de estas herramientas, siempre respetando los procesos biológicos naturales involucrados en el crecimiento de las bayas.
El sexto grupo de hormonas
Bajo esta convicción y buscando nuevas alternativas, el profesional lideró un proyecto Fondef Idea, ejecutado por la Pontificia Universidad Católica, en el que se buscó validar los efectos de los brasinoesteroides, un desconocido grupo de reguladores de crecimiento, en uva de mesa.
Según explica el experto, los brasinoesteroides son considerados actualmente como el sexto grupo de hormonas vegetales. Aislada desde el polen de brassicas, que es de donde viene su nombre, esta sustancia es producida naturalmente por un gran número de especies del reino vegetal y presenta receptores específicos que afirman su importancia como fitohormona.
Destaca por presentarse en pequeñas concentraciones, incluso en cantidades muy por debajo de las que se encuentran sus pares. Además, participan en una amplia variedad de funciones internas de la planta, las cuales incluso han sido descritas a nivel mundial.
“En diferentes cultivos de importancia, como alfalfa, frutillas, arándanos y papas, entre otros, se ha determinado que los brasinoesteroides estimulan el crecimiento vegetal, aumentan el rendimiento basándose en la producción de biomasa, y aceleran la maduración de los frutos. Y por otro lado, también se les confiere la característica de fortalecer la resistencia a plagas y a diferentes factores de estrés abiótico en plantas modelo”, explica Alonso Pérez.
A nivel celular, se ha demostrado que estos reguladores del crecimiento pueden inducir respuestas celulares como la elongación de tallos, crecimiento de tubos polínicos, inducción de la biosíntesis del etileno, además de promover la expansión y división celular.
La diversidad de los efectos descritos para esta hormona ha llamado la atención de Pérez y otros investigadores, quienes en la actualidad trabajan en definir sus efectos en el manejo de uva de mesa.
“Al ver una gran variedad de efectos descritos, se piensa que estas hormonas son un tanto más ancestrales que las tradicionales, por lo que su acción no sería tan directa, sino que sería vía otras hormonas, es decir, los brasinoesteroides podrían ser los que orquestan la actividad y acción de otros reguladores de crecimiento, lo que deja una ventana para pensar que su uso puede complementar el de las giberalinas”, indica Pérez.
Por lo mismo, el investigador dice que la idea del proyecto es formalizar y desarrollar información válida para la aplicación de esta hormona en el cultivo de uva de mesa en Chile. Esto lleva a incorporar dentro de la investigación las posibles combinaciones con otros reguladores de crecimiento tradicionalmente utilizados, especialmente las giberalinas.
El dilema con las giberelinas
El ácido giberélico promueve la expansión celular, es decir, las células se agradan debido a un aumento en la presión al interior de la célula, provocando también un aumento del calibre de la baya. El problema es que con las aplicaciones excesivas o tardías de giberelinas, sólo se promueve la expansión celular, y no la división, por lo que el número de células sigue siendo el mismo, y sólo se aumenta la presión al interior para alcanzar el mayor tamaño del fruto. Este aumento de presión al interior de la célula, genera la rotura de la epidermis o hairline, efecto que luego en poscosecha se traduce en pudriciones.
Es aquí donde el uso de brasinoesteroides puede ser muy útil. De acuerdo a Alonso Pérez, estas herramientas promueven no sólo la expansión celular, sino que también la división de la misma, generando un desarrollo más armónico.
Se ha demostrado en varios sistemas que los brasinoesteroides interactúan de forma sinérgica con las auxinas, aunque lo más llamativo es que pueden funcionar como auxinas en un momento y como giberalinas o citoquininas en otro, generando un crecimiento equilibrado desde el interior de la planta.
“La idea es hacer un programa de reguladores de crecimiento más equilibrado, en el que se comience promoviendo la división celular, luego la expansión celular, y finalmente terminar con los brasinoesteroides que promueven ambas. Así se obtendrán bayas equilibradas con una mejor aptitud de guarda”, explica Alonso Pérez.
Cabe destacar que existen otros resultados en el proyecto, en los que se destaca el aumento de color en Red Globe y en la capacidad de guarda de Thompson Seedless.
“Ambas características mejoraron en estos cultivares, lo que indica que el uso de brasinoesteroides, además de beneficiar el calibre, permite mejorar el color y guarda de la fruta”, afirma el investigador.
Disponibilidad comercial
Debido a las bajas concentraciones en las que se encuentra de forma natural, la única manera de obtener estos compuestos es mediante la síntesis química en la que se consiguen análogos de los brasinoesteroides, los cuales aseguran tener efectos similares a los producidos naturalmente.
Si bien en otros países existe más de una opción a la hora de buscar una alternativa comercial de este tipo, en Chile en la actualidad sólo existe un producto registrado en el Servicio Agrícola Ganadero para ser usado en uva de mesa, cuyo nombre es B 2000 de Iona S.A.
Color y reguladores
Los reguladores de crecimiento son probablemente la herramienta más determinante para la tarea de reducir o acumular pigmentos en la fruta.
Si bien existe una gran variedad de reguladores que se usan en el manejo de uva de mesa, el momento de aplicación y la concentración del compuesto jugarán un papel determinante en los resultados que se obtengan.
En el caso específico del etileno, éste es capaz de aumentar la síntesis de antocianinas, es decir, aumenta el color de las bayas, siendo más eficaz cuando es aplicado cerca del envero. Su efecto disminuye rápidamente una vez producido este fenómeno, llegando a ser casi nulo cerca de la cosecha.
Por su parte, el ácido abscísico aplicado en envero ha mostrado aumentar considerablemente la síntesis de antocianinas en uvas sometidas a altas temperaturas, por lo que su uso puede, en esos casos, mejorar considerablemente el color de la fruta.
“Uno de los principales problemas que tienen los productores de uva de mesa en algunos lugares es que si bien alcanzan fácilmente la concentración de sólidos solubles y acidez, la cosecha se ve retrasada por la falta de color de la uva, lo que en la práctica afecta su precio”, dice María Cecilia Peppi.
Respecto del ácido giberélico y el uso de citoquininas, si bien se utilizan para el crecimiento de la fruta, en general disminuyen el desarrollo de pigmentos. Además, según la situación, pueden ser una herramienta de manejo positiva o negativa para el color.
Cabe destacar que el uso de cualquier regulador de crecimiento puede traer consigo otras desventajas como, por ejemplo, la disminución de la firmeza de la baya, lo que afecta negativamente este aspecto de calidad de la fruta. Estos efectos suelen ser producto de la interacción de la planta, los reguladores, las prácticas escogidas para el manejo y los factores ambientales a los que se encuentra expuestas. Por esta razón se recomienda considerar todos los factores antes de tomar una decisión en el parrón.
“El uso de reguladores, el manejo de la luz, la carga frutal, la nutrición y el riego son los principales aspectos que hay que considerar para el manejo de la uva de mesa y la consecución de las características comerciales de color. Y es que existe una interacción de factores que determina el resultado en síntesis de pigmentos”, explica María Cecilia Peppi.