Las claves que explican el nuevo éxito del vóleibol femenino
La selección chilena pasó de ser un equipo que participaba por cumplir en los sudamericanos a uno que ya consiguió su tercera clasificación mundialista en categorías menores y que tiene a varias jugadoras en el extranjero. “Empezamos hace siete años y el trabajo da sus frutos”, dice el argentino Eduardo Guillaume, entrenador del equipo.
Hace apenas unos años, las selecciones chilenas femeninas de vóleibol iban a cumplir en los sudamericanos. El podio se veía como una ilusión lejana. En 2013, fue sexta entre seis; dos años más tarde, repitió el lugar pero entre ocho participantes, mientras que en 2017, volvió a ser última entre seis selecciones.
El panorama cambió brutalmente. A nivel adulto, la Roja terminó cuarta en el Sudamericano del año pasado, en Recife, con un histórico triunfo sobre Perú, pero más reveladores son los resultados en series menores. En Sub 17, Chile clasificó al Mundial del año pasado por primera vez en la historia, éxito que repitió en Sub 19 y, la semana pasada, en Sub 21.
Un cambio brutal, que tiene un nombre claro: el argentino Eduardo Guillaume, que llegó en 2016 para hacerse cargo de las selecciones femeninas, tratando de seguir el modelo que diseñó su compatriota Daniel Nejamkin en los varones.
“Son grandes logros del vóleibol femenino, un acierto en la estrategia que nos propusimos hace siete años, cuando llegué a trabajar a Chile. Tuvimos que hacer una reestructuración y partimos con las selecciones menores, en las cuales uno todavía puede competir con las potencias, mientras que en adultos es más difícil, porque los rivales como Argentina y Brasil están cada vez se alejan más”, admite el técnico.
“Hemos conseguido eso con las más chicas y eso me hace creer que, cuando estemos compitiendo a nivel adulto, acercarnos a las potencias o, al menos, que no se nos sigan arrancando”, añade.
El plan se sostiene contra viento y marea, aseguran en la Federación de Vóleibol, tal como ocurre con Nejamkin en los varones, que clasificaron al Mundial adulto vía ranking hace dos semanas.
“Elegimos a un técnico argentino que había dirigido en Colombia y decidimos mantenerlo. No nos compramos el discurso de una generación dorada, sino que de trabajo a largo plazo. Y una de esas claves es mantener los procesos más allá de algunos resultados puntuales, y los resultados se ven hoy”, se ufana Jorge Pino, presidente de la Federación de Vóleibol.
Clave fue, también, convencer a las voleibolistas de seguir adelante, rompiendo la brecha de la universidad, que solía cortar las carreras de muchas de ellas, aseguran en la disciplina.
“Además de recorrer Chile buscando talentos, Eduardo empezó a cambiar la mentalidad de las jugadoras. A los 18 años, la sociedad presiona a los deportistas: ‘o estudias o juegas’, pero él las mentalizó para ser profesionales y estudiar después. Muchas le creyeron y eso se está notando”, asegura Pino.

La selección adulta fue quinta en los Juegos Panamericanos del año pasado, superando sus resultados previos en torneos continentales.
“Paró un poco esa tendencia. Antes, a los 18 o 19 se iban todas las jugadoras, ahora solo se marchan quienes ven que se les hace muy cuesta arriba el deporte, cuando ven que sus aptitudes están en una meseta y les cuesta mejorar. Además, con las oportunidades que brindan hoy las universidades, tenemos algunas estudiando y otras, como Karen Morales, la central del equipo, que se acaba de graduar de kinesióloga. Aunque no siempre están las facilidades para todas, el que quiere, puede”, concuerda Guillaume.
Asimismo, los buenos resultados han permitido que varias jugadoras vayan a jugar al extranjero, como Beatriz Novoa, hoy en el Pays d’Aix-Venelles de la Liga A francesa; Florencia Giglio en el Haro Rioja español; Isabella Vallebuena en el Túpac Amaru peruano, entre otras.
“Ellas, en general, van a jugar ligas extranjeras por la ambición de reconocerse capaces, de ponerse a prueba, más allá del dinero que puedan ganar. De hecho, una jugadora que va a Argentina no gana más dinero que en la liga chilena, pero es un campeonato más competitivo, es desafío personal”, asume Guillaume, que de todos modos destaca el crecimiento del torneo local.
“De a poco ha ido creciendo y adaptándose al calendario internacional, de octubre a abril. Nosotros competimos de noviembre a enero, pero vamos mejorando...”, admite.
Con todo eso, el futuro sigue siendo prometedor.
“Como ya hay muchas jugadoras en las selecciones menores que ya le han ganado a Perú, por ejemplo, ya saben que se les puede vencer, y eso se va a repetir cuando sean adultas. Antes, se iba con mentalidad derrotista a los campeonatos”, sostiene Pino.
Para seguir creyendo.

Héctor Opazo M.
es coordinador de Deportes El Mercurio. Periodista de la Universidad de Chile, participó en la cobertura de los Juegos Panamericanos de Toronto 2015 y en los JJ.OO. de Río 2016, entre otros eventos.