Santiago de Chile.   Vie 19-04-2024
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Las mil historias de Franco Di Santo, el trotamundos de la UC: “Tengo 33 años, pero me siento mucho más joven”

Un técnico le cerró las puertas de Godoy Cruz a los 9 años y estuvo entrenando en Audax Italiano sin saber de su futuro. Vivió en una pensión y lloraba todas las noches. “Aguanté porque mi único sueño era comprarle una casa a mis padres”, confiesa. Con 18 años fichó en el Chelsea (“en el camarín me tocó estar al lado de Didier Drogba”) y luego emigró al fútbol alemán. También recuerda sus pasos por España y San Lorenzo: “Los defensas agarran tobillo, pierna, cuerpo y cabeza”. Este año debutó en la UC: “Desde donde sea quiero ayudar a ganar campeonatos”.
Foto: Cristián Carvallo
Raúl Neira27 de enero, 2023
La vida de Di Santo estuvo marcada por un momento ingrato. “Jugaba por Godoy Cruz en la liga mendocina. Era muy chiquito, nueve años tenía, y pasaba todo el día, todos los días, con la pelota. Ni me importaba el cansancio. Se organizó un torneo llamado La Serenísima y como mi equipo no participaba me invitaron a jugar por una escuela llamada Mutual Las Heras Efago, también de Mendoza. No había conflicto… Pero cuando estaba todo listo, entró Godoy Cruz y yo ya estaba inscrito por el otro equipo. Se dio la casualidad que me tocó enfrentarlos, ganamos 3 a 0 con tres goles míos y fuimos campeones. A la vuelta, cuando quise volver al club, el técnico me echó”, recuerda.

Todo se complicó: “No me querían dar el pase. Y como éramos una familia muy humilde y no teníamos cómo pagarlo, entre amigos de mi papá y de mi mamá juntamos tarros de pintura, pelotas y pagamos el pase. Quién sabe qué hubiera pasado con mi vida, con mi carrera, si seguía en Godoy Cruz”.

Familia humilde, remarca Di Santo: “Uno se da cuenta de esas cosas cuando es grande. Esos días uno comía. Pero después me daba cuenta de que cuando mis papás decían ‘no tengo hambre’ era porque no había. No me da vergüenza reconocerlo”, cuenta.

Muchas veces me tocó hacer el trabajo sucio, por momentos de doble ‘5’, de ‘8’. Siempre la predisposición para el equipo es lo primero, es lo que me llevó a estar tanto afuera. Si hago goles, muchísimo mejor, no es que soy delantero y no quiero hacer goles. Quiero hacer 1.500 goles. Pero si tengo que correr hacia atrás, correré hacia atrás Franco di Santo y sus múltiples funciones

—¿Qué vino después?

“Seguí jugando por la escuelita hasta que un representante que elegía jugadores de todas las provincias me llevó a Rosario, al equipo Tiro Suizo. Nos preparaba y nos probaba en diferentes clubes: River, Boca, Independiente, San Lorenzo, Newell’s, Rosario… Después de las pruebas, llaman a mis papás a Rosario y les dice que había quedado en un par de equipos, pero que la condición era que él sería el dueño del 95% del pase. Mi papá le contestó: ‘Somos humildes, pero no boludos’. Huevones, como dicen ustedes. Mi viejo nunca quiso lucrar con el Franco futbolista, siempre quiso lo mejor para el Franco hijo”.

La historia continúa, a punta de esfuerzos y sacrificio. “Me tuve que ir de la pensión. Hasta que a los 13 años el conocido de un amigo de mi papá me pregunta si quiero ir a Chile a probarme. Y yo ‘sí, dale, quiero ir’. Vine. Me quedé en una pensión con Humberto Suazo y Luis Marín. Pero pasaba y pasaba el tiempo y como que nada. Para peor, no hablaba con mi viejo. Yo no tenía nada, y no me da vergüenza reconocerlo: entrenaba con las mismas zapatillas que usaba el resto del día. La ropa era muy escasa. Nos cuidaba la tía Isabel, quien se portó muy bien, porque me tenía, pero nadie pagaba la pensión. Habrá pasado un mes, hablo con mi papá y me dice ‘¡dónde estás, la p… que te parió!’. Y claro, era un niño desaparecido. Para él yo estaba con el conocido de su amigo, pero resulta que ese tipo me dejó botado. Al final, mi papá se comunica con Valentín Cantergiani y el presidente de Audax Italiano le dice ‘pero si yo le pagué un dinero a esa persona’. Esa persona se arrancó con la plata. Cantergiani, después, le habla a mi papá: ‘Me dicen que su hijo juega bien, yo no lo he visto, pero lo iré a ver’. Y me fue a ver, a San Carlos, ante la Sub 17 de la UC. Yo tenía 13 años, me fue bien. Terminó el partido, Valentín nuevamente llama a mi papá y le dice ‘yo me hago cargo de su hijo’. Pagó la pensión, porque la señora empezó a cobrar, y la marca que auspiciaba al club me dio ropa. Y de tener un par de zapatillas pasé a tener tres pares, más ropa. Iba al colegio en la mañana y entrenaba en la tarde: salía a las 7 de la mañana y volvía a las ocho de la noche. Eso, hasta que empiezo a entrenar en Primera y tuve que ir al colegio en la noche. Pero terminé el colegio, que era lo que me habían pedido mis viejos”.

—Cuando recuerda todo lo que vivió, ¿qué reflexión hace?

“Las ganas… En mi caso era una casa para mis viejos. Hay muchas motivaciones y la mía era que mis viejos tuvieran una casa propia. Eso me llevó a cerrar los ojos y decir ‘me la banco, me la banco, me la banco’. Porque me dicen que es fácil debutar a los 16. No fue fácil, lloraba todas las noches. Entre los 13 y los 16 pensaba ‘llego, no llego, llego, no llego’. En mi cabeza decía ‘llego como sea, compro la casa y después veo’”.

—¿Pensó en rendirse alguna vez?

“Sí, claro, pero más grandes eran las ganas de triunfar y cumplir los sueños y la casa, que otra cosa. Eso me llevó a decir ‘dale’. Mis viejos me llamaban y me decían ‘mirá Franco, si vos estás mal, para nosotros sigues siendo un orgullo y te puedes venir. No necesitamos que estés allá’. Mis viejos me apoyaron siempre, pero me inculcaron que si no terminaba el colegio me pegaban una patada en el orto y me mandaban de vuelta a Mendoza. Mi única obligación era la escuela. Siempre era ‘Franco, ¿estás bien? Mirá que acá puedes estudiar y seguir jugando’”.


—¿Cuándo compró la casa?

“Cuando me venden a Chelsea. Tenía 17 años”.

—¿Cómo fue eso?

“Había tenido una pequeña lesión, no estaba entrenando con el plantel, pero hacía la recuperación con pelota. Un día me dicen ‘hay un veedor del Chelsea que te quiere ver’. Y yo me reí. ‘Déjate de joder’, dije. Pero después me pregunté ‘¿y si es verdad?’. Siempre fui de entrenar bien, pero ese día, ¡bum!, entraban todas las pelotas, jejeje… Salgo de la cancha, el tipo se presenta. ‘Soy Jorge Alvial, jefe de scouting de Chelsea para Sudamérica. Veedor del club’, me cuenta y le respondo: ‘Qué vas a ser veedor del Chelsea vos…’. Saca su billetera y me muestra la tarjeta. ‘Ah, es veedor del Chelsea usted… Lo invito a comer a la pensión’. Y fuimos. Pero en la pensión no había comida ni gente. Tenía dos mil pesos en el bolsillo, que me tenían que durar todo el mes. Fui al almacén, pedí un jugo de durazno y unas marraquetas con jamón y queso. Pido la cuenta, eran tres mil. ‘Te doy dos mil, luego te traigo lo que falta’, le dije a la vendedora. Volví a la pensión y Alvial empezó a hablar. Me dijo que hace un año me estaban siguiendo. Y es lo que yo hoy les digo a los chicos: ‘siempre hay alguien que te está mirando, entrenamiento, amistosos. Siempre hay que hacer las cosas bien’. Un par de días después llego al camarín y les digo ‘muchachos, me voy al Chelsea’ y Nicolás Peric me dice ‘qué te vas a ir al Chelsea vos, poto pelado, jajajá’. Siempre me cuidaron en ese camarín, estaré muy agradecido de ellos: Peric, Juan González, Marín, Nicolás Crovetto…”.

—¿Cómo fue contarle a sus papás?

“Tampoco lo creían. ‘Lo juro por Dios’, les decía. Les leía la tarjeta de Alvial… Vinieron mis viejos. No lo podían creer hasta que abrimos los ojos y estábamos arriba del avión. Llegamos y allá me ayudó mucho Claudio Pizarro, el peruano. Se portó muy bien. Didier Drogba era un ejemplo a seguir; hoy no existe jugador que no lo quiera. Una persona respetada, priorizando al grupo antes que nada”.

—Recuerde el momento cuando entra al camarín.

“No entendía nada. Al principio me cambiaba en la reserva y después pasé al camarín de Primera. Me preguntaba con quién me iba a tocar al lado. Había que estar a las 9 y llegué tipo 7:30. El camarín cerrado y el utilero me hablaba en inglés. No entendía nada. Hasta que abre el camarín y me hace como un ‘pare’ con la mano. Eso lo entendí. Luego entramos, prende las luces. Iba con un cartel mío plateado, donde decía ‘Di Santo’. Me dijo que pasara y yo buscaba mi nombre. No podía creer los nombres que había. Y empecé a leer ‘Drogba, Di Santo, Makelele…’. ¡Quedé al lado de Drogba! Estaba cambiado cuando llegaron todos. ‘Good morning’ o ‘buenos días’ los que hablaban en español. Fue una locura”.

—Jugó en Inglaterra y Alemania. ¿Cuál competición le gustó más?

“Me encantó la liga inglesa, porque fue mi primera experiencia europea. Todos quieren jugar allá. Cuando me toca Alemania me agarra más maduro, con más experiencia. Fui al Werder Bremen, anduve bien y me vendieron a uno de los más grandes de Alemania, el Schalke. Alemania no tiene nada que envidiarle a la Premier; la diferencia es que por televisión uno ve 10 partidos de la Premier y uno o dos de la Bundesliga. Cuando tenga la misma magnitud mediática, cuando sea más fuerte en ese sentido, se darán cuenta de que es una liga competitiva en todos los sentidos. Si bien el Bayern Munich tiene un poder adquisitivo muy superior al resto y eso lo lleva a tener lo mejor de lo mejor, los otros equipos también tienen poder adquisitivo, pagan muy bien, aunque no al mismo nivel. Por eso la diferencia que explica por qué salían campeones todos los años”.

Di Santo y el abrazo con un grande del fútbol mundial: Didier Drogba, el delantero marfileño, con quien compartió camarín en el Chelsea inglés.

—¿Dónde pegan más?

“En las dos pegan mucho; pegan a la pelota y llevan tobillo, la pelota, todo. Son dos ligas muy físicas. Se juega bastante fuerte. Son patadas que duelen”.

—¿Y en Argentina cómo pegan? Porque ahí jugó en San Lorenzo.

“Patadas con pelota, tobillo, cabeza, todo… No había jugado nunca en Argentina. Me habría gustado jugar ahí uno o dos añitos antes de ir a la Premier, porque me habría dado ventaja en un par de situaciones. Bueno, me tocó a los 31 y aprender ese tipo de cosas. Si bien no soy ningún niño de pecho, quedé sorprendido con algunas cosas y situaciones. Me enseñó cosas nuevas”.

—¿Cómo es vivir en tantos lugares?

“Es lindo cuando uno está mucho tiempo en un mismo lugar y puede conocerlo bien. Cuando vas rotando, no tanto. Es lindo porque se aprenden culturas nuevas, idiomas, y uno se culturiza un poquito más que una persona que estuvo en un mismo lugar”.

—¿Inglés perfecto?

“Sí”.

—¿Y alemán?

“Me hago entender. Cuando hablaba con la ‘profe’ me decía ‘para hablarlo bien, y tampoco lo hablarás perfecto, necesitas 10 años’. Y estuve cinco, casi seis. Pero me defiendo bastante bien, entiendo las conversaciones”.

—¿Le gustaría vivir en algunas de las ciudades que conoció cuando deje el fútbol?

“El futbolista es un bicho raro, lleva de la mano el lugar donde vives y cómo te va en el equipo. Puedes ser el goleador y encontrar linda la ciudad y la ciudad es feísima. O puede pasar lo contrario. Doy el ejemplo de cuando viví en Madrid: estaba en Rayo Vallecano y no me sentí a gusto. Decía ‘Madrid de mierda’. Y vos me dices ‘cómo Madrid de mierda’. Era una locura. Sabía que estaba diciendo cualquier cosa... Madrid es bonito, Londres, Düsseldorf, Chile me encanta. Aquí empecé mi carrera y sigo jugando. Le tengo un cariño especial, porque me abrió las puertas e hice la carrera que hice: buena o mala”.

—Después de una larga carrera, ¿en qué momento está?

“Tengo 33 años, pero siento que no tengo esa edad, me siento mucho más joven. Me cuido para sentirme más joven y alargar mi carrera. Siempre fui de cuidarme, porque el jugador tiene una carrera no tan larga. Me siento bien. Sigo poniéndome a punto físicamente, tratando de hacer todo lo posible para que mi cuerpo rinda al 100% y brindarle lo mejor a la UC. Volví a un país que me encanta, a reencontrarme con muchos conocidos con los que compartí. Me hace recordar por qué empecé esta profesión, por qué lo hice”.

—Qué distinto es esta llegada a Chile a cómo llegó la primera vez.

“Sí, es una locura. Uno cuando era joven y estaba en Audax fui feliz. Cada vez que venía a San Carlos, en el trayecto desde La Florida, era como otra cosa, diferente, no sé. Uno miraba y decía ‘uuhh, qué loco, cómo será jugar acá’, aunque estaba enamorado de La Florida. Pero me tocó estar ahora en la UC, me abrió las puertas para seguir creciendo en mi carrera”.


—¿Por qué le dijo ‘sí’ a la UC?

“Por su seriedad. No es que dudaron en contratarme, fue ‘te queremos’. Además estoy cerca de Mendoza, mi provincia. Tengo una nena de un año 10 meses, los abuelos están cerca para que la vean. Tengo la estabilidad de un contrato, conozco al país y sé cómo funciona, más allá de que hay cosas diferentes. No dudé nunca. Me servía a mí y a mi familia. Ya no pienso en forma personal, sino en el conjunto. Que una institución tan grande se haya fijado en uno después de tantos años, daban ganar de venir”.

—¿Vio los jugadores que había antes de decidir? Porque la UC jugaba con un “9”, que era Fernando Zampedri, y usted aparecía como suplente…

“Venía con la idea de que iba a jugar ‘Fer’ y de que tenía que pelear el puesto con el goleador de los últimos cuatro campeonatos… Pero era un reto. Y me encuentro con un Fernando espectacular, un tipo que desde el primer minuto se abrió, siendo que podría haber dicho ‘yo soy el 9…’. Fue totalmente diferente, estoy agradecido de él. Lo ayudaré en sus objetivos personales y lucharé por los míos, que son ganar algún campeonato”.

—¿No sabía que Holan tenía pensado jugar con dos “9”?

“Era una idea, pero nada más. También me adapto a jugar por fuera. Nunca tomé el tema como ‘voy a pelear con Fernando’. Voy a competir o a mejorar mi juego. Si el ‘9’ está jugando es porque algo tiene, entonces veré qué me falta de él para poder jugar. La mejor forma de competir es buscar las mejores cosas de él para adquirirlas y quizás él busca lo mejor mío. Eso ayuda a evolucionar, a mejorar, a competir sanamente”.
Raúl Neira

es redactor de Deportes El Mercurio y especializado en fútbol. Con más de 25 años de carrera, cubrió la Copa Confederaciones de Rusia 2017, la Copa América de Chile 2015, copas Libertadores, sorteos y partidos clasificatorios a la Copa del Mundo.

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