Santiago de Chile.   Vie 26-04-2024
20:37

La competencia

No se ve posible desarrollar el deporte, ni profesional ni aficionado, sin competencia. Si esta se descalifica educacionalmente también se la descalifica socialmente y, por extensión lógica, deportivamente. Y esto es un contrasentido.
Foto: EFE
Edgardo Marín24 de enero, 2023
Cuando el boxeo era una actividad deportiva importante en Chile, resultaba llamativo el hecho de que nuestros pugilistas debutaran muy tarde en el profesionalismo. No emigraban del sector amateur con menos de cien peleas. Algo llamativo, sobre cuyas causas nunca investigué en profundidad. ¿Temor a la mayor exigencia? ¿Comodidad? No lo supe ni lo sé aún.

Tal vez sea lo que ayer describe Sergio Gilbert con su habitual claridad y alcance en el caso del fútbol nuestro, que considera eternamente “niños” a los jugadores, sacándolos del marco de exigencias normal del profesionalismo. ¿También se creería niños a nuestros boxeadores de la época dorada, que llegaban a la adultez ya muy golpeados? No lo sabemos.

El tema de las limitadas exigencias de nuestro profesionalismo es amplio y tocado muy a menudo. Nuestros futbolistas son tratados entre paños tibios, la crítica es muy blanda (aunque los criticados la consideren muy dura), se les permiten muchas faltas dentro y fuera de la cancha y todo ello los va ablandando para cuando se enfrentan a dificultades mayores, especialmente en la confrontación internacional.

Esto no deja de ser una curiosidad, pues en la vida común el trato a los niños no es tan amable. Por el contrario, suele ser muy duro. Si a un niño se le cae el helado recién comprado, suele verse y escucharse a la madre castigándolo con coscorrones y fuertes palabras, hirientes y despectivas. Son los mismos niños que son enviados a mendigar, aunque últimamente los mandan a robar, a asaltar, a matar.

El deporte, y el fútbol en particular, se nutre de esos niños… y de esos padres. Es decir, de una población siempre expuesta y, obviamente, vulnerable. Tal vez por eso, una vez acogidos por el mundo deportivo, se tiende a sobreprotegerlos. Puede ser.

Observando las características del medio social en que se desarrolla el fútbol, es muy interesante reparar en la educación. No por los contenidos educacionales, ya muy discutibles según se escucha en el debate diario, sino por las exigencias y, sobre todo, por los experimentos en las calificaciones.

Como se sabe, hay una tendencia a terminar con las calificaciones en la educación. Ya no hay “mejores” ni “primeros”. De hecho, la prueba de selección universitaria ya nos ha entregado su primera promoción sin “puntajes nacionales”. De lo que se trata, nos dicen, es de evitar la competencia. Precisamente de eso: de evitar la competencia. ¿Por qué sería mala la competencia? Porque fomentaría el individualismo, escucho decir. Y al fomentarlo eliminamos la solidaridad. (Aquí hay un caso notable: en las charlas motivacionales se ensalza la solidaridad entre los miembros de un equipo, los que se unen místicamente para entrar a una cancha… a derrotar a otros que han hecho lo mismo. Solidaridad para vencer a otros con los que no se solidariza. ¿“Solidaridad instrumental”? Gran tema para otro día).

Volviendo al tema: no se ve posible desarrollar el deporte, ni profesional ni aficionado, sin competencia. Si la competencia se descalifica educacionalmente también se la descalifica socialmente y, por extensión lógica, deportivamente. Y esto es un contrasentido.

Alguna autoridad debe explicar esto.

Nota del autor: Coscorrón: golpe dado con los nudillos en la cabeza, sin sacar sangre. (Palabra antigua).
Edgardo Marín

es periodista egresado de la Universidad Católica, donde estudió a la par de su trabajo periodístico. Ha sido reportero y comentarista en diarios, revistas, radios y canales de televisión, además de investigador y autor de libros de historia del fútbol. Premio Nacional de Periodismo de Deportes 1993.

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