Suelos y nutrición en cerezos: Una mirada a las distintas realidades
La expansión de las zonas de plantación es verdadero desafío para los productores, quienes deben enfrentarse a suelos distintos a los que estaban acostumbrados. En ese contexto, realizar un manejo adecuado, resultará fundamental.
El Mercurio Campo
Antes de realizar cualquier aplicación es importante conocer
las condiciones del suelo en cuestión.
Crédito: Laboratorio de Servicios de Agroanálisis UC.
El buen momento que viven las cerezas por estos días no sólo ha aumentado el interés de muchos agricultores por entrar al negocio, sino también ha llevado a que la superficie de plantación se esté expandiendo a zonas distintas de las tradicionales. Esto, en la práctica, ha significado un tremendo desafío para los asesores y expertos, quienes tienen que lograr adaptar este cultivo a nuevas condiciones climáticas, pero también a suelos totalmente distintos a los que estaban acostumbrados. Y es que no es lo mismo manejar un huerto de cerezos en las cercanías de Curicó, en la Región del Maule, que en algún lugar en la Región de Los Lagos.
Por lo mismo, para los expertos es un error que los productores intenten aplicar un modelo de manejo de suelo indistinto, sin diferenciar si se trata de la zona central o del sur.
“Esto es importante, sobre todo si se parte de la base que en Chile existe una gran variabilidad de suelos”, afirma Claudia Bonomelli, agrónoma, doctora y profesora de la Facultad de Agronomía de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Suelos con limitantes
De hecho, dice la especialista, muchos suelos pueden presentar limitaciones que, si no son bien manejadas, pueden terminar perjudicando el desarrollo de un proyecto frutal de cerezas. Así, cuando un productor pretende establecer un huerto debe realizar un estudio de suelo, en que verifique si existen limitaciones físicas o químicas. Un recurso clave para lograr este objetivo es hacer calicatas en los distintos sectores, de manera que el estudio sea representativo del lugar. Al revisar el perfil de suelo se debe verificar si existen las condiciones para el crecimiento de árboles frutales.
“Por ejemplo, se deben observar los distintos colores, que están dados de manera general por la materia orgánica, óxidos de Fe y Mn, carbonatos, sales y otros. En relación al color, si se encontraran moteados, es necesario definir el origen de estos, ya que estaría indicando que las raíces del cerezo podrían estar sometidas a periodos de falta de oxígeno”, advierte Claudia Bonomelli.
Otra opción, según la experta, es que en la calicata se encuentre agua libre, en cuyo caso se debe ver la factibilidad de evacuar el agua antes de establecer la plantación. Y es que una situación de este tipo podría hacer fracasar un proyecto frutal.
“Esto último es un factor a considerar en suelos de zonas más al sur, lo que no deja de ser relevante si se considera que es hacia allá donde está avanzando la fruticultura y más específicamente los cerezos”, afirma Claudia Bonomelli.
Así, por ejemplo, se están incorporando suelos ‘ñadis’, derivados de cenizas volcánicas, que se encuentran en topografías más planas y que, a una profundidad variable, poseen una capa continua cementada denominada “fierrillo”, la cual es impermeable a la infiltración. Por lo mismo, dice la experta, antes de establecer una plantación frutal en esos suelos, se debe considerar un sistema de drenajes y una revisión periódica.
Pero eso no es todo. Otra posibilidad es encontrarse con suelos aluviales —terrazas recientes—, los cuales tienen un drenaje excesivo. En este caso, indica Bonomelli, lo fundamental será el adecuado diseño del sistema de riego, en el que el manejo de los tiempos y frecuencias de riego, además del uso de enmiendas orgánicas, serán fundamentales.
“Así, lo que se busca ilustrar es que al tener antecedentes de las limitaciones de los suelos, se puede realizar el manejo para esa condición particular, de forma tal de asegurar una adecuada humedad y oxígeno que permita la mejor exploración del sistema radical”, advierte.
De igual forma, un productor se puede encontrar con un suelo muy compactado, lo que en la práctica dificultará la penetración de las raíces. En ese sentido, la académica de la Universidad Católica, hace un llamado a tener cuidado con las recetas mágicas que suelen circular. Y es que antes de aplicar cualquier producto, como pueden ser ácidos orgánicos, yeso u otros, es importante saber el origen de la compactación y qué se espera lograr.
“Hay una diversidad de alternativas para enfrentar problemas en el crecimiento y exploración de las raíces, las que se relacionarán con su causa. Si esta fuera una excesiva compactación, es importante tener en cuenta que, por el lado de la nutrición, el problema no se solucionará”, indica Claudia Bonomelli.
Para la experta, lo que se debe entender es que cuando un suelo tiene un problema físico —por ejemplo, este se encuentra muy compactado y posee una textura muy fina, arcillosa, con baja materia orgánica— es difícil resolver la situación con la aplicación de algo que va abarcar poco volumen de suelo. Una alternativa para enfrentar un caso como el indicado anteriormente, es mantener coberturas vegetales en el suelo o aplicar enmiendas orgánicas sólidas, como estiércol o compost, las cuales promuevan la estructura y con ello la porosidad del suelo. Esto debe ser entregado en cantidades que permitan aumentar el radio de crecimiento de las raíces.
Tan importante como realizar este tipo de aplicaciones, es contar con un análisis químico de las enmiendas orgánicas que se incorporen al huerto, con el fin de saber qué nutrientes y qué cantidad de estos se están aplicando y si su composición contiene algún elemento no deseado o que se encuentre en una concentración muy alta.
“Me ha tocado ver aplicaciones de grandes cantidades de estiércol que han terminado produciendo efectos negativos por exceso de sales o boro en el suelo”, señala la experta en nutrición y fertilización frutal.
Distintas realidades
Respecto de las limitaciones químicas, los huertos de cerezos eventualmente pueden verse expuestos a distintas situaciones, como estar en suelos con problemas de sales, con pH alcalinos, con pH ácidos o con concentraciones de elementos perjudiciales, entre otros.
“En el caso del pH del suelo, es importante que este se encuentre en el rango adecuado, ya que influye en la disponibilidad de nutrientes y de otros elementos que pueden ser perjudiciales”, afirma Claudia Bonomelli.
La profesora comenta, además, que ha tenido la oportunidad de estudiar la realidad de algunas zonas que desde hace pocos años están siendo utilizadas para la producción de cerezas. En ese contexto, recuerda el caso particular de un campo ubicado en la Región de Los Lagos, cuyo suelo presentaba limitaciones físicas y químicas. En ese caso, afirma, lo más importante fue realizar un adecuado diagnóstico para tomar las decisiones a tiempo, para lo cual la observación de las calicatas y los análisis químicos de suelo resultaron determinantes
“Trabajos llevados a cabo con la Dra. Pamela Artacho, quien ha estudiado el perfil de raíces de los cerezos con distintos niveles de pH y aluminio intercambiable en suelos volcánicos, indican que el aluminio disponible del suelo tiene relación con la acidez de este, lo que afecta de manera importante a la producción de raíces funcionales de los cerezos. Los resultados advierten además que en la medida que el nivel de aluminio del suelo sube, la biomasa de las raíces decae de manera significativa. Así, los síntomas en raíces se manifiestan antes que puedan ser detectados en la parte aérea de las plantas, lo que hace más difícil su diagnóstico”, explica la académica de la Universidad Católica.
Suelos de pH ácido y aluminio alto, se dan en aquellos de origen volcánico. Sin embargo, se pueden encontrar suelos de pH ácido sin la condición de exceso de aluminio en otras zonas del país, donde se cultivan cerezos. Estos, dice la experta, también debieran ser manejados con el fin de llegar a un pH adecuado para este frutal.
“En esos casos, el productor tendrá que decidir si encalar o no”, afirma Claudia Bonomelli.
¿Encalar o no?
La experta comenta que existe suficiente información para determinar las dosis de cal a aplicar en cada caso, considerando cada tipo de suelo, su capacidad tampón o resistencia al cambio. La aplicación para alcalinizar el suelo se realiza con distintos tipos de cales —calcita, dolomita y cal hidratada, entre otras—, las cuales generan OH- en el suelo. El yeso agrícola o sulfato de calcio, por su parte, no debe ser usado para este propósito. Su utilización más bien se recomienda para aumentar los niveles de calcio y azufre de los suelos que sólo requieren estos elementos.
En ese contexto, lo más recomendado es evaluar la necesidad de encalado a partir de los análisis de suelo con los indicadores necesarios (pH, Al int. % sat Al, entre otros).
“Si hacemos un encalado, basados en los indicadores de suelo y su correcta interpretación, se logrará hacer un cambio favorable en el crecimiento de las raíces. Para repetir esta labor en el tiempo se debe monitorear el suelo a través de los análisis. Y es que un sobreencalado también es perjudicial”, señala Claudia Bonomelli.
La fertilización con potasio y nitrógeno
Según la experta, la forma correcta de enfrentar la fertilización con potasio es, primero, realizar un análisis de suelo, con el fin de ver qué suministro de este elemento se encuentra presente en el huerto. Si se encuentra bajo el nivel adecuado, se debe fertilizar y llevar a cabo un monitoreo hasta alcanzar el nivel necesario. La fertilización de corrección de un macronutriente como el potasio debe ser al suelo. El control de la nutrición potásica debiera continuar con análisis foliares todos los años, con el fin de calibrar la dosis para la temporada que sigue. Al tener niveles adecuados en el suelo, se puede calcular sólo la extracción de potasio que hace la fruta a través de la cosecha, lo que permitirá agregar sólo la dosis de mantención de potasio. Esto siempre y cuando el nivel en el suelo no esté muy alto. Y es que los excesos no son buenos para el medio ambiente ni para el bolsillo del productor.
Claudia Bonomelli ha investigado la aplicación de potasio en cerezos en diferentes huertos. En todas esas experiencias ha manejado unidades experimentales con y sin aplicaciones de potasio, partiendo en el suelo con un suministro adecuado. Según cuenta, en todos los casos los resultados al final de temporada fueron los mismos: no se encontró ningún efecto con las distintas aplicaciones de potasio, ya sea a nivel de calibre, peso o rendimiento de fruta. Sin embargo, advierte, un aspecto que sí fue determinante en el calibre y peso de la fruta, fue la magnitud y tiempo del raleo.
“Es importante entender que, si en el suelo tenemos suministros elevados de potasio, la fertilización no tendrá ningún efecto positivo en los árboles ni en la fruta. Afortunadamente, este elemento no es fácilmente tóxico, aunque a la larga los excesos pueden provocar antagonismo en la absorción con calcio y con magnesio. Y es que se trata de un elemento de poca movilidad en el suelo, que se va acumulando”, explica.
Respecto del nitrógeno, hay que saber que su comportamiento en el suelo es de una dinámica compleja, ya que presenta constantes transformaciones. El suelo, a través de la mineralización de la materia orgánica, aporta cantidades de N disponible a las plantas, lo que varía con el tipo de suelo, clima y manejo. El nitrógeno mineral (amonio y nitrato), en tanto, no se acumula en el suelo, lo que lleva a que la fertilización con nitrógeno se deba evaluar y realizar todos los años.
Así, ¿de qué dependerá la fertilización con nitrógeno? Según Claudia Bonomelli, uno de los factores que incide es la demanda.
“Es muy distinto estar en el periodo de establecimiento o formación de un huerto, que en uno en plena producción. En el segundo, los requerimientos estarán en directa relación con los rendimientos del huerto. También es distinto tener un portainjerto enanizante, con control de vigor, que huertos con mucho crecimiento vegetativo, ya que sus necesidades serán distintas”, afirma.
En investigaciones previas la experta ha cuantificado las demandas en árboles con distinto portainjerto, en que el crecimiento vegetativo anual es diverso, por lo tanto la demanda de N también lo es.
“De igual forma, la dosis de fertilización también dependerá del suministro de N del suelo, el cual se relaciona con su materia orgánica, el manejo o aportes de residuos vegetales o animales incorporados al suelo, y por último con la eficiencia de recuperación del fertilizante N. Esto último se relaciona, a su vez, con la forma de aplicación y el tipo de riego, entre otros”, señala la académica de la Universidad Católica.
Así, para tomar la mejor decisión, se debería conocer el vigor de los árboles, su potencial productivo y los resultados arrojados por un análisis foliar anual. La idea es conocer la concentración de nitrógeno que existe en las hojas, de manera de decidir el manejo nutricional de la temporada siguiente.
Para la experta tan importante como lo anterior es que los productores estén atentos y observen sus huertos, su vigor y los síntomas que muestren las plantas; y que lleven registros de los rendimientos y manejo nutricional, de tal forma que puedan participar de las decisiones de manejo, al llevar la información histórica de los huertos.
“El productor sabe mejor que nadie cuando los árboles se encuentran en buenas condiciones, lo que les permite alcanzar un adecuado potencial productivo”, afirma.
En ese contexto, Claudia Bonomelli hace un llamado a no creer que por aplicar más nitrógeno las producciones serán más altas o se tendrá un huerto en mejores condiciones.
Respecto del momento de aplicación del nitrógeno, la experta comenta que no es recomendable fertilizar antes que exista la temperatura mínima que garantice que las raíces de la plantas estén funcionales y creciendo. De hecho, se ha medido que el periodo de crecimiento de estas, en el caso de los cerezos, se extiende desde octubre a abril.
“Durante la floración, que es lo primero que ocurre, todo el nitrógeno que usa el árbol es el de reserva. No hay absorción”, dice.
Por lo mismo, afirma que el momento de fertilizar será cuando se esté registrando el periodo de máximo crecimiento. La experta recomienda llevar a cabo esta tarea parcializando las dosis. <
“Cabe destacar que particularmente en los cerezos, la primavera es un periodo en el cual existe una fuerte competencia por nutrientes, debido a que los frutos, los brotes y las raíces están creciendo”, señala Claudia Bonomelli.
Luego, se recomienda fertilizar antes de la caída de hoja, en marzo. En ese contexto, dice la académica de la Universidad Católica, es importante que las aplicaciones se realicen cuando las hojas aún están verdes y no amarillas, pues se requiere absorción.
Respecto de qué aplicar, Claudia Bonomelli indica que, en general, las distintas opciones que existen en el mercado son de buena calidad, por lo que la elección del producto debe estar atada a las necesidades y características particulares de cada huerto.
La decisión de qué fertilizante nitrogenado aplicar dependerá del tipo de suelo (por ejemplo excesivo drenaje que lixivie), el pH (hay fertilizantes que acidifican y otros que alcalinizan), el clima (lluvias), el sistema de riego, la solubilidad del fertilizante y, por supuesto, del costo del fertilizante.
“Es importante que la práctica de la fertilización se realice en base a necesidades reales. Se deben evitar las aplicaciones ‘por si acaso’, ya que el huerto no las requiere, el productor aumenta sus costos y es poco sustentable como sistema de producción”, indica.
*Este artículo está escrito a partir de la charla realizada Claudia Bonomelli durante el IV Seminario de Cerezas: “Enfrentando las nuevas necesidades productivas, teoría y práctica”, organizado por la Pontifica Universidad Católica.