Las claves para enfrentar las bajas temperaturas extremas en el ganado
Antes de que llegue el invierno, y con él las heladas, los expertos recomiendan llevar a cabo una serie de medidas, como evitar el sobrepastoreo de los animales y ensilar el forraje en octubre y noviembre, entre otras.
Florencia Polanco
Muchas veces los productores pasan por alto
los efectos que producen las heladas en el ganado.
Crédito: INIA
El potencial productivo de los bovinos y ovinos depende, entre otras cosas, de su bienestar fisiológico. Su ausencia puede generar múltiples impactos negativos, como mermas productivas, descenso en su condición corporal, disminución de la capacidad de adaptación yestrés, lo que los hace más propensos a contraer enfermedades.
Estas últimas incluyen los efectos que generan las heladas y las temperaturas extremas, fenómeno cada vez más recurrente y que no sólo provoca daños en las praderas que sirven de alimento, sino también bajas en la producción animal.
Por eso es importante que los productores, en especial los de las zonas más frías, tomen medidas preventivas y se adelanten a los días con temperaturas bajo cero, para no ver disminuida su producción, acrecentados sus costos de mantención ni reducido el ganado pasado el invierno.
Desde baja de peso hasta desnutrición
Para que el ganado logre expresar su potencial productivo es importante que exista un equilibrio entre el animal y el medio ambiente. Dentro de los factores que impactan están el hacinamiento, el estrés, el cansancio, la mala nutrición, la poca disponibilidad de agua, limpieza, atención o cuidado, pero también las temperaturas extremas.
En estos casos, la capacidad del ganado para enfrenar climas adversos es variable, influyendo la especie, raza, edad, tipo, color y largo del pelaje y el plano nutricional. “El ganado bovino adulto, por ejemplo, soporta sin mayores complicaciones rangos de temperaturas de entre 0°C y 25°C”, explica la Dra. Carla Rosenfeld, del Instituto de Medicina Preventiva Veterinaria de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Austral.
Dicha adaptación se logra porque activan mecanismos de modificación fisiológica y de comportamiento que se manifiestan en un aumento en los requerimientos de nutrientes si el ganado está fuera de la denominada “zona termo-neutral”.
Pero si bien los animales suelen adaptarse paulatinamente cuando se avecina el invierno —a través del aumento de la cobertura adiposa, la capa de pelo o lana y buscando protección del viento, lluvia y nieve bajo árboles o agrupándose con otros animales—no siempre es suficiente.
La Dra. Rosenfeld explica que si el ganado, frente a inviernos muy fríos, con heladas persistentes, no es capaz de compensar estas bajas temperaturas se pueden producir efectos productivos importantes, debido a que se verá afectado el crecimiento de la pradera, y con ello la disponibilidad de alimento. Esto puede provocar desde bajas de peso, disminución de la producción de leche y carne, hasta estados de desnutrición.
Investigaciones demuestran que “la presencia de barro en el cuerpo de los animales, además, puede generar una disminución del consumo de forraje en un rango de 5% a 30%, con ello se reduce la ganancia diaria de peso e incrementa la cantidad de alimento requerido por kilo de peso ganado”, complementa.
Dependiendo de la zona geográfica y de la adaptación al frío, la producción de leche también comienza a decrecer alrededor de los -4°C, llegando a una marcada disminución a los -23°C en zonas más frías.
“Por otro lado, este estrés térmico produce una baja en el sistema inmune que hace que los animales sean más susceptibles a microorganismos patógenos, tanto bacterianos como virales, que afectan principalmente al aparato respiratorio. Incluso, en periodos de pariciones sin áreas de refugio, las crías pueden morir por enfriamiento cuando se produce frío y lluvia con viento, especialmente en el ganado ovino y caprino”, dice la investigadora de la U. Austral.
Qué hacer antes, durante y después
Cuando las temperaturas disminuyen más de lo tolerable por los animales, es aconsejable que los productores cuenten con áreas de resguardo. La opción más común es contar con un galpón sin corrientes de aire, en el caso de los pequeños productores. En su caso pueden utilizar, por ejemplo, cortinas cortavientos. Otra opción es tener potreros con matorrales o topografía que permita el resguardo del ganado.
Luego de esto, la Dra. Rosenfeld sugiere preparar a los animales durante el otoño, realizando desparasitaciones y vacunaciones contra enfermedades clostridiales (ovinos), brucelosis (bovinos) y adicionando sales minerales a la dieta. Otro punto importante es proveerles alimentación en cantidad y calidad adecuada.
Para ello, es necesario adecuar la dotación animal de acuerdo a la disponibilidad de alimento. Si no se logra conservar el alimento en la cantidad requerida, es mejor vender parte de los animales para evitar pérdidas por muerte.
Alfredo Torres, investigador del INIA Remehue, advierte que mientras más extremo sea el frío, una mayor cantidad de la energía del alimento será utilizada por el animal para contrarrestar esta condición, dejando una menor cantidad para que sea destinada a producir leche, carne o gestación de una cría.
“Una hembra que llega a fines de invierno en una mala condición corporal, puede tener problemas para quedar preñada, padecer enfermedades metabólicas como el síndrome de la vaca caída, sufrir abortos, otras enfermedades e incluso la muerte”, dice Torres.
Para evitar que los animales bajen de peso o caigan en estado de desnutrición sin alterar excesivamente el presupuesto, hay que comprar el alimento que tenga el menor costo por unidad de nutriente. Para ello, se pueden utilizar los forrajes toscos fibrosos, como el ramoneo de la quila yel pasto seco, entre otros. Si se cuenta con más recursos, lo mejor será comprar un concentrado energético, aunque se debe considerar que una Megacaloría de Energía proveniente de un concentrado puede costar hasta seis veces más que la de praderas permanentes bien fertilizadas.
“Se debería evitar su uso en emergencias, a menos que estemos con peligro de mortalidad de animales. Su uso debe ser programado, con respuesta económica a la producción y en forma estratégica”, comenta Torres.
A estas especificaciones se suman el bajar la carga animal de ser posible y secar las vacas que estén al final de su lactancia, y por lo mismo con baja producción.
El impacto sobre las praderas
Durante las heladas no sólo el ganado sufre alteraciones que afectan su bienestar y producción, sino que además se detiene el crecimiento de las praderas que constituyen su principal fuente de alimentación. A esto se suma que los animales —al concentrarse en ciertos sectores en busca de calor— provocan daños en la pradera y el suelo por efecto del pisoteo.
Específicamente, explica el investigador del INIA Remehue, el problema ocurre cuando se forma hielo en el interior de los tejidos y se destruyen las células de las plantas. Mientras el daño directo lo provocan los cristales de hielo que se forman en el protoplasma de las células (congelamiento intracelular), el indirecto se produce cuando los cristales se forman en el espacio extracelular. Ambos pueden afectar a la planta completa o parte de ella, reduciendo su rendimiento y calidad.
“Cuando el agua del interior de las células pasa a través de las membranas celulares y se deposita como cristales de hielo fuera de las células, al haber un descongelamiento rápido o por efectos mecánicos (pisoteo de animales, paso de maquinaria), la planta se daña por deshidratación”, detalla.
Medidas preventivas
Mantener controlado el pastoreo en invierno es una de las claves para reducir el riesgo a causa de las heladas. “Es común que los productores realicen un manejo de pastoreo invernal similar al que hacen en primavera, con rotaciones de 20 o 30 días, cuando la pradera no se ha recuperado adecuadamente para ser utilizada. Esto provoca un sobre pastoreo permanente que puede conducir a una degradación”, señala Torres.
Para disminuir el impacto, una alternativa es aumentar los días de rezago de la pradera, entre 40 y 60 días, con el fin de tener una menor tasa de crecimiento de la pradera durante las heladas. También se sugiere evitar el pisoteo en potreros congelados, usando callejones mientras permanezca la escarcha.
Si las bajas temperaturas afectan el período de rezago para conservación de forrajes, agrega que se debe aumentar la fertilización de las praderas a fines del invierno, con el objeto de no tener un efecto en cadena para el próximo año. Una pradera bien fertilizada, está mejor preparada para enfrentar los efectos adversos del medio ambiente, tanto bióticos como abióticos, entre ellos el clima.
“En este caso, el nitrógeno es el elemento que aumenta más la producción, siempre y cuando los demás nutrientes estén en un adecuado nivel. Esta medida también puede ser implementada en el otoño siguiente”, sostiene el investigador.
Para contar con alimento en cantidad y calidad suficiente durante el invierno, es necesario, además, realizar una correcta conservación de forrajes en forma de ensilaje y en una fecha adecuada.
Torres indica que a fines de octubre o inicios de noviembre, o en estado de bota a inicios de espiga, debería producirse alimento abundante, de buena calidad y con un costo inferior que el de un concentrado. Agrega que también es importante considerar el heno, “pero teniendo presente que en nuestra zona es de limitada calidad y sólo debe usarse con fines de mantención o aporte de fibra efectiva”.
Por último, recomienda realizar la siembra o regeneración de praderas y cultivos suplementarios en primavera y otoño. Si bien esta medida tiene un costo mayor, resulta ser de buena calidad y rendimiento. Junto con eso, asegura que al contar con sistemas productivos primaverales bajarán los requerimientos alimenticios en invierno y se aprovechará mejor la abundancia y calidad de las praderas en esta estación del año.