Esos inolvidables actores de reparto
No fue ídolo. Tampoco un crack. Pero el fútbol chileno lamenta su partida porque el “Zorrito” Salinas dejó huella como canchero. Una especie de “curador” si se considera un arte dejar como alfombra un rectángulo de pasto.
El domingo pasado se supo de la muerte de Sergio Salinas. Le decían “Zorrito”, un apodo heredado de su familia.
Salinas fue jugador, específicamente delantero en varios equipos, pero se hizo un pequeño nombre entre los más futboleros vistiendo la camiseta de San Luis de Quillota donde anotó casi 60 goles.
No fue ídolo. Tampoco un crack. Pero el fútbol chileno lamenta su partida porque el “Zorrito” dejó huella como canchero. Una especie de “curador” si se considera un arte dejar como alfombra un rectángulo de pasto. El Monumental, mientras él estuvo a cargo de su cuidado, fue una mesa de billar. Un lujo.
Salinas fue, para precisar, uno de esos actores de reparto que no se llevan el peso de la trama, pero que sin ellos no se entiende profundamente.
En el fútbol, estos personajes secundarios, casi invisibles, han sido siempre fundamentales. Y lo seguirán siendo. Cancheros como el “Zorrito” o como don Florencio Ceballos, ese viejito querible que literalmente vivía en Juan Pinto Durán para que generaciones de seleccionados pudiesen prepararse bien.
Utileros, como Enrique Molina, aquel que Fernando Riera rebautizó en la UC simplemente como Humberto, porque se le había olvidado el nombre, o como "Rojitas", otro símbolo eterno del club cruzado y que estaba día y noche en San Carlos de Apoquindo acomodando los canastos con ropa para los jugadores. O como Riquelme, el eterno señor del bigote que se veía siempre en los encuentros de la Roja y que tenía guardadas todos los modelos de camisetas de la selección como si fueran un tesoro.
Masajistas o, como se les empezó a decir en los 70, asistentes médicos, como Hernán “Chamullo” Ampuero y Carlos “Garra” Velásquez, que son tan reconocibles en Colo Colo 1973 y Colo Colo 1991, respectivamente, como "Chamaco" Valdés, Caszely, Barticciotto o Jaime Pizarro.
Coordinadores, al modo de Juanito Fuentes que siempre fue más azul que la camiseta de la U y que vivió de todo: los 25 años, el descenso, los títulos y hasta una copa internacional. Todo con la misma buena onda.
Cocineros, como "Patito", quien tras servir almuerzos a los jugadores de la selección con todas sus mañas le hacía un pancito a los reporteros que esperaban que algún jugador hablara.
Todos ellos, y otros cientos que deambulan por cada equipo son los que generan admiración y respeto eterno no solo por hacer bien su trabajo, sino que también son los que saludan a todos, los que tienen tiempo para tirar una talla o contar un cahüin, los que salen de la cancha a compartir y preguntar por la familia...
Hoy los tiempos han impuesto cambios que superan a estos personajes entrañables. La tecnología, los avances de la ciencia médica, la profesionalización de labores ha hecho todo más eficiente. Más “perfecto” si se quiere.
Pero no. Mientras el fútbol siga siendo fútbol, habrá espacio para los gregarios, los que pedalean en silencio para que otros ganen.
No hay que olvidarlos.
Sergio Gilbert
es periodista titulado en la UC, especializado en fútbol. Profesor universitario y redactor en El Mercurio. En Twitter: @segj66







