Suena La Marsellesa, el himno nacional de Francia, en un Vélodrome menos fogoso del que dicta la fama, y parece que los futbolistas galos se van a comer el mundo, a descuerar al que se ponga al frente, más si está Kylian Mbappé encabezando la tropa.

Pero la realidad se contrapone. Francia sale en tono plácido, casi a cumplir un amistoso incómodo, incrustado muy cerca de partidos clave en la temporada europea, mientras el famoso atacante del Paris Saint-Germain juega por protocolo, casi de observador y sin arriesgar en el choque. Está, entiende el crack, para otras batallas.

Chile, ajeno a la realidad del coloso que tenía al frente, se afanó en un ensayo en serio, tratando de llevar al límite sus bondades y también esmerándose en maquillar los ripios que tiene un ciclo que cumplió recién dos amistosos y un puñado de entrenamientos.

Fue enérgico el inicio de la Roja, casi presagiando una de esas tardes de colección en su añoso historial, estimulado por el acierto de Marcelino Núñez, que con un derechazo cruzado venció al meta Mike Maignan (centro de Mauricio Isla, tras taco de Alexis Sánchez, una sinergia que cumple dos décadas, desde que se juntaron en una Sub17). Pero duró poco, porque Francia, casi sin agitarse, fue acomodando la pintura casi con una brocha y sin pincel, sin fijarse en detalles. Los galos empezaron a girar la suerte casi por la inercia que conlleva la jerarquía.

En el primer remate al arco, el local ordenó la casa. Youssouf Fofana, un volante grandote que comparte equipo con Guillermo Maripán, pateó de zurda a un costado de Claudio Bravo, tapado y con poca reacción.

El empate entregó una sinopsis de cómo venía la mano: los europeos necesitan cinco pasos para llegar al otro lado, mientras los de rojo, también por un tema físico (todos más menudos), requerían de veinte para entrar a la tertulia. Y así se fueron, Chile trataba de simular un partido por los puntos, activando presiones, lideradas por Sánchez, y seguidas con obediencia por Rodrigo Echeverría y Núñez desde el eje, para que los esfuerzos no fueran aislados. Francia, sin perturbarse, iba gestionando el trámite y también el desgaste.

Randal Kolo Muani, el jugador que deberá explicar el resto de su vida el gol que falló al final del alargue en la final del Mundial 2022, superó en el brinco a Gabriel Suazo y Víctor Dávila, después de un centro muy cómodo de Theo Hernández, para un 2-1 muy castigador con Chile.

Las lesiones de Jonathan Clauss y Eduardo Camavinga fueron una invitación de cuidado para “Les Bleus”, cada vez más lejos de la fricción. No para la Roja, que siguió dando la pelea desde esa frescura que brota insinuante desde el manejo de Núñez (muy activo y de buenas decisiones), y también de los zurdos Osorio y Dávila cuando salen de las bandas y se asocian por dentro.

Un cabezazo de Eduardo Vargas al poste (50’) era el quiebre del partido, pero los gigantes también tienen pacto con la fortuna.

Empezó a escalar Suazo por su banda y Osorio transformó las intermitencias en un caudal más regular. Francia se ordenó con oficio, sostenido en una línea defensiva que tenía jugadores de Barcelona, Arsenal, Liverpool y AC Milan. Y por delante, un mediocentro del Real Madrid. No era fácil. Por eso el mérito de Chile.

El acierto de Olivier Giroud, después de una patriada de Kolo Muani (deshilachando el marcaje de Lichnovsky), era para planchar la resistencia, pero Chile se dio una vida más. Gareca volvió a meter a Marcos Bolados en la banda zurda para liberar a Dávila. Esteban Pavez renovó energías y Osorio se propuso jugar un partido consagratorio en la selección. Y rozó aquello, porque acertó un disparo potente para acortar el marcador, y sobre el final robaría un balón que puso a Ben Brereton a correr hacia el arco rival, pero no resolvió bien.

Lección de envergadura. La derrota siempre escarmienta, pero Chile confirmó avances y también nombres. El “Tigre”, viejo rockero, salpicó oficio desde su conducción. La Copa América y las clasificatorias piden eso y algo más. Francia y Mbappé, con seguridad, tienen apuros menos mundanos.