El deseo
En sus costumbres, parsimonia y modos, Manuel Pellegrini sigue siendo un chileno. También en su acento, lo que no deja de ser curioso, porque los futbolistas nacionales por esos pagos, donde Iván Zamorano fue un ejemplo simpático y extremo, nada más pisar el lugar —sea Madrid o sea Sevilla, también Ciudad de México— ya hablaba como los lugareños, con sus acentos y modos típicos.
Manuel Pellegrini, por el regalo de Navidad y el nuevo año, hace unos días, envió su deseo para Chile: “Reordenar la actividad”. Lo pidió de manera espontánea, no solicitó tiempo para pensarlo dos veces y utilizó el verbo “reordenar”.
Es un entrenador chileno fuera de la norma porque es de clase mundial, no de ahora, sino desde hace años, pero en sus costumbres, parsimonia y modos sigue siendo un chileno. También en su acento, lo que no deja de ser curioso, porque los futbolistas nacionales por esos pagos, donde Iván Zamorano fue un ejemplo simpático y extremo, nada más pisar el lugar —sea Madrid o sea Sevilla, también Ciudad de México— ya hablaba como los lugareños, con sus acentos y modos típicos.
Y si no decía “joder” era “jolines”, caían los “vale” y el “pues nada”, lo del “farolillo rojo” y los partidos “de miedo”, y los términos y palabras, como se sabe, viajan y se adaptan y adoptan.
El acento es otra cosa y Pellegrini, pese a la escucha y al tiempo transcurrido, parece inmune a la pronunciación española. Algo habrá cambiado, pero poco y casi nada en comparación a esos jugadores que absorben los sonidos del habla y en Madrid son españoles y argentinos en Buenos Aires, Mendoza o Córdoba.
Pellegrini, entre paréntesis, también resistió el habla rioplatense y sus ritmos y tonos que tan fácilmente contaminan a los jugadores nacionales.
Las razones, por cierto, son variadas y complejas, y el que realmente las puede explicar es un fonólogo y no un maestro Ciruela, que quiere enseñar y no tiene escuela.
Pero Manuel Pellegrini no solo sigue siendo chileno por el tono, también lo sigue siendo por lo cuidadoso y conciliador: “Reordenar la actividad”.
Nada beligerante ni belicoso, ni tampoco un deseo levemente crítico, como habría sido lo siguiente: “Ordenar la actividad”. Eso querría decir que la actividad está desordenada y se podría especular sobre el grado del desorden y si es por los campeonatos y programación, selección, selecciones y elección de amistosos, representantes y propiedad o transparencia general, en fin.
En otras partes, en España, sin ir más lejos, las expresiones son más duras y definitivas, acá no, porque lo chileno es tenue e indirecto, y Manuel Pellegrini, chileno de lomo y tomo, lo que desea y pide es “reordenar la actividad”.
No se trata de desmontar ni desplomar lo que existe, en absoluto, porque no hay desorden ni nada parecido, simplemente hay un orden que se podría ordenar de manera distinta.
Es el deseo de Manuel Pellegrini, a lo mejor tiene razón y con eso basta, sobra y es suficiente.
Sin embargo, es también lo otro.
Es el gato y el vino: “típico chileno”.
Es la frase de “El gatopardo”, tan repetida: “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”.
Es ordenar y reordenar.
Antonio Martínez
es periodista y crítico de cine; fue editor de Cultura de “La Época”, jefe de redacción de “Hoy” y director editorial de Alfaguara. Fue corresponsal, desde España, de “Estadio”, y columnista de “Don Balón”. Autor de “Soy de Everton, y de Viña del Mar” (2016), y junto a Ascanio Cavallo, de “Cien años claves del Cine” (1995) y “Chile en el cine” (2012).







