Señor Director:

Algunos alcances a la carta del diputado Schalper acerca de la columna sobre Estado liberal y social.

Ante todo, es auspicioso que el sector político del parlamentario no niegue ya la existencia de los derechos sociales como una clase de derechos fundamentales, como ocurría hasta hace poco. También lo es que se entienda que la satisfacción de tales derechos, lejos de obstaculizar la libertad, la hacen posible para personas que no tienen acceso a bienes básicos o primordiales de carácter material. Además, los derechos sociales, desde el punto de vista de las condiciones materiales de vida, no buscan la igualdad de todos en todo, sino la de todos en algo: los bienes antes aludidos. No se trata de que nadie coma torta para que todos puedan comer pan, sino de que todos coman a lo menos pan.

Por su parte, el Estado tiene un papel insustituible y preferente en las prestaciones que exigen los derechos sociales, lo cual no impide la participación de privados: un sistema único de salud pública, por ejemplo, es compatible con la oferta de seguros privados en el mismo campo. Es igualmente efectivo, como señala el diputado, que los derechos sociales pueden o no estar consagrados en la Constitución de los países, pero es un hecho que al estar allí adquieren una particular fuerza vinculante frente a las políticas públicas de los gobiernos, las leyes comunes del Parlamento, y las sentencias de los jueces. Gobiernos y legisladores suelen ser perezosos y es mejor que el texto constitucional les haga exigencias muy claras en materia de derechos fundamentales.

¿Cómo omitir, por último, que detrás de este asunto palpita la cuestión de la relación entre libertad e igualdad y que una Constitución del siglo XXI debería apartarse tanto del modelo de aquellos países que en nombre de la libertad sacrifican la igualdad y de los que, invocando esta última, inmolan las libertades en nombre de sociedades igualitarias que nunca consiguen realizar?

Las banderas de la libertad y de la igualdad tienen que ser izadas juntas.

Agustín Squella