La elección presidencial está entrando en tierra derecha, faltando solo cinco meses para los comicios.
Las primarias reales de la “coalición sin nombre” han empezado a encabritarse. De alguna manera se han comenzado a experimentar las diferencias profundas que tienen en su interior respecto de los mínimos democráticos a los que adhieren. Pero una cosa sí tienen en común: nadie se reivindica como el heredero del actual Gobierno. La figura de Boric no existe en la franja presidencial.
Al otro lado no hay coalición. Ni tampoco hay primarias. Hay, de facto, una “not primaria”. Y hay tres candidatos: Kast, Kaiser y Matthei. El debate no ha sido menos intenso, aunque la diferenciación ha estado por quién va a hacer la cárcel más grande y en el lugar más aislado.
A un lado Tohá no ha logrado prender. Como era esperable, carga en su espalda haber estado a cargo de la seguridad. Y más allá de que probablemente no sea la culpable de los males actuales, queda desplazada de la principal preocupación de los chilenos. Jeannette Jara, por su parte, ha desplegado su carisma con tanta habilidad como ha escondido la hoz y el martillo.
Al otro lado, Evelyn Matthei no logra partir. No se le ve cómoda. No encuentra su domicilio ni su relato. Kayser, por su parte, da cuenta de que no fue más que una figura pirotécnica, como fue Pamela Jiles en la elección anterior. Y Kast ha sido el que más ha crecido. Con una campaña ordenada y cosechando moderación, gracias a su contraste con Kayser.
Así las cosas, el país que hace algunas semanas se aprontaba a una segunda vuelta entre Tohá y Matthei, es posible que se encuentre con Jara y Kast.
Las señales, en un caso y el otro, son completamente distintas. En un caso sería el triunfo de la moderación, la resurrección de la “democracia de los acuerdos”, la vuelta a los 30 años. En el otro caso sería la polarización. Chile enfrentado a dos caminos irreconciliables. El abismo nuevamente.
En un caso, la elección haría un país previsible, independiente del resultado. En el otro estaríamos nuevamente ante el todo o nada.
Dos realidades distintas. Dos escenarios. Dos países distintos.
El contraste no es solo entre candidatos, sino entre formas de hacer política. Una elección Tohá vs. Matthei sería una rareza en tiempos de crispación. En cambio, una elección Kast vs. Jara sería la prolongación electoral del estallido social y sus respuestas antagónicas (en el caso de Kast, al menos hay convicciones democráticas. En el caso de Jara, basta simplemente preguntarse cuántos presidentes comunistas han entregado el poder).
Pero el mundo hoy no está para los moderados. El fin de la historia que nos adelantó Fukuyama, que alcanzamos a vivir a inicios del 2000, según la cual daba lo mismo quién gobernara porque lo hacían más o menos parecido, hoy ha quedado archivado en un mundo de estridencias. Derechas que quieren ser derechas e izquierdas que quieren ser izquierdas.
Paradójicamente, ya hay al menos cuatro países en los que antiguos rivales, la centroderecha y la socialdemocracia, están gobernando juntos: Austria, Alemania, Suecia y ahora Portugal. Tal vez es un adelanto de lo que podría ocurrir en algunas elecciones más en Chile. Los extremos a un lado, los viejos rivales anclados hacia el centro juntos.
Tal vez en un tiempo más las Tohá y las Matthei de turno serán parte de una misma alianza. Una alianza en contra de las respuestas mesiánicas, de las motosierras y de las utopías.
Tal vez hace más sentido. Pero falta mucho tiempo para eso.
Mientras tanto, tendremos que decidir qué país queremos ser y qué va a representar esta elección.