Marlene Ahrens: la mujer detrás de la leyenda
Ayer falleció, a los 86 años, la única chilena en subirse a un podio en los Juegos Olímpicos. Pero ella fue mucho más que su plata en Melbourne 1956. Deportista integral, destacó en equitación y practicó tenis y hockey césped. Su legado es enorme.

Juan Antonio Muñoz18 de junio, 2020
De niña fue famosa por sus jugarretas que enloquecían a las monjas de su colegio. Más tarde, solía ser la Reina de las Naciones: era una mujer imponente. Su hermano Erwin recuerda que los manzanazos que le lanzaba su hermana eran de temer; ya a los 10 años, ella tenía un brazo fuerte. Cuando tiraba piedras hacia el mar, les ganaba a todos. No se arrancaba de la cocina y hasta le gustaba hacer tortas, galletas y kuchenes, pero quien sería su marido, Jorge Ebensperger, insistía en que lo suyo era la jabalina y no las ollas ni los sartenes.
Pocos saben que tocaba piano —obras de Mozart, de Bruckner— además de acordeón, guitarra y armónica. El día que cambió su vida fue el 28 de noviembre de 1956, cuando en los Juegos Olímpicos de Melbourne, Australia, Marlene Ahrens Ostertag ganó la única medalla olímpica femenina que tiene Chile. Lanzó la jabalina a 50,38 metros. La rubia atleta de 23 años, casada y madre de una niña, que había llevado la bandera chilena en el desfile inaugural, se coronó vicecampeona y subió a la tarima entre dos atletas de la ex Unión Soviética: las rusas Inese Yaunseme, oro, y Nadezhda Kanyayeva, bronce.
Fue por décadas la atleta más destacada de Chile, logrando medallas de oro en los Campeonatos Panamericanos (dos veces), Iberoamericanos y Sudamericanos. También fue una extraordinaria tenista categoría escalafón, campeona de Chile en dobles mixtos y vicecampeona nacional en singles damas, tras perder una final con la número uno, María Ibarra.

MÁS EQUITADORA QUE ATLETA
Su padre, Hermann Ahrens, llegó en 1920 a Chile desde Hamburgo, Alemania, a cargo del Banco Internacional, filial para América del Deutsche Bank. Acá conoció a Gertrudis Ostertag, una mujer fuerte y de carácter, como Marlene, con quien se casó, y tras la luna de miel en Alemania, se radicaron en Chile.
Marlene Ahrens nació el 27 de julio de 1933; fue la única mujer de cuatro hermanos. Por un tiempo, Hermann Ahrens trabajó en Concepción, pero la familia se radicó en Santiago donde Marlene a los 5 años entró al Colegio Alemán y después a las Monjas Inglesas de Viña del Mar. Desde niña, ella se consideró equitadora. Los caballos fueron su gran pasión, y fue ese el deporte que practicó toda su familia, incluidos sus padres y abuelos. De hecho, su papá fue dueño de Iturbide, caballo que ganó el Derby en 1932. “Ella va a pasar a la historia por su medalla olímpica en atletismo, pero si yo tuviera que decir quién es mi mamá, te digo que ella es equitadora”, puntualiza su hija, la periodista Karin Ebensperger.
El atletismo lo descubrió tardíamente tras terminar el colegio. Y el responsable fue su novio y luego marido, Jorge Ebensperger Grassau, ingeniero y empresario, quien compartía con ella la afición por los deportes y los caballos. Fue él quien la convenció —tras ver sus extraordinarias condiciones al lanzar piedras al río Aconcagua, en el campo de su padre cerca de San Felipe— que entrenara en el Club Manquehue, que él mismo junto a un gran grupo de ex alumnos del Colegio Alemán Deutsche Schule formaron a fines de los años 40 en Vitacura. Ahí empezó la carrera deportiva de Marlene, guiada primero por Carlos Strutz, emblemático entrenador de los mejores atletas chilenos de la época, y Walter Fritsch, quien fue su guía deportivo.
CAMPEONA SIN AUSPICIADOR
Ella misma solía declarar que sus triunfos no fueron producto del trabajo ni del sacrificio: “Tenía un cuerpo para eso, no es que fuera una pasión. Si mi marido no me lleva a entrenar, seguramente no hubiera hecho nada. Un día estaba haciendo un spagat sobre la viga cuando entró el Choche y se impresionó conmigo. Él me convenció de mis dotes de lanzadora y gané un campeonato de novicias, pero llegó mi hija Karin y yo me olvidé de la jabalina. Jorge no se olvidaba y me encargó una jabalina a Estados Unidos. Esa misma tarde, ya estaba lanzando en el fundo. Lo hacía todos los días y no paraba hasta batir la marca de la jornada anterior. Pero nunca me sentí ni fui una profesional del deporte, siempre aficionada. Era un hobby y por eso hacía diversos deportes a la vez. Nunca acepté un peso y jamás representé alguna marca. Mi única insignia fue el escudo de Chile. Comprendo que el apoyo económico es importante para que los deportistas salgan adelante, pero hoy el deporte se ha convertido en un tema demasiado asociado a lo económico”.
Marlene jamás pensó en ir a una Olimpiada. Decía que en esos años si siquiera sabía lo que era una Olimpiada. Cuando partió, no muchos se enteraron y nadie en Chile se esperaba su medalla. De hecho, en Australia, cuando le preguntaron cómo entrenaba y se alimentaba, ella respondió que comía lo mismo que su familia y que entrenaba poco, una hora al día, en períodos anteriores a los campeonatos. No le creyeron. Y era una realidad. Incluso, el único auspiciador que tuvo fue su marido. Él le compraba las jabalinas y las zapatillas en Europa o Estados Unidos. Le pagaba el entrenador y el Club Manquehue. “Hoy veo que hay harta plata para el atletismo. Los apoyan y viajan por el mundo. En mi época, si me hubieran dado boleto habría salido campeona mundial con un poco de entrenamiento”, declaró en 2013.
“CRIADA CON POROTOS”
Convertida en “Dama Olímpica”, se esperó que luego vinieran nuevos triunfos. Pero hubo algunos problemas. En 1957, cuando acababa de nacer su hijo Roberto, tuvo una afección al riñón y, a pesar de eso, apenas se recuperó y “con las patas de lana” partió a un campeonato sudamericano. En 1961, le dio meningitis y se le paralizó el lado derecho del cuerpo, y aunque logró recuperarse para el Iberoamericano del año siguiente, calentando para la competencia se esguinzó un tobillo. Luego, a sólo meses de los Juegos Panamericanos de Sao Paulo ‘63, en un campeonato de exhibición, le llegó una jabalina por detrás de la rodilla. Ese mismo año, llegó a Cali para participar en un sudamericano cuando le comunicaron el fallecimiento de su padre.
Estando en su mejor momento deportivo, Marlene tuvo un conflicto con la Federación de Atletismo de entonces, que le costó caro. Fue suspendida un año y no pudo ir a las Olimpiadas de Tokio de 1964. El problema comenzó, en 1959, en los Panamericanos de Chicago. Según ella contaba, uno de los dirigentes chilenos “se puso frescolín conmigo y lo paré en seco. Quedó con sangre en el ojo y se vengó”. Como perdió la apelación a su castigo, tomó una decisión radical: abandonó el lanzamiento de jabalina. A pesar de esta injusticia, jamás pensó competir por Alemania: “Recuerdo mucho la tierra de mis antepasados, pero soy chilena, criada con porotos”.
Mujer de carácter y autoexigente —“gané muchas veces, pero con pésimas marcas”—, era una conductora veloz y muy buena nadadora hasta avanzada edad. Esto lo trasmitió a sus hijos Karin y Roberto, y también a sus nietos. De hecho, junto a su hija Karin y a su nieta Marlen Eguiguren, Marlene integra una estirpe de mujeres fuertes, dedicadas a su trabajo y a sus pasiones. Durante muchos años, trabajó como voluntaria en la Cruz Roja y siempre fue muy cercana del Centro de Madres “Marlene Ahrens” de La Calera, del cual era madrina.
Marlene Ahrens, gloria del deporte nacional, falleció el miércoles por la noche, a los 86 años, producto de una insuficiencia cardíaca que portaba desde hace años. Estuvo muy tranquila y expiró junto a sus hijos Karin y Roberto. Sus funerales serán este viernes, a las 13:00 horas, en el cinerario del Parque del Recuerdo.