Santiago de Chile.   Mié 13-08-2025
11:26

Los sospechosos

Decir que el gremio de los árbitros es sospechoso de cualquier cosa, puede sonar exagerado, pero, en caso alguno es injusto. Se han ganado ese apelativo.
Foto: Photosport
Sergio Gilbert11 de agosto, 2025
Si algo ha tenido crecimiento constante en el atribulado fútbol chileno es el proceso de desconfianza total en las instituciones y, por extensión, en las personas que lo componen.

Algo huele mal en todas partes. Todos son sospechosos, por el simple hecho de pertenecer al gremio (aunque no siempre tengan culpa total o parcial de algo).

Eso es, claramente, el indicio mayor de la descomposición de la actividad porque, a partir de la falta de fe en quienes conforman el pilar de ella, se comienza a derrumbar toda posibilidad de crecimiento, de avance, de evolución.

El tema es más delicado si esa desconfianza recae en quienes en la cancha son los encargados de impartir “justicia”: los árbitros.

Ello porque, a pesar de que se debe partir de la base de que su misión en verdad no es tan mesiánica (lo que deben hacer, simplemente, es aplicar “criterio” en la aplicación de las 17 reglas del fútbol), sí es verdad que cumplen un rol importante para el desarrollo de un partido y, por extensión, para la santidad de la competencia.

Pero eso parece no entenderse bien en el gremio arbitral chileno que ha sufrido un constante y sistemático proceso de putrefacción en el último medio siglo.

Durante ese período, el arbitraje nacional no se ha visto envuelto en temas anecdóticos como ocurría antes (como que un conocido árbitro prefiriera expulsar a un jugador para que éste no le metiera un gol al equipo de su predilección), sino que en temas espinudos y, en algunos casos, bien al límite de lo criminal, como la conformación de un grupo que se juntó con el objetivo de ganar la Polla Gol, otro que, en partidas de póker, decidía qué árbitros eran los que “merecían” ser designados para así ganarse los bonos, o denuncias de favores sexuales a cambio de “buena disposición” de los profesores.

Por ello es que decir que el gremio de los árbitros es sospechoso de cualquier cosa, puede sonar exagerado, pero no es, en caso alguno, injusto.

Se han ganado ese apelativo.

Sin importar quién sea el profesor o el mentor o el gurú, en las últimas décadas los árbitros nacionales se han convertido en una secta, en una pandilla a la cual sólo se accede tras cumplir ritos y donde se debe obediencia, besando el anillo de quien eventualmente está al mando.
¿Significa eso que, por ello, hagan todo mal?

Por supuesto que no. Varias veces aciertan, ejercen bien su labor. El problema es que, como ya se hicieron la fama de actuar como camarilla y hacerlo todo a escondidas, cada vez que se equivocan, que toman malas decisiones, que en forma evidente meten la pata, se expande de inmediato la idea de que hay algo corrupto detrás, porque esa es su naturaleza y porque hay evidencia de que más de una vez actuaron así.

Muchas veces, la mayoría quizás, el tema es más simple: hay árbitros que derechamente son malos, no se saben el reglamento, no tienen el nivel físico ni el mínimo criterio para dirigir.

Pero es más fácil y sale más rápido decir que son sinvergüenzas.

Asuman. Es culpa de los propios árbitros. Se hicieron la fama.

Sergio Gilbert

es periodista titulado en la UC, especializado en fútbol. Profesor universitario y redactor en El Mercurio. En Twitter: @segj66

Relacionadas
A fondo con...