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Boxeo: los duros rounds de un club de barrio en Santiago

Sobrevive. Da pelea. Parece al borde del nocaut, pero sigue de pie. El club Huemul, cuna del último campeón chileno de peso superwelter, no muere por el amor al arte de pegar sin ser golpeado en pleno barrio Franklin. Está hecho a pulso con retazos de dos rings, casi no tiene alumnos, arma veladas y pierde dinero. Fuera los seconds: esta es su historia.
Antonio Valencia07 de agosto, 2022
A dos cuadras del viejo matadero de Santiago sobrevive un club de boxeo nacido con el nuevo siglo, pero que parece anclado en otro tiempo.

“Acá no entra cualquiera. Entran los que quieren aprender a boxear, no los que quieren bajar de peso. El otro día vino una persona a eso, le expliqué, se anduvo enojando y se fue. Este no es un gimnasio estético. Es un club de boxeo”, advierte el dueño.

Nataniel Cox 2039. De un lado, una reparadora de calzado que lleva ahí 60 años. Del otro, una tienda de artículos para celulares. Al centro, un portón verde donde se lee en letras amarillas “CLUB de BOXEO HUEMUL” junto a un número de teléfono, personalidad jurídica, dos guantes pintados en rojo y tres letreros “no estacionar”.

Detrás de los latones hay un callejón merodeado por gatos y sus aromas que lleva al galpón trasero: allí está el viejo ring de cuerdas rojas y lona amarillenta hecha con una gigantografía publicitaria y dos galerías para el público, antesala del gimnasio de entrenamiento. Sacos, peras, pesas, colchonetas, un clásico espejo de muro para “hacer sombra”, cuerdas para saltar, una polvorienta radio a cassette que aún funciona y afiches de Cassius Clay, Joe Louis y Mike Tyson forman parte de la escena.

El Club Huemul está ubicado a dos cuadras del viejo Matadero de Santiago, pleno barrio Franklin, y a otras dos de la casa donde vivió Gabriel Mistral en 1922, pleno barrio Huemul.

En la pared también hay diplomas de campeones amateur y una foto de Mario Contreras, el actual monarca de Chile peso súper welter, cinturón profesional que alcanzó en 2019, una semana antes del estallido social. Derribó a un iquiqueño diez años mayor y la bolsa como retador refleja la realidad del boxeo en Chile: “Gané $500 mil… Pero no me importaba la plata, yo tenía hambre de título”, dice el vástago pródigo del Club Huemul.

Vladimir Hervé, 77 años, es el dueño del club. Hijo de españoles, fue peletero de oficio y entrenador, juez, árbitro de rings por vocación. Desde diciembre pasado, presidente de la Federación de Boxeo de Chile. Fue el primer coach de Contreras.

—¿Cuál es el apodo de Mario Contreras?

“Que yo sepa, no tiene”.

—¿Cómo así, el campeón sin apodo?

Hace tres décadas, Hervé se propuso armar un club. “Esto partió con una escuela de boxeo en la junta de vecinos N°13. Y cuando compré acá, en 1994, me demoré como cuatro o cinco años en armar primero el gimnasio. Luego el techo del galpón. El ring llegó después y está hecho de dos rings: uno lo encontré medio podrido tirado en un patio en Nos, sur de Santiago, pero aproveché las cuerdas, los acolchados y los banquillos. El otro lo compré en Peñalolén y ocupé los tableros. Las esquinas y unos tubos de acero de cinco milímetros de espesor del ring de Nos los usé como soporte de la galería que aguanta toneladas”.

Cuando Mario Contreras llegó de niño al club Huemul ni siquiera había ring. “El piso era de ripio y el ring lo armaban con sogas. Así empecé como a los 11 años. Al boxeo llegué por mi papá: en el colegio me habían bullying y el boxeo era la solución de defenderme”, narra y aclara de entrada: “Mi apodo es ‘Demoledor’, el ‘Demoledor’ Contreras. Así me pusieron cuando debuté como profesional (2013) y gané”.

Mario Contreras, el campeón, y su primer entrenador, Vladimir Hervé. El boxeador llegó a los 11 años y en 2019 se coronó como el mejor de Chile en la categoría súper welter.

El “Demoledor” fue campeón de Chile en 60, 64 y 69 kilos, campeón internacional en Iquique y Cali, seleccionado y bronce en el Sudamericano de 2014. Con su currículum consiguió mecenas. Uno le aportaba $100 mil pesos mensuales, por ejemplo. Entre una buena velada, sus auspicios y el aporte estatal cuando era seleccionado (unos $200 mil), el mejor mes llegó a ganar cerca de $700 mil. “Así nadie puede vivir del boxeo en Chile, pero en esos tiempos aún no era papá y me alcanzaba”, resume.

En el club Huemul caben máximo 200 espectadores. “Cada velada tiene unos 10 combates, pero en invierno no hay porque el frío para los boxeadores y para el público es cosa seria. Imagine a la gente sentada dos o tres horas en este congelador. La entrada cuesta dos mil pesos”.

El sábado 23 de julio hubo una velada de veinte combates por cinco mil pesos la entrada. “Pero no era de boxeo, sino de kickboxing. Arriendo el club por $230 mil los sábados, porque boxeo no hay hasta que mejore el clima”, cuenta.

Una velada de boxeo a tablero vuelto recaudaría unos $400 mil de borderó. “Pero de las 200 personas, cien son invitados de los boxeadores”, explica Hervé. Con suerte alcanza para cubrir los costos.

“Por cada velada gasto más de $150 mil. El kickboxing paga por pelear, en el boxeo es al revés. A cada boxeador le doy de viático $5 mil para locomoción y una colación de bebida, dos frutas y galletas que compro en el mercado Matadero. También hay que pagar al árbitro y al paramédico, que cuesta $15 mil. Un médico cobra $100 mil, un enfermero $50 mil, así que alcanza para paramédico no más. Es boxeo amateur, todos con cabezal protector”, enumera Hervé.

“Esto no lo hago por negocio. Si empato quedo feliz”, repite. Vladimir Hervé se conforma con promover y enseñar boxeo, un deporte que lucha por su vida. Sus ingresos los obtiene de los arriendos que cobra a la reparadora de calzado, al negocio de celulares, a un taller que a un costado del callejón de entrada y a la casa donde habitaba antes. Hervé y su familia viven en el mismo terreno del club Huemul, entrando por el portón, justo detrás de la tienda de artículos para celulares.
Al adulto que quiera aprender boxeo, puede ir al club por $40 mil al mes, tres días por semana, dos horas cada día. Los más jóvenes a mitad de precio. Niños gratis. En julio tuvo uno o dos alumnos. Pocos siguen. Duran un mes y no van más.

El club nació en 2003 cuando el ring, un cuadrilátero reciclado de otros dos, estuvo montado. Antes, los entusiastas alumnos boxeaban sobre un piso de ripio y una ring hecho con cuerdas.

“Esto no tiene remedio”, dice. El boxeo funciona a pulso, tal como nació el club Huemul. “Cuando inauguré el ring en noviembre de 2003 vino una persona del gobierno que me dijo: ‘Qué bueno que le sirvió la ayuda económica que pusimos para levantar este club’. Yo lo miré y le dije: ‘Pero si no pusieron ni para las vendas’. El tipo dio media vuelta y se fue”.

Para los Panamericanos Santiago 2023 Chile tiene derecho, como anfitrión, a poner en competencia a un puñado de boxeadores. “Pueden ser hasta ocho los que pueden competir sin tener que clasificar, pero con suerte tenemos cuatro, y acaba de renunciar uno por motivos económicos. No hay más”, lamenta el también directivo Hervé.

El nivel del boxeo no es de los mejores, por cierto. “Acá solo una vez me ganó un chileno. Afuera, en los rings internacionales, me bailaban. Se nota la diferencia. En Argentina, en una sola categoría hay fácil 72 boxeadores, que es más que lo que hay en Chile en todas las categorías. Hoy no tengo con quién pelear”, admite el “Demoledor”.

El gimnasio está equipado a pulso y tiene de todo: peras, sacos, cuerdas para saltar y el clásico espejo en el muro para “hacer sombra”.

Contreras fue afortunado. “El boxeo es muy pobre”, dice. Aprendió gratis en el Club Huemul. “Acá el ‘profe’ me pasaba todos los implementos, me ayudaba con viáticos, hasta me becaron para estudiar. Hoy soy profesor de educación física, hago clases y tengo con mi padre el club MC Boxing Pro, en calle Lord Cochrane. Y al igual que me pasó a mí con el ‘profe’, tengo a 25 niños gratis entre 10 a 16 años aprendiendo a boxear”, relata.

El día en que el “Demoledor” se coronó campeón de Chile súper welter, el locutor de la velada no llego al club México. No estaba. Entre el público sí estaba, en cambio, Vladimir Hervé, viendo la pelea de su antiguo pupilo que llegó al club Huemul para tener herramientas para enfrentar el bullying. “Las vueltas de la vida: me pidieron que hiciera de locutor y me tocó entregarle el cinturón de campeón a Mario”, recuerda emocionado Hervé.

Luego vuelve a la realidad.

“Cada vez hay menos boxeadores”, advierte Hervé, que a comienzos de los 60, conoció a uno de los más grandes exponentes de los puños que entregó Chile. “Era ‘Fernandito’. Ya estaba viejo. Yo era cabro, pero me llamó la atención que ‘Fernandito’ no tenía ninguna huella en la cara, ninguna marca del boxeo. Por algo le decían ‘El Eximio’. El boxeo tiene dos talentos naturales que no se pueden aprender con técnica. Una es la pegada para noquear. La otra es tener quijada, el mentón firme para aguantar los golpes”, resume.

El club de barrio de Hervé resiste el paso del tiempo y la precariedad enquistada que mantiene al boxeo, hace décadas, en las cuerdas. Pero el club Huemul parece tener quijada de cinco milímetros de espesor y mentón duro para aguantar los ganchos. Pese a todo, sigue en pie. Hervé mira el calendario y pone su dedo sobre un sábado: el 3 de septiembre vuelven las veladas.
Antonio Valencia

es redactor de Deportes El Mercurio.

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