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Historias de trampas en el deporte: el supuesto motor en la bicicleta de Lance Armstrong no es el único caso de engaños insólitos

El ciclista estadounidense fue denunciado hace unos días por un exjefe de la Agencia Antidopaje Francesa, quien declaró que el castigado corredor también utilizó "dopaje tecnológico" para ganar pruebas. La acusación revitalizó el recuerdo de los mayores engaños deportivos de todos los tiempos. Hay varios fraudes ultraconocidos. Otros no tanto, como los que se reviven con mayor detalle en este repaso imperdible.
Diego Aguirre Diez23 de abril, 2021
Se hizo costumbre: cada cierto tiempo, Lance Armstrong vuelve a la escena por algún escándalo asociado al engaño, a la falsedad y al fraude. Ahora fue el exjefe de la Agencia Antidopaje Francesa, Jean-Pierre Verdy, quien puso al exciclista nuevamente en las portadas.

“Todavía tengo las imágenes en la cabeza de una etapa de montaña en la que dejó a todo el mundo en el suelo. Al final de la jornada, llamé a todos los especialistas que conozco y no entendían cómo era posible su rendimiento, incluso habiendo consumido EPO. Algo andaba mal y todos los especialistas me decían lo mismo. Sin embargo, eran personas del medio, que conocían bien la carrera. No fue la EPO la que marcó la diferencia. Creo que tenía un motor en la bicicleta”, disparó el exdirigente galo a Le Parisien, acusando ahora a Armstrong de "dopaje tecnológico".

No hay pruebas que confirmen las denuncias realizadas por Verdy. Sin embargo, un expreparador del equipo Festina, el francés Antoine Vayer, publicó un video en sus redes sociales en el que apoya la teoría de su compatriota. En las imágenes se observa que Armstrong toca la parte posterior del asiento en reiteradas ocasiones durante el Tour de Francia 1998. Según los denunciantes, de esa manera el corredor estadounidense activaba el sensor que encendía el supuesto motor incorporado a su bicicleta.




GUANTES DE YESO


De comprobarse la trampa de Armstrong, que de todas formas ha sido despojado de todos sus títulos debido a un dopaje sistemático de sustancias ilícitas que fueron reconocido por el deportista, entraría en el largo listado de fraudes que avergüenzan la justa competencia deportiva.

Como el ocurrido el 16 de junio de 1983 en el Madison Square Garden de Nueva York: el boxeador puertorriqueño Luis Resto quedó para siempre en el recuerdo de los fanáticos como uno de los mayores tramposos en la historia del pugilismo.

El centroamericano enfrentó en el mítico recinto estadounidense a la promesa del momento: Billy Collins Jr., quien a los 21 años tenía un récord de 14-0 con once nocauts incluidos.

Todas las apuestas estaban a favor del norteamericano, pero el retador de 29 años destrozó los pronósticos y venció de manera inapelable al joven boxeador local, quien quedó con el rostro desfigurado producto de los certeros golpes de su rival.

Al final de la pelea se empezó a destrabar la verdad de la sorpresiva derrota del favorito: al saludar al ganador, el entrenador de Collins Jrs. notó que los guantes de Resto estaban más pesados que lo normal y reclamó que los revisaran.

El puertorriqueño Luis Resto tiene sobre las cuerdas a Collins Jrs.: lo golpeó tanto que dejó al estadounidense con daños graves en sus retinas. Foto: Archivo

El asombro de los jueces fue total al comprobar que los guantes efectivamente habían sido adulterados y en vez de espuma tenían yeso. La trampa dejó a Resto sin subirse a un ring de por vida e incluso pagó en la cárcel su perverso engaño.

El desenlace de Collins Jr., en todo caso, fue aún más dramático. Luego de quedar con graves lesiones oculares debido a los fuertes golpes que recibió aquella noche neoyorquina, lo dejaron parcialmente ciego. El jovial boxeador entendió que su carrera no sería la misma en esas condiciones. Nueve meses después del polémico combate, la fuerte depresión que afectaba al estadounidense terminó de golpe: en un extraño accidente, Collins Jr. cayó a un barranco en su vehículo y falleció de manera trágica.

POR CULPA DEL RELOJ


En Sudáfrica 1999, los hermanos Fika y Sergio Motsoeneng, de 19 y 21 años, ambos atletas especialistas en carreras de largo aliento, sabían que su talento no era el suficiente para ganar pruebas de renombre. Sin embargo, la realidad financiera de su familia –tenían once hermanos y vivían en una empobrecida aldea sudafricana– los empujó a buscar como sea un buen resultado: en el reconocido ultramaratón de Camaradas, que se corre en ese país africano y que contempla noventa kilómetros de recorrido, la pareja ideó un plan macabro.

La exigente prueba entregaba premios en dinero a los diez mejores de cada categoría, y esa era la meta de los hermanos. Por esa razón, la alegría fue absoluta cuando Sergio –el mayor de la dupla– cruzó la meta en el noveno puesto: mil dólares al bolsillo, que el deportista envío de inmediato a su pobre familia.

Sin embargo, la historia no tendría un final feliz. Un corredor puso la primera alarma y avisó que algo raro había pasado en el recorrido del atleta sudafricano, ya que le había perdido el rastro durante la prueba.

En un comienzo, los organizadores no notaron nada extraño, hasta que días después un reportero gráfico reveló la trampa al publicar dos imágenes tomadas a Sergio en distintos puntos de la carrera. En ambas fotografías se podía ver al atleta con su respectiva camiseta y número, pero había algo que llamó la atención: en una imagen el atleta estaba con el reloj en la muñeca izquierda, y en la otra lo tenía en la derecha. Una pequeña cicatriz en la pierna izquierda también diferenciaba los dos retratos.

Acá las imágenes que delataron la trampa de los hermanos Motsoeneng. El reloj en la muñeca fue clave para comprobar el engaño de los sudafricanos.

No hubo espacio para explicaciones: los hermanos, que parecían gemelos, reconocieron que intercambiaron camisetas en plena carrera para así repartirse los kilómetros de la exigente maratón, y lograr un buen resultado que les permitiera ayudar económicamente a su familia. El cambio lo hicieron en un baño químico a mitad de ruta. Pese a la noble razón detrás de la decisión antideportiva, el castigo llegó igual. Y para ambos: cinco años sin poder competir.

Once años después, en 2010, Sergio quiso su revancha y volvió a la clásica carrera sudafricana, aunque esta vez sin su hermano menor. El atleta terminó tercero y se reivindicó de su pasado oscuro. Pero por pocos días: tuvo que devolver la medalla debido a un doping positivo.



Diego Aguirre Diez

es periodista de Deportes El Mercurio desde 2016, especialista en el área polideportiva, cubriendo tenis, golf, rugby, atletismo, básquetbol, entre otras disciplinas.

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