El centenario de la maldición del primer gran maratonista chileno
Juan Jorquera llegó como favorito e ídolo a los Juegos Olímpicos de Amberes. Había logrado la mejor marca mundial para la distancia, era campeón sudamericano y fue aclamado por miles de fanáticos. Pero el 22 de agosto de 1920 su suerte cambió, al punto de ser sancionado a perpetuidad y perder todo lo que había ganado.
El mayor triunfo de su vida fue una maldición para Juan de Dios Jorquera Bascuñán. Cuando cruzó la línea de meta del maratón del Sudamericano de 1918 en Buenos Aires —estableciendo una nueva marca mundial para la distancia, con 2 horas, 23 minutos y 5 segundos, además de integrar un célebre podio chileno junto a Luis Urzúa y Ernesto Lamilla— no solo estaba festejando un logro deportivo sin parangón para el deporte nacional, sino que cambiaría su vida para siempre.
Juan Jorquera no había llegado allí de casualidad. Era un abnegado canillita del barrio Franklin que repartía a la carrera sus periódicos en el centro de Santiago. Se había criado en la pobreza, el sacrificio y la modestia, lo que iba a cambiar apenas el tren que lo traía desde la capital argentina arribó, entre un mar de gente, a la Estación Mapocho. En la comitiva de festejo estaba el alcalde de Santiago, la banda de San Vicente de Paul y los representantes de las instituciones deportivas, estudiantiles y de obreros de la capital, que realzaron el desfile que presenciaron más de 30 mil personas en la Alameda.
Aquel 4 de junio era martes, por lo que no pudo ir toda la gente que quería homenajearlo. Por eso se convocó a otro festejo para el fin de semana, en el Parque Cousiño, para hacer una bienvenida “como Dios manda”: llegaron casi 50 mil personas y en el escenario los ejecutivos del diario La Nación le entregaron las llaves de su nueva casa en el barrio Huemul, de Franklin. Y el gobierno le dio un auto, que le serviría para cambiar de rubro. De canillita pasaría a ser taxista.

Jorquera llegando a la meta en Buenos Aires en 1918, el gran hito que marcó su carrera. Foto: El Mercurio
Pocas semanas después comenzaban las malas noticias, ya que el récord mundial no era reconocido internacionalmente debido a que la distancia del maratón de Buenos Aires era de apenas 40 kilómetros y 200 metros. Nada grave para un atleta que seguía firme en el afecto de la gente y gozaba de tal prestigio que hacía publicidad para los neumáticos Fisk, los mismos que usaba en su flamante taxi.
Sus registros siguieron siendo los mejores, refrendados por sus triunfos en el Sudamericano de 1920 en los Campos Sports de Ñuñoa, donde obtuvo el oro en los 5 mil y 10 mil metros planos, en ambos superando con holgura a otro joven canillita de nombre Manuel Plaza. Jorquera estaba calificado para ir a los Juegos Olímpicos de Amberes. Solo faltaba conseguir los pasajes.
LA ODISEA INCREÍBLE
No fue tan fácil como parecía. No por los dineros —que había prometido Jorge Matte Gormaz, el presidente de la Federación— sino porque no había cupos en los barcos. Solo asistirían dos atletas chilenos y, apenas tres días antes del zarpe les confirmaron que tendrían camarote compartido en el vapor Ortega. Junto a Jorquera viajaría el lanzador penquista Arturo Medina, que el día previo reemplazó a Harold Rosenquist, quien por razones laborales no pudo embarcarse. En Bélgica se unirían el embajador Manuel Balmaceda y el teniente de ejército Ramón Cañas como dirigentes.
Los Juegos de Amberes habían sido entregados a los belgas debido al sacrificio del país y su gente durante la Primera Guerra Mundial. Muchas batallas se disputaron en su territorio, y la cita serviría para celebrar la victoria y la liberación, aunque dinero no había. Empresas privadas y el Barón Pierre de Coubertin acudieron en apoyo del Rey Alberto I para celebrar la cita.

La estampa de Jorquera antes de iniciar su viaje a Amberes. Foto: Zig Zag.
A bordo del barco, las cosas iban mal para Jorquera. Un golpe en un pie le imposibilitó entrenar en el estrecho espacio que el vapor Ortega ofrecía. Y ya no tenía la potencia de su época de canillita, porque en los últimos meses solo se había desplazado en su nuevo auto. Tras 40 días de travesía, y a apenas nueve de la competencia, su estado físico era muy malo, aunque al deportista pareció no importarle demasiado, ya que en el viaje había conocido a una nurse que cuidaba a los niños de un matrimonio británico, con quien sostuvo un romance que culminó apenas llegaron al Viejo Mundo.
Los dirigentes y compatriotas residentes le consiguieron un médico que lo revisó y diagnosticó una luxación, pero los problemas se iban a agravar cuando desconocidos le robaron su equipaje y los 240 francos que le habían entregado para su mantenimiento. Otra vez la solidaridad de los chilenos —que hicieron una rápida colecta para reunir mil 500 francos— solucionaron en parte las cosas, pero Jorquera tomaría otra decisión equivocada, al entrenar junto al poderoso equipo danés, con quienes corrió media maratón, lo que acentuó sus problemas musculares y le generó una herida en el pie.
Finalmente, cuando el 22 de agosto se lanzó a correr en el maratón olímpico de Amberes, Jorquera era una sombra del atleta que había triunfado en los Sudamericanos. El resultado fue contundente: remató en el lugar 33 con 3 horas y 17 minutos, el peor tiempo de toda su carrera. Un fracaso innegable en la competencia más importante de su vida.
EL INFIERNO INEVITABLE
El retorno fue triste y solitario. Nadie lo esperó a la llegada y perdió el apoyo de los dirigentes de la Federación, profundamente decepcionados de su desempeño en la competencia y fuera de ella. Acusado de desobediencia e inconducta, Jorquera decidió aceptar un ofrecimiento para desafiar a Alfonso Sánchez, fondista olímpico en 1912 y que se había convertido en profesional en 1917 para competir en Argentina.

El homenaje a Jorquera en el Parque Cousiño luego de su coronación en Argentina. Foto: Zig Zag.
Se trató de una media maratón en los Campos Sports de Ñuñoa, donde se cobró entrada al público y se estableció un premio para el ganador. Como los auspicios habían bajado y la fama lo había abandonado, Jorquera aceptó el pago de los organizadores, lo que aumentó el disgusto de las autoridades deportivas, que le aplicaron todo el rigor del reglamento: en esa época solo se permitían deportistas amateurs.
En 1921, Jorquera fue sancionado a perpetuidad. Vio a la distancia como un joven Manuel Plaza tomaba su lugar, conseguía la medalla de plata olímpica que él había ido a buscar y nunca más pisó una pista.
El castigo le fue levantado recién el 3 de septiembre de 1954, 33 años después, cuando el nombre de Juan Jorquera fue reivindicado en su condición de olímpico y poseedor de la mejor marca mundial en el maratón. Sus restos reposan desde agosto de 1973 en el Mausoleo de los Deportistas en el Cementerio General. Un siglo después de su aventura desgraciada en Amberes, debemos rescatar su recuerdo.

Aldo Rómulo Schiappacasse
es, además de columnista de El Mercurio, presentador de televisión, periodista y comentarista deportivo. Actualmente trabaja en el Canal del Fútbol, Chilevisión y Radio ADN.