Santiago de Chile.   Sáb 05-07-2025
0:42

En canchas de tierra y en pleno desierto de Atacama: la insólita forma de jugar golf en el norte

Hace más de cien años, empresarios estadounidenses y británicos dejaron un legado que se mantiene hasta hoy en el norte del país: jugar golf en el desierto. Poco importa que no haya ni un metro de pasto a kilómetros de distancia. Una decena de canchas de tierra recibe diariamente a cientos de golfistas locales, que se las arreglan para gozar con este deporte. Nada se improvisa: sus campos simulan bosques y lagunas, y una pequeña alfombra sirve para no dañar los palos. Así se juega golf en el desierto.
Foto: Facebook
Diego Aguirre Diez19 de diciembre, 2020
Luis Álamos, de 75 años, vive hace más de cinco décadas en El Barquito, localidad situada a cinco minutos de Chañaral, en la Región de Atacama. Su máxima pasión, dice, es el golf. Sin embargo, si quisiera ir a jugar a una cancha de pasto, tendría que viajar 500 kilómetros al sur, hasta La Serena. O bien, trasladarse hasta la zona norte de Antofagasta, que queda a 400 kilómetros, aunque allí solo tienen un campo de nueve hoyos.

Esto no impide que Luis disfrute el deporte que le apasiona: al menos dos veces a la semana, el veterano golfista se levanta a las seis de la mañana, se pone short y polera, mucho bloqueador, agarra su bolsa de palos y camina hacia el desierto: a metros del pueblo se construyó, hace más de seis décadas, una cancha de golf de tierra, en pleno desierto de Atacama.

El escenario montado para practicar esta disciplina, acostumbrada a jugarse en clubes con pasto en perfectas condiciones, parece insólito. Pero no es una rareza: hace más de cien años, empresarios estadounidenses y británicos que hicieron fortuna en el norte de Chile, producto de la minería y del salitre, iniciaron la práctica del golf en estas condiciones, ante la imposibilidad de que pudiera crecer césped en un terreno tan seco. Y el legado se mantuvo: hoy en día hay una decena de canchas de este tipo desde Arica a Copiapó, y siete clubes están asociados a la Federación Chilena de Golf.

Una postal que se repite en el norte: un solitario golfista camina por el desierto buscando su bola entre medio de la tierra y las piedras.


“Empecé a trabajar como caddie para los gringos, en el sector de Potrerillos, a principio e los 60. Ellos trajeron el golf a la zona, haciendo canchas en pleno desierto. Los estadounidenses jugaban en la mañana, y en la tarde aprovechábamos de jugar nosotros. En 1965, varios trabajadores creamos un club acá en la zona de El Barquito, que al principio se llamó ‘Chilean golf club’, para que les quedara claro a los gringos que era nuestro”, cuenta Álamos, uno de los fundadores del club El Barquito Chañaral.

Parado sobre el tee de salida del hoyo 1, ubicado en un montículo de tierra, Álamos se apresta a pegarle a la bola con su averiado driver. Antes, eso sí, acomoda una pequeña alfombra de pasto, y la apoya en el polvoriento terreno desértico. El felpudo verde lo acompañará durante toda la ronda.

“Esta alfombra solo se puede ocupar dentro del fairway. Si la pelota cae en el rough, no hay felpudo: ahí se utilizan palos de sacrificio, porque se le pega en la tierra no más, donde está lleno de piedras. Esos palos quedan bien dañados. Las pelotas se gastan más rápido que en el pasto, eso sí. Una bola te puede durar varios días jugando en césped, pero acá en el desierto con suerte dura los dieciocho hoyos”, explica el jugador.

En cada tiro, y solo si la bola cae dentro del fairway, el jugador puede golpear la pelota arriba de una alfombra, y así evitar el terreno pedregoso.

No se confunda, toda es tierra y desierto, pero el campo está diseñado tal cual como las canchas santiaguinas de Los Leones o el Sport Francés, y simula cada detalle a la perfección. El fairway, por ejemplo, está demarcado con tiza blanca, y en el camino al green uno puede encontrarse con lagunas y bosques. Leyó bien: las zonas de agua son fingidas con piedras pintadas de color azul, mientras que el sector de árboles está representada con piedras verdes.

Lo más parecido a una cancha normal son los bunkers de arena. “Para eso tenemos material de sobra”, dice el dirigente.

“Las reglas son las mismas: si cae la bola en esos lugares, recibes golpes de penalización”, apunta el presidente del club chañaralino.

Llegando al green todo se vuelve un poco más amigable. El sector que rodea el hoyo es la parte mejor trabajada de la cancha. “Es arena fina, y se mantiene con rastras, que dejan plano el terreno. Ahí se le pega sin el felpudo”, señala Álamos.

TIERRA, VIENTO Y ZORROS


Está dicho, hay canchas de tierra repartidas por todo el norte del país, y una de las más nuevas se construyó en Copiapó, a pocos kilómetros de donde estaba la mina San José, lugar donde quedaron atrapados los 33 mineros.

“Somos veinticinco socios. No es muy masivo el golf por acá. Somos poquitos, pero muy apasionados. Las personas que juegan son en su mayoría profesores, pero hay carabineros, conserjes, personas que trabajan en minería. Este club nació hace cinco años y hacemos campeonatos todos los meses”, detalla Mario Ruiz, presidente del Club de Golf Copiapó, que aún no puede afiliarse a la federación ya que no han construido un club house, requisito fundamental para estar asociado.

La expectación a tope sobre el green: la zona cerca de la bandera está especialmente nivelada para que la bola se mueva de manera fluida por el terreno.

“Obvio que nuestro sueño es tener una cancha de pasto, pero sabemos que es una utopía. La zona geográfica no lo permite. Jugar golf en pasto es lo ideal, pero eso no nos quita las ganas de seguir haciéndolo en el desierto. Nos gusta mucho este deporte”, sigue Ruiz.

El clima, se sabe, es extremo. “Es recomendable jugar en la mañana. A las doce o una de la tarde se complica, porque aparece un viento muy fuerte, que hace casi imposible jugar. Muchas veces nos ha pasado en campeonatos, que de un momento a otro aparece un temporal de arena que no deja ver más allá de diez metros. Por eso, generalmente nuestros socios llegan al club a las siete de la mañana”, confiesa el mandamás del club copiapino.

No es todo: “Últimamente, apareció un zorro en el lugar. Y nos quita las pelotas. Hay socios que han perdido diez pelotas en el día por culpa del zorro. Después las encontramos enterradas”, dice Ruiz.

Cuando llueve, aunque no lo crea, alcanza a salir un poquito de pasto en algunos lugares, pero casi nada. Igual, no nos conviene que llueva tanto: muchas veces cuando cae mucho agua, las quebradas sufren pequeños aluviones que borran toda la cancha. Muchas veces hemos tenido que reconstruir todo el campoLuis ÁlamosPresidente del Club Barquito de Chañaral


UN PROFESIONAL EN EL DESIERTO


Juan Cerda es uno de los mejores golfistas rentados del país. Actualmente juega en el PGA Latinoamérica. Hace dos años cambió, por unos días, el pasto por la tierra, y viajó al norte a disputar un torneo.

“Me invitaron desde la federación a jugar un torneo al Club de Golf Río Lluta, en Arica. Ellos necesitaban que fuesen dos jugadores profesionales, así que fui. Era un campeonato internacional”, dice Cerda.

El jugador recuerda : “Es un golf diferente, obvio. Te pasan este felpudo de pasto, que lo llevas para todos lados y desde ahí le pegas. Es una locura. A los greens le pasan un aceite especial, o algo así, para que la bola ruede bien. Cuando la pelota da bote en el pasto, uno sabe más o menos adonde puede terminar. En la tierra no, porque te puede picar justo en una piedra chica y se va a cualquier lado. Es un cambio drástico al momento de pegarle a la bola”, manifiesta el golfista.

En esa ocasión, y pese a todo, Cerda pudo lograr un buen cometido en el certamen, aunque no ganó. “Salí segundo. Me ganó un peruano que estaba acostumbrado a jugar en el desierto. Para mí fue muy apasionante jugar en tierra, sobre todo porque te das cuenta lo privilegiado que eres de poder tener canchas de pasto a tu alcance todos los días. La pasión que tienen por el golf es mucho mayor que la que se vive en Santiago”, apunta el golfista de 27 años.

El fairway está delimitado con tiza blanca. Fuera de esa área, el jugador no podrá ocupar el felpudo verde para golpear la bola. "Ahí se utilizan palos de sacrificio, porque le pegas a las piedras", dicen los jugadores locales.


En el norte, confiesan, el acceso a las canchas de golf es transversal. “Allá en Santiago, excepto en el Club Mapocho, es más restringido poder jugar golf en los clubes privados, porque son muy caros. Acá en el norte las canchas son baratas y está al acceso de todos: en nuestro club, por ejemplo, se paga mil quinientos pesos la salida, y las cuotas de los socios son de dos mil pesos”, advierte Álamos, del club de Chañaral.

Las disimiles condiciones entre los campos de la zona centro y norte dan pie a las comparaciones: “En el verano siempre vamos con un grupo de amigos a jugar torneos a La Serena o a Santiago, y siendo sinceros no nos va muy bien. Pero cuando viene gente del centro a jugar en el desierto, nosotros les ganamos”, comenta Ruiz, de Copiapó.

“Te diría que la realidad que se vive con el golf en el norte del país es bastante desconocida acá en Santiago. Lo más parecido para los santiaguinos fue cuando en su momento existían los greens de arena en el club de golf de Papudo, pero no es nada comparado a la realidad del norte”, destaca Cerda.

Más que tener canchas de pasto, yo creo que el sueño de ellos es lograr tener campeonatos de calidad en sus clubes. Que vayan jugadores de buen nivel y cada vez más personas de su comunidad se involucren en este deporteJuan CerdaGolfista profesional

Por último, lo que ha hecho Joaquín Niemann en el PGA Tour también es seguido de cerca por los nortinos. “Las personas que vienen a jugar golf acá son en general gente más mayor. Hemos intentado motivar a los niños para que practiquen este deporte, pero sin éxito. Hemos hablado con el papá de Joaquín Niemann, y él se comprometió con nosotros para que ‘Joaco’ pueda venir algún día a la zona y jugar un par de hoyos en nuestra cancha. Siendo honestos, yo creo que a Niemann que le va a costar un poco jugar acá (ríe). Aunque hablando en serio, motivaría a muchos niños”, cuenta Álamos.

Ruiz cierra: “Sería bonito que Niemann, y otros golfistas profesionales, vengan a conocer esta realidad. Las canchas pueden ser distintas, pero el amor por el golf es el mismo”.

Diego Aguirre Diez

es periodista de Deportes El Mercurio desde 2016, especialista en el área polideportiva, cubriendo tenis, golf, rugby, atletismo, básquetbol, entre otras disciplinas.

Relacionadas
A fondo con...