Groserías
La grosería en serio y espeluznante es la del portero argentino “Dibu” Martínez, que por uno y otro partido, y en torneos mundiales, se convirtió en el campeón de esta materia gris y pegajosa, y si lo hizo atajando, es mejor no imaginar lo que sería convirtiendo un gol.
Hay muchas formas de celebrar un gol, quizás la más transparente y genuina es la espontánea, pero estos son tiempos de cálculo e imitación, y los futbolistas, por las razones que sean, se contaminan unos con otros, y las posibilidades de copia se han ampliado de manera universal gracias a la televisión.
Los futbolistas, alguna vez, se pegaron parches nasales, fue durante unos años y después desaparecieron. Es moda, costumbre y es lo que se lleva durante la temporada, entonces cortes de pelo, pelos teñidos de rubio y más tatuajes que Queequeg, un personaje imaginado y originario de Nueva Zelanda, en ningún caso famoso por el fútbol, sino por su fuerza y puntería con el arpón, hasta el día en que se encontró con Moby Dick.
La peor celebración es la grosera, cuando se convierte en burla hacia el rival o cuando se festeja con la ayuda del aparato genital, por razones que un siquiatra explicaría mejor que nadie.
¿Será porque de algún modo retorcido conecta con conquistar, ultrajar y humillar? ¿Será pasar por encima del rival y destrozar su honra? ¿Será que la exhibición de esas menguadas presas simboliza hombría y supremacía?
El aparato genital masculino pertenece al acervo humorístico y a la memoria histórica de los futbolistas, desde luego en los que ahora son comentaristas. Tamaños, proporciones y el frío que encoge y arruga son inevitables en cualquier conversación porque los reinstala en los viejos y buenos tiempos del camarín. En todo caso son groserías blancas, dichas sin maldad y hasta con cariño, que califican en la categoría juvenil y vulgar, eso sí.
La grosería es fácil y untosa como la margarina, se esparce por las redes sociales, florece como enredadera entre los memes y después se hace costumbre, se normaliza en la vida diaria y en cómo se celebra un gol.
La grosería en serio y espeluznante es la del portero argentino “Dibu” Martínez, que por uno y otro partido, y en torneos mundiales, se convirtió en el campeón de esta materia gris y pegajosa, y si lo hizo atajando, es mejor no imaginar lo que sería convirtiendo un gol. Sus gestos obscenos y universales incluso fueron utilizados por la publicidad y el marketing —tamaño de la hamburguesa o el uso de huevos—, porque con el fútbol y la fama no hay nada que hacer, y tampoco se trata de exagerar, ponerse serio y vestirse de tonto grave; sin embargo, la sospecha es que los argumentos que comprenden y perdonan las groserías en el fútbol se sostienen en una letra de fondo que dice lo siguiente: “Son futbolistas. No les puedes pedir más”.
Si se aprecia a los futbolistas, y no se les desprecia, es un deber exigirles más.
Y esto es lo menos: que no sean groseros al celebrar un gol.

Antonio Martínez
es periodista y crítico de cine; fue editor de Cultura de “La Época”, jefe de redacción de “Hoy” y director editorial de Alfaguara. Fue corresponsal, desde España, de “Estadio”, y columnista de “Don Balón”. Autor de “Soy de Everton, y de Viña del Mar” (2016), y junto a Ascanio Cavallo, de “Cien años claves del Cine” (1995) y “Chile en el cine” (2012).