Los contextos condicionan las prioridades y Universidad Católica, un club con paladar negro, entiende que vive una reconstrucción donde la viga inicial que se busca son los puntos, las victorias y después vendrá lo otro.

El conjunto de Tiago Nunes se trae todo el botín desde el Luis Valenzuela Hermosilla, superficie incómoda, que endurece músculos y agobia a sus inquilinos. Ayer se jugó con 27° y varios terminaron en una pierna doloridos por calambres: Clemente Montes, César Pinares, Alfred Canales, Eugenio Mena… No brilla la UC ni está cerca de los destellos. Por ahora es un equipo que se aboca a tareas primarias: resguardar el orden, intentar poner a correr a sus atacantes con espacios y sumar. Eso antes que todo.

El gol de Gonzalo Tapia, bien cerca del final, rubricó un avance bien pensado, con la pelota yendo de lado a lado. La jugada empezó en la derecha, Canales la abrió a la otra banda, vino el centro del zurdo Mena y Fernando Zampedri devolvió al área un balón perdido para que el “20” venciera al meta Nelson Espinoza, mientras una tropa de defensores locales acompañaba con la mirada.

Eso le bastó a la visita para quebrar un partido chicloso, con rivales incapaces de sacudirse de sus limitaciones. Mejoró algo la UC en la segunda parte, cuando Nunes reordenó el diseño y metió cambios: los ingresos de Lucas Menossi, Alexander Aravena (sentado en el banquillo por decisión técnica) y Zampedri activaron la búsqueda, con jugadores a diferentes alturas en campo rival, un dibujo menos rígido que el 4-4-2 inicial.

Copiapó, que venía traumado después de recibir ocho goles en los últimos dos partidos, no dudó en retroceder cuando se vio acechado, reagrupando su línea de cinco defensores y los volantes de corte (Jaime y Soto), y encomendado a alguna descarga a través de la inventiva de Jorge Luna. Pero se distrajo con Tapia y el plan de partido se fue al diablo. Un par de envíos de “Semilla” en balones detenidos para Jaime y Álvaro Cazula entrando por el segundo poste fueron testimonio de una reacción de angustia.

El recuento del local entregó dos goles anulados: en el inicio, uno de Maximiliano Quinteros, y sobre el final, otro de Tobías Figueroa, ambos invalidados por posición ilícita. No mucho más, salvo los piques de Juan Carlos Gaete ante un fundido Aaaron Astudillo en el epílogo.

El botín cruzado también se justificó en la tarea de Thomas Gillier, que en el primer tiempo reaccionó con tino ante disparos de Quinteros y Bryan Soto, y además solucionando un ‘blooper’ cuando tentó un autogol tras recibir un pase atrás de Daniel González mal controlado.

Católica trabajó la victoria de principio hasta el final, con tesón y sacrificando nombres en tareas que también pide la lucha. Nicolás Castillo se dedicó a tiempo completo a fijar a sus marcadores y se retiró frustrado sin recibir un mísero balón con ventaja. La perchera de todos se entregó con sangre. Eso también es parte de la cruzada.

La sofocación final obligó a meter a Alfonso Parot como quinto elemento en la defensa. Resistencia pura, porque los puntos, en este contexto, no se manchan.