Los indicadores económicos recientes no son buenos. Padecemos de una tóxica combinación de alto desempleo, alta inflación, baja inversión y caída del Imacec. Combinación que refleja la profundidad de la crisis en que seguimos viviendo. Una crisis que tiene causas múltiples que se han ido acumulando durante unos diez años y que requieren acciones correctivas en múltiples frentes, acciones que esperemos se tomen en los próximos años para ir reduciendo las incertidumbres que tanto confunden a los inversionistas.
Entre ellas hay una que se podría tomar ahora mismo: la redacción de una constitución capaz de suscitar el apoyo de una mayoría de chilenos y que, si lográramos aprobarla el 17 de diciembre, eliminaría por lo menos una de las grandes fuentes de incertidumbre.
Todavía estamos lejos. Es que el 7 de mayo una vez más elegimos constituyentes demasiado cargados a un lado del espectro político. A pesar de que su triunfo puede ser tan efímero como fue el de la Lista del Pueblo, los republicanos han caído ellos también en la tentación de querer hacer una constitución a su pinta. Es cierto que últimamente han estado dando algunas muestras de moderación. El llamado de Evelyn Matthei ha tenido un efecto positivo. Pero todavía hay mucho camino que recorrer.
Son numerosos los factores que han contribuido a que el camino hacia una constitución de aceptación amplia fuera desde un comienzo muy difícil.
Primero, el hecho de que en Chile ha habido más polarización electoral que en otros países. Imagínense una España en que el PP fuera el socio minoritario de Vox, y el PSOE el socio minoritario de Podemos o Sumar, con Vox o Podemos encargados de redactar una constitución. Es justo lo que nos ha ocurrido en Chile. Por su parte, nuestros partidos tradicionales de centroizquierda y centroderecha, en vez de mantener levantada la voz en defensa de sus valores, se han dejado intimidar; se han prestado a ser vagones de cola. Si no empiezan a golpear la mesa pronto, estos partidos tenderán a desaparecer, como ha ocurrido con la centroderecha y la centroizquierda en Francia.
El problema de esto en materia constitucional es que todo texto redactado principalmente desde uno de los polos del espectro va a tender a ser recibido por la ciudadanía con sospecha, por bueno que sea. Otro problema: el bienio electoral que se acerca, y que lleva a que nadie quiera arriesgar su supuesto “capital político”. Otro más: las redes sociales y la prensa, que magnifican pequeños detalles que emanan de las deliberaciones de los consejeros y los convierten en escándalos, dándonos la impresión de que la constitución entera va a estar compuesta de frívolos gustitos. Eso se obviaría si al final de cada día los consejeros salieran a presentarnos un cuadro más amplio; si salieran a comunicar las cláusulas en que están de acuerdo en vez de enfatizar solo aquellas en que están particularmente distanciados.
En todo caso, dada su contundente mayoría, son los republicanos los que tendrían que avanzar hacia un texto más consensuado, uno que ojalá se acercara al espíritu del borrador propuesto por la comisión de expertos, que tiene la gran virtud de gozar de una aceptación amplia. Dios quiera eso sí que, si lo hacen, no sea demasiado tarde, dado el ruido conflictivo que nos han desplegado estos meses.
Según José Antonio Kast, “esta la vamos a dar vuelta en dos meses”. No sabemos todavía si está pensando en dos meses de desafíos comunicacionales para convencernos de la bondad de su texto, o del desafío, tanto más noble, de resignarse él a cambios aun cuando no sean de su agrado.
Ojalá lo segundo.
Es que vale la pena rescatar esta constitución si se le pueden hacer esos cambios. Porque tiene muchas virtudes. Los cambios en el sistema electoral, por ejemplo, que reducirían la inestable atomización que hay en el Congreso. Más que nada, la aprobación de una constitución consensuada atenuaría el odioso clima de confrontación que hay en el país.