Convertido en un símbolo de la violencia desatada a partir de octubre de 2019, el monumento al general Baquedano, héroe de la Guerra del Pacífico, sufrió serios daños luego de haber estado expuesto durante un año y medio al vandalismo que caracterizó ese período. Cuando ya los intentos por derrumbarlo amenazaban con tener éxito y el Estado parecía incapaz de evitarlo, se optó por remover el conjunto escultórico. Para muchos, su retiro y posterior ubicación “temporal” en el Museo Histórico y Militar de Santiago, luego de haber sido restaurado, constituyó una claudicación ante la violencia y una pérdida inigualable de consideración por uno de los emblemas históricos nacionales más significativos. El plinto vacío se transformó en un testimonio del deterioro urbano y, para algunos, también de la derrota del Estado de derecho. Y aunque el ensañamiento contra la pieza —obra del escultor Virginio Arias, levantada por erogación popular— fue expresión de un actuar marcado por la irracionalidad, no faltaron intelectuales y políticos que lo justificaron intentando desconocer el valor de los servicios prestado al país por Baquedano.

Sea por esa absurda politización —de la que el actual oficialismo fue parte— o por temor a las eventuales reacciones de los grupos vandálicos, el Gobierno se resistió por largo tiempo a zanjar el destino definitivo del monumento. La exministra del Interior Carolina Tohá llegó en su momento a admitir que “me da miedo traer de vuelta a Baquedano”. Antes, el Presidente Boric se había manifestado partidario de instalar allí un monumento que recordara a Gabriela Mistral. A la larga, sin embargo, las gestiones de los alcaldes de las comunas adyacentes y la opinión favorable del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) y de la ciudadanía ——que, según las encuestas, apoya mayoritariamente la reinstalación de la efigie— permitieron que se adoptara la decisión de devolver la obra de Arias a su lugar, dentro de la remodelación de que está siendo objeto el sector en el contexto del proyecto eje Alameda/Providencia.

Así, esta semana, bajándole el perfil al tema, y al día siguiente de que el Presidente —en su cuenta anual— volviera a anunciar la intención de levantar una estatua de Gabriela Mistral —quien ya cuenta con un gran mural en el cerro Santa Lucía en su homenaje—, la vocera de gobierno precisó que la figura de Baquedano sería parte de “un polo de monumentos”, junto con las obras que recuerdan a José Manuel Balmaceda y Manuel Rodríguez, y al “Genio de la Libertad”, de Roberto de Negri, a los que además se agregaría la laureada poeta.

La medida ha sido aplaudida, pues devuelve a la ciudad uno de sus puntos emblemáticos, pero aún persisten indefiniciones respecto de cuál será la configuración que tendrá el sector. De hecho, el alcalde de Santiago ha dicho que pedirá que la estatua de Mistral se ubique en la Plaza de Armas.

Como sea, el regreso de Baquedano a la plaza que lleva su nombre implica borrar una de las más profundas huellas que dejó el vandalismo y sus implicancias en el deterioro urbano de Santiago. También constituye un acto de justicia hacia un servidor de la república y un bienvenido signo del fracaso de los intentos por degradar y refundar nuestra historia, que caracterizaron al llamado “octubrismo”. En esa línea, es de esperar que, junto con la estatua, regresen también la pieza que homenajeaba al Soldado Desconocido y los bajorrelieves conmemorativos de las batallas de Chorrillos y Miraflores, reconstituyendo uno de los puntos de mayor simbolismo cívico de la capital.

El anuncio de esta semana, así como la reapertura de la iglesia de la Asunción y los planes de reparación de otros templos aledaños, son acciones decisivas para la recuperación de uno de los sectores más golpeados por la violencia. Recuperar la plaza Baquedano como un espacio urbano de encuentro y esparcimiento, devolviendo el simbolismo que hace 100 años se quiso establecer para la capital, demanda de las autoridades y de quienes habitan la ciudad respeto por el entorno compartido y una condena decidida de todo intento por vandalizar y copar espacios comunes con fines destructivos.