Una antología es una selección de piezas dignas de ser difundidas, algo que puede hacerse, entre otros objetos valiosos, con textos filosóficos pasados o presentes, aunque es difícil que un texto antiguo quede completamente relegado a un tiempo pretérito.
Los productos de la actividad filosófica, a diferencia de los que son obra de la técnica, no envejecen ni son sustituidos por otros que hubieran alcanzado mejor rendimiento y mayor utilidad. Los que son resultado de aquella actividad se empecinan en permanecer, en quedarse, y si la filosofía avanza, lo hace porque sabe volver, si bien para sumar y no restar a las obras filosóficas precedentes. Lo realmente descorazonador, además de inexacto, se produce cuando algunos se apresuran a decretar la muerte de la filosofía, extendiéndole el correspondiente certificado de defunción, y, para peor, haciéndolo como si se tratara de una comprobación novedosa y placentera.
Una antología de textos filosóficos chilenos, como es el caso presente, no intenta resucitarlos boca a boca, sino que, todo lo contrario, tiene el efecto de reforzar la vitalidad a los textos seleccionados. A los textos y también a los autores de estos, así hubieran desaparecido, que es el caso de todos los aquí antologados, excepto Carla Cordua, quien se acerca a los cien años de edad. “Antología de filósofos chilenos” se titula esta que fue editada por Patricio Brickle y presentada en el Centro de Estudios Públicos por Sylvia Eyzaguirre.
Sin llegar al extremo de anunciar la muerte de la filosofía, existen no pocas afirmaciones desdeñosas acerca de ella, si bien casi siempre impulsadas por un virtuoso sentido del humor. Una de las más recordadas dice que hacer filosofía es similar a la búsqueda en un cuarto oscuro de un gato negro que no existe. Pero, ¿saben?, el gato existe, no más que se ha vuelto cada vez más indócil y escurridizo, y ningún filósofo consigue atraparlo del todo. El gato se agita tanto como lo hacen quienes lo buscan, sin poder echarle el guante. A lo que se parece más bien hacer filosofía es a ir por un laberinto, sin que se disponga de un hilo salvador que conduzca a la salida, con la complicación de que, encontrada que sea la salida, esta nos enfrenta a un nuevo laberinto, lo cual quiere decir que si eventualmente se encontrara la salida sería para ingresar a otro.
Señalemos que, además de Carla Cordua, concurren a esta antología Roberto Torretti, Jorge Millas, Joaquín Barceló, Héctor Carvallo, Humberto Giannini, Juan de Dios Vial, Jorge Eduardo Rivera, Alfonso Gómez-Lobo, Óscar Godoy y Juan Rivano, todos acompañados de alguno de nuestros actuales filósofos o pensadores, quienes los presentan y comentan con fidelidad y admiración. Una buena parte de esos inolvidables autores coincidieron en los años 60, bajo la dirección inspiradora de Rafael Gandolfo, dando regularmente clases en el Instituto de Filosofía de la Católica de Valparaíso, para beneficio de los estudiantes y futuros discípulos, incluyendo a jóvenes de los primeros años de cada promoción. Algo pasó allí en Valparaíso. Solo algunos de los nombrados vivieron en la región; otros se trasladaban al Puerto para cumplir sus tareas docentes, como si hubiéramos tenido un faro encendido en la costa
Todos somos individuos, pero aquí hablamos de individualidades, caracteres, sujetos portadores de algún sello personalísimo que no era meramente una marca. Algunos de ellos publicaron mucho, aunque nunca en exceso; otros, en cambio, poco, y en ocasiones muy poco, pero todos se plantaban firmes y reconocibles ante sus auditorios.
¿Y qué puede haber mejor que hacer filosofía metidos en las salas de clase?