Nunca antes la derrota de la selección chilena, futbolísticamente hablando, porque nada supera el escándalo de Maracaná para Italia 1990; fue tan escabrosa.

La Roja se rompió antes de llegar a la doble fecha final, dando muestra de su profunda fragilidad. Abandonó antes del término una pelea que como nunca en la historia repartía premios mundialistas para la mayoría. El descarte anticipado le agregó más bencina al incendio.

Las miradas perdidas de Alexis Sánchez, Rodrigo Echeverría y Gabriel Suazo en el campo de El Alto fueron el testimonio de un proceso tormentoso. La altura y el ahogo que se sufre en Villa Ingenio terminaron por deformar a un equipo sostenido con alambres, lleno de fisuras y apenas maquillado con gotas de esfuerzo, sin liderazgos técnicos ni faros en la cancha.

La Roja jugó 35 minutos con un jugador más en Bolivia, tras la suela alta de Lucas Chávez sobre Fabián Hormazábal y la posterior expulsión del local (tras revisión en el VAR), pero eso no le dio claridad ni energía a la visita para torcer su suerte. Jugar bien allá arriba es una quimera, pero sí se puede sobrevivir con una estrategia a la medida, y la selección hace rato va por la vida sin un plan.

El gol de Miguel Terceros (5’), maniobrando ante defensores estáticos tras un centro de Diego Arroyo en la parcela del desbordado Suazo, fue la primera estaca. Luego, el patadón destemplado del ingresado Francisco Sierralta ante el atrevido Robson Matheus terminó por deshilachar todo. Entonces empezó a desfallecer el equipo de Ricardo Gareca y no hubo vuelta atrás. La improvisada estrategia del segundo tiempo ayudó repoco (Víctor Dávila como ‘doble 9’ junto a Sánchez, Lucas Cepeda recogido en la derecha y Felipe Loyola cubriendo el sector izquierdo), menos el juego empalagoso, en que cada pelota al espacio era una pérdida. El tanto agónico de Enzo Monterio, propiciado por un rebote de Brayan Cortés, timbró una sentencia a la medida.

La campaña de la selección remeció todas las estadísticas vigentes. El equipo fijó un 21% de rendimiento en el premundial, el peor registro bajo el sistema de la eliminatoria de todos contra todos. El “Tigre” fue detonador de la debacle, porque en su ciclo el equipo apenas abonó cinco puntos de 30 disputados, mientras que Eduardo Berizzo aportó cinco unidades en cinco jornadas (el partido restante lo perdió con Nicolás Córdova).

Los liderazgos fueron insuficientes. Gary Medel empezó tirando el carro con el “Toto”, mientras Gareca siguió con Arturo Vidal y terminó con Sánchez, todos muy lejos de su mejor versión.

La decadencia del equipo está muy marcada por la desidia ofensiva, porque no se anotaron goles en los últimos cuatro partidos y a lo largo del proceso en 11 jornadas no hubo festejos. Desde el premundial 2010, en que la Roja acertó 32 goles, la merma en la pegada fue sistemática: 29 (2014), 26 (2018) y 19 (2022), hasta llegar a los nueve aciertos actuales.

La selección sepulta a más de una generación (49 futbolistas han jugado esta clasificatoria), que hizo malabares durante tres procesos y que ayer eligió caer al vacío desde lo más alto. La emergencia que clama por nuevos equilibristas.