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RenovarEditorial
Domingo 03 de noviembre de 2024
Un futuro para Santiago
La imagen que los chilenos tengan de su país se verá inevitablemente afectada por aquella que refleje su comuna capital.
El aplastante triunfo de Mario Desbordes (RN) sobre Irací Hassler (PC) en la disputa por Santiago —obtuvo el 51% de los votos sobre algo más de 28% de la actual alcaldesa—, además de simbolizar el declive del PC en estas elecciones y la emergente fuerza que exhibe la oposición a partir de ellas, plantea a Desbordes un importante desafío. No solo debe administrar la comuna —emblemática, porque en ella se fundó la capital, y es la sede de los poderes Ejecutivo y Judicial—, sino que debe mostrar, además, un camino de recuperación para la penosa declinación que ella ha sufrido.
Santiago no es solo el lugar de residencia de sus vecinos o el de trabajo para numerosos funcionarios públicos: junto con todo ello, su casco céntrico es también el símbolo de la nación como un todo, parte esencial del imaginario colectivo del país. Así como la historia de Chile está representada por sus edificios más distintivos, las ambiciones a las que la nación aspire han de expresarse en el dinamismo de su comuna capital. En definitiva, la imagen que los chilenos tengan de su país se verá inevitablemente afectada por aquella que refleje dicha comuna. Por eso, no es posible permitir que el deterioro, especialmente el de su casco céntrico, continúe. Es imperativa una visión de futuro, que marque el inicio de un renovado camino de progreso.
De este modo, la labor que Desbordes debe acometer va más allá de la seguridad que sus vecinos con razón reclaman, o de recuperar la educación de calidad de sus liceos emblemáticos, penosamente capturados por destructivas ideas radicales, o de preservar la limpieza y el orden en sus espacios públicos. Sin dejar de atender cada una de esas urgencias, es fundamental también la elaboración de un plan de largo plazo a partir de esa referida visión de futuro, que comience recuperando la inversión pública y, como consecuencia de ella, estimule la inversión privada para darle un nuevo y dinámico impulso al desarrollo. Un plan que incluya a urbanistas, historiadores, sociólogos, emprendedores, paisajistas, entre muchos otros, y que reclute la voluntad política del Ejecutivo, con una visión de Estado que atraviese varias administraciones. Obviamente, ello no será posible si solo se cuenta con los recursos de que el municipio directamente dispone.
En febrero de 2041, Santiago cumplirá 500 años. El nuevo alcalde tiene la gran oportunidad de trabajar con un doble propósito: administrar la comuna para entregar las soluciones que sus problemas contingentes requieren, pero al mismo tiempo levantar la vista hacia ese 2041, simbolizando así la visión de futuro que el país como un todo requiere luego de la década perdida, y movilizando las fuerzas políticas y ciudadanas tras ello, en un gran esfuerzo colectivo.
Santiago no es solo el lugar de residencia de sus vecinos o el de trabajo para numerosos funcionarios públicos: junto con todo ello, su casco céntrico es también el símbolo de la nación como un todo, parte esencial del imaginario colectivo del país. Así como la historia de Chile está representada por sus edificios más distintivos, las ambiciones a las que la nación aspire han de expresarse en el dinamismo de su comuna capital. En definitiva, la imagen que los chilenos tengan de su país se verá inevitablemente afectada por aquella que refleje dicha comuna. Por eso, no es posible permitir que el deterioro, especialmente el de su casco céntrico, continúe. Es imperativa una visión de futuro, que marque el inicio de un renovado camino de progreso.
De este modo, la labor que Desbordes debe acometer va más allá de la seguridad que sus vecinos con razón reclaman, o de recuperar la educación de calidad de sus liceos emblemáticos, penosamente capturados por destructivas ideas radicales, o de preservar la limpieza y el orden en sus espacios públicos. Sin dejar de atender cada una de esas urgencias, es fundamental también la elaboración de un plan de largo plazo a partir de esa referida visión de futuro, que comience recuperando la inversión pública y, como consecuencia de ella, estimule la inversión privada para darle un nuevo y dinámico impulso al desarrollo. Un plan que incluya a urbanistas, historiadores, sociólogos, emprendedores, paisajistas, entre muchos otros, y que reclute la voluntad política del Ejecutivo, con una visión de Estado que atraviese varias administraciones. Obviamente, ello no será posible si solo se cuenta con los recursos de que el municipio directamente dispone.
En febrero de 2041, Santiago cumplirá 500 años. El nuevo alcalde tiene la gran oportunidad de trabajar con un doble propósito: administrar la comuna para entregar las soluciones que sus problemas contingentes requieren, pero al mismo tiempo levantar la vista hacia ese 2041, simbolizando así la visión de futuro que el país como un todo requiere luego de la década perdida, y movilizando las fuerzas políticas y ciudadanas tras ello, en un gran esfuerzo colectivo.