Señor Director:
En su
carta del 27 de julio el profesor Alfredo Jadresic Vargas contesta a mi crítica de los gobiernos universitarios triestamentales refiriéndose a un período histórico de cuatro años donde, dentro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, la confluencia de estudiantes, funcionarios y académicos generó un círculo virtuoso que resultó en un desarrollo y expansión sin paralelo en la historia de esta facultad.
Tomo como válida su palabra, y agrego que no es el único ejemplo de períodos y lugares donde esta clase de experimentos funcionó bien.
Aclaro sí que
en mi carta del 24 de julio no me oponía genéricamente a la participación de estudiantes y funcionarios en el gobierno de las universidades, sino a que esta participación sea forzada por una ley.
Definir la estructura de gobierno de cada casa de estudios es parte de la libertad de su proyecto académico. Justamente en la variedad de estructuras, y la posibilidad de variarlas libremente en el tiempo, tendremos la prueba experimental de cuáles de ellas conducen a resultados satisfactorios a largo plazo. Es cierto que luego de la Reforma Universitaria de 1918 las universidades argentinas vivieron una primavera de desarrollo y mejora de su calidad. Pero también es cierto que luego de más o menos un cuarto de siglo entraron en una espiral de decadencia, y que la estructura estatutaria y de gobierno, rígidamente enmarcadas por la vieja ley, no les han permitido adaptarse a los cambios de la sociedad a la que deberían servir.
Ni los estudiantes, ni los funcionarios, ni los trabajadores, ni los profesores necesitamos una ley que obligue a las universidades a que nos incorporen de manera sensata en la gestión cotidiana. Dejemos que las universidades se organicen libremente y evaluémoslas por la calidad de sus resultados. Cuantas menos rigideces se les impongan desde afuera, mejor podrán acompañar a la sociedad en su desarrollo.
Alejandro ClocchiattiProfesor Pontificia Universidad Católica de Chile