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RenovarEditorial
Martes 27 de mayo de 2025
Nueva farsa electoral
La nueva Asamblea se limitará a avalar las decisiones de Maduro.
Una vez más, Nicolás Maduro proclama el triunfo del chavismo en unas fraudulentas elecciones en las que el ausentismo fue el principal protagonista. Ante la perspectiva de una nueva farsa, la oposición liderada por María Corina Machado llamó a abstenerse, estrategia que no fue seguida por dirigentes históricos como Henrique Capriles y Manuel Rosales, quienes esperan algún tipo de negociación con el régimen para avanzar en una transición democrática. El dictador se beneficia de estas divisiones, se fortalece en el poder y no da señales de apertura. Por el contrario, se felicita de que ahora podrá hacer reformas constitucionales y electorales que profundizarán su “democracia”.
Con estas elecciones, Maduro pretendía darle algún disfraz de legitimidad a su gobierno, condenado por una mayoría de los países que desconocieron los fraudulentos resultados de la presidencial de 2024. Pero ni la presentación de algunos candidatos no matriculados con el chavismo ni el triunfo de postulantes como Capriles lograrán conferirle siquiera apariencia de pluralismo a una Asamblea Nacional controlada por el partido oficialista.
Esto, en un contexto en que Maduro busca terminar con el aislamiento internacional para que se le levanten las sanciones que pesan sobre el país y sus dirigentes. En oportunidades anteriores, bastaron promesas de apertura democrática para que EE.UU. aliviara las medidas punitivas. Eso ocurrió en 2022, cuando Joe Biden renovó la licencia para que la petrolera Chevron siguiera operando en Venezuela, lo que le permitió a la economía superar una recesión de varios años. Esta vez, sin embargo, Maduro no logró convencer al gobierno de Donald Trump de que su gesto tenga efectos liberalizadores. Son varios los asuntos que Washington considera indispensables para mejorar relaciones, empezando por la liberación de presos políticos, y en especial la de varios estadounidenses. Luego está el asunto de la deportación de migrantes y de supuestos delincuentes. Porque, aunque la Casa Blanca —empeñada en su guerra comercial con el mundo— no parece tan interesada en Venezuela, sí se mantiene, con menos publicidad, una presión sobre el régimen. Así, Marco Rubio fue clave en el “rescate” de los cinco líderes opositores refugiados en la embajada argentina de Caracas y también en que Trump finalmente rechazara extender la licencia a Chevron, que vence hoy; ello, pese a que su enviado especial, Ric Grenell, le recomendara hacerlo para evitar que China ocupara ese vacío. Ahora, Chevron quedaría autorizado solo para hacer mantenimiento en sus operaciones. Las dificultades para exportar el petróleo aumentarán, pero Caracas podrá sortear parte de ellas vendiendo en el mercado negro; aun así, se agudizará la crisis económica.
El futuro de Venezuela sigue en manos de Maduro y su camarilla corrupta, cuyo único objetivo es aferrarse al poder para mantener sus privilegios y quedar impunes de sus crímenes. No parecen importarles ni las penurias de los venezolanos que sufren los efectos del desastre de sus políticas socialistas, ni las de los siete millones de exiliados que huyeron de la dictadura. Poco podrán hacer desde el Legislativo el puñado de opositores que lograron escaños en una Asamblea Nacional que solo avalará sin debate las decisiones del tirano.
Con estas elecciones, Maduro pretendía darle algún disfraz de legitimidad a su gobierno, condenado por una mayoría de los países que desconocieron los fraudulentos resultados de la presidencial de 2024. Pero ni la presentación de algunos candidatos no matriculados con el chavismo ni el triunfo de postulantes como Capriles lograrán conferirle siquiera apariencia de pluralismo a una Asamblea Nacional controlada por el partido oficialista.
Esto, en un contexto en que Maduro busca terminar con el aislamiento internacional para que se le levanten las sanciones que pesan sobre el país y sus dirigentes. En oportunidades anteriores, bastaron promesas de apertura democrática para que EE.UU. aliviara las medidas punitivas. Eso ocurrió en 2022, cuando Joe Biden renovó la licencia para que la petrolera Chevron siguiera operando en Venezuela, lo que le permitió a la economía superar una recesión de varios años. Esta vez, sin embargo, Maduro no logró convencer al gobierno de Donald Trump de que su gesto tenga efectos liberalizadores. Son varios los asuntos que Washington considera indispensables para mejorar relaciones, empezando por la liberación de presos políticos, y en especial la de varios estadounidenses. Luego está el asunto de la deportación de migrantes y de supuestos delincuentes. Porque, aunque la Casa Blanca —empeñada en su guerra comercial con el mundo— no parece tan interesada en Venezuela, sí se mantiene, con menos publicidad, una presión sobre el régimen. Así, Marco Rubio fue clave en el “rescate” de los cinco líderes opositores refugiados en la embajada argentina de Caracas y también en que Trump finalmente rechazara extender la licencia a Chevron, que vence hoy; ello, pese a que su enviado especial, Ric Grenell, le recomendara hacerlo para evitar que China ocupara ese vacío. Ahora, Chevron quedaría autorizado solo para hacer mantenimiento en sus operaciones. Las dificultades para exportar el petróleo aumentarán, pero Caracas podrá sortear parte de ellas vendiendo en el mercado negro; aun así, se agudizará la crisis económica.
El futuro de Venezuela sigue en manos de Maduro y su camarilla corrupta, cuyo único objetivo es aferrarse al poder para mantener sus privilegios y quedar impunes de sus crímenes. No parecen importarles ni las penurias de los venezolanos que sufren los efectos del desastre de sus políticas socialistas, ni las de los siete millones de exiliados que huyeron de la dictadura. Poco podrán hacer desde el Legislativo el puñado de opositores que lograron escaños en una Asamblea Nacional que solo avalará sin debate las decisiones del tirano.