¿Qué desató el 18-O? El segundo aniversario dio pie para que la prensa abriera nuevamente sus espacios a buscar una respuesta. Es natural: sus esquirlas están lejos de extinguirse y una buena explicación ayuda a una salida. Nadie volvió a esa tesis, que circuló por años, según la cual el malestar era una invención de la izquierda, pues las cifras económicas no lo avalaban. Tampoco se recurrió a los viejos oráculos que, empleando las herramientas de la sociología clásica, no anunciaron con fecha y hora lo que estaba por ocurrir. Se dio preeminencia a una nueva camada de académicos que, usando enfoques cualitativos —que, como todos, tienen mucho de proyección—, habían venido destacando las frustraciones y dolores que genera la forma en que se desenvuelve la vida ordinaria de la mayoría.
Asimetrías de poder, clasismo, discriminación, relaciones patriarcales, identidades excluidas, rechazo a la “otredad”, sentimiento de abuso, frialdad institucional, miedo a la vejez, precariedad y soledad. ¿Se trata de vivencias gestadas por los “30 años” o responden a procesos históricos de larga data? ¿Son propias de Chile o están presentes en muchas otras sociedades, sin desembocar en eventos como el 18-O? En fin, ¿son contingentes o acaso acompañan a los humanos desde que fueran expulsados del paraíso? Cualesquiera sean las respuestas, los académicos mencionados les otorgan un rol germinal en el estallido; y como las mismas no se van a extinguir mágicamente por obra de un proceso constituyente, instan a seguir estudiándolas.
Pero la sociedad chilena no se congeló en 2019. Mucha agua ha corrido bajo los puentes. Llegó la pandemia, con su estela de dolor y vulnerabilidad. Se agudizaron las urgencias económicas, por ahora mitigadas por la ayuda estatal y los retiros. Emergió el fantasma de la inflación, que pone en peligro logros que parecían irreversibles, como el acceso a crédito. La delincuencia, el narco y la violencia incrementaron su radio de acción. Las instituciones profundizan su declive con más acusaciones de abuso y corrupción. Todo esto mientras la Convención, con una conformación sin precedentes, avanza con turbulencias y parsimonia, como era de esperar.
En tal contexto no es de extrañar la volatilidad de las preferencias ante las próximas elecciones presidenciales. No hay nada estable, nada predecible. La ciudadanía va fabricando su adhesión día a día según los acontecimientos, los mensajes y los errores. La sorpresa es Kast, al que algunas encuestas dan como triunfador en primera vuelta.
“¿Cómo se explica que Estados Unidos pasara abruptamente de la euforia del ‘Yes We Can' y de un presidente afroamericano a la histeria del ‘Make America Great Again' y a un supremacista blanco como Trump?”, le preguntó el periodista Ezra Klein a Barack Obama. “Los cambios históricos son así”, respondió: “cuando se produce una ola en cierta dirección, es inevitable que luego venga una ola en sentido contrario”.
Chile podría estar experimentando algo semejante. Ya no estamos en el clima de 2019. La encuesta CEP de agosto pasado mostró que los miedos de viejo cuño, relacionados con el orden público y la situación económica, retoman su centralidad, a la vez que aumenta el rechazo a la violencia como herramienta política. Los sentimientos de abuso y temor no provienen solo del exceso de autoridad y de reglas; surgen también de su ausencia y de la amenaza que representan los otros. Los vientos que condujeron a la revuelta y, luego, al masivo triunfo del Apruebo y de las listas de izquierdas para la Convención quizás han entrado en retirada.
Los analistas en boga harían bien en ocupar su inteligencia en comprender el contra-estallido silencioso que brota en reacción al 18-O y a los acontecimientos que este gatilló. No vaya a ser que, otra vez, terminemos quejándonos de lo que no vimos venir.