Señor Director:
Pensé que
el texto publicado gracias a su gentileza el viernes sería el último. Me equivoqué. Configuré previsoramente una carroza imaginaria, de acuerdo con los anuncios agoreros de mi ejecutivo bancario. Elegí un modelo sin motor considerando que estudios señalan que los equinos son capaces de captar las emociones humanas. Pero necesitaba la compañía de seres más nobles. Muchos han aparecido, menos los más importantes.
Quiero describir algunos acontecimientos acaecidos desde la primera carta que quebraron los cristales de mis tranquilas rutinas:
1. Recibí una llamada de prensa solicitando una entrevista que no acepté. La breve conversación se publicó igual en ese medio al día siguiente. Para colmo de mi desdicha me representaron en portada. Conmocionados, mis familiares y amigos me criticaron la falta de estética: combinar una falda verde con una cartera roja. Clarifico: no soy yo la de la foto.
2. He recibido ofrecimiento de gratuidad de parte de la empresa a la cual me interesaba adscribirme con mi afán de estar al día en las novedades cinematográficas. Me negué a aceptar, pues mi deseo es pagar el servicio, pero agradezco el gesto.
3. Fui contactada por empresarios motivados por una generosidad sin límites solicitándome aceptara sus tarjetas y recursos de pago. Sin embargo, después de más de 45 años de trabajo, me resisto a recibir donaciones gratuitas que podría solventar.
Señor Director, quiero hacer presente la emoción de encontrar, en la oscuridad de la ruta elegida, las luces de personas dueñas de tanta generosidad en esta sociedad. Sociedad a veces violenta e insegura, injusta y maltratadora, despectiva y sin memoria. Ellos aparecieron junto a mi carroza y me acompañaron por unos segundos. Estoy agradecida.
Pero nacen dos preguntas. ¿Dónde estarán aquellos organismos y personeros públicos y privados que se erigen en defensores, en la sociedad actual, de la dignidad y los derechos de los eufemísticamente llamados adultos mayores? ¿Dónde está la voz de mi ejecutivo, dónde está la voz de mi banco? (Ellos saben mi nombre y yo me rehúso a nombrarlo.)
No busco caridad. No espero conmiseración ante el deceso. Soy pasajera viva en la carroza que vaticinó mi ejecutivo bancario. Solo quiero renovar la tarjeta de crédito. La mía y la de otros que caminan conmigo.
Ilka Soza
Normalista jubilada