En
editorial del viernes 17 de julio se comenta
nuestra propuesta, también publicada en este diario, de generar una nueva Constitución a través de un procedimiento que, a partir de un cambio a las reglas de reforma hoy vigentes, por los quórum que ellas contemplan, establezca que el Congreso Nacional que escogeremos a fines de 2017 elija una Convención Constituyente de sesenta integrantes. Esta última, trabajando durante seis meses con dedicación exclusiva y en un proceso de consultas con la ciudadanía, concluiría su trabajo proponiendo al país un proyecto constitucional para que este lo apruebe o rechace en un referéndum convocado para tal efecto.
Nuestro propósito fue provocar un debate constructivo. Por lo mismo, nos satisface constatar que nuestra propuesta ha generado interés. Así como apreciamos la reacción de muchos que se han sentido interpretados, también valoramos los comentarios de aquellos que se han tomado la molestia de formular una crítica fundada.
De los muchos aspectos interesantes de su editorial del 17 de julio, solo quisiéramos detenernos en su observación en el sentido que no hemos logrado fundar bien la necesidad de una nueva Carta Fundamental.
Comencemos señalando que cuando nosotros hablamos de nueva Constitución no estamos planteando borrar de un plumazo todos los contenidos del texto actual. No nos acompleja en lo más mínimo reconocer que muchas reglas de la Constitución vigente debieran proyectarse al futuro.
Ahora bien, ¿por qué una nueva Constitución?
En 2005, nosotros pensamos, de buena fe, que la valiosa reforma impulsada por el Presidente Lagos había logrado zanjar positivamente el núcleo de nuestro problema constitucional. Mirando hacia atrás, no podemos sino valorar y aplaudir cambios tan significativos como la supresión de los senadores designados y el fin de la inamovilidad de los comandantes en jefe. Pensábamos entonces, y pensamos ahora, que, gracias a los cambios aprobados, ya no podía seguir afirmándose la ilegitimidad de la Carta Fundamental vigente.
El paso del tiempo, sin embargo, nos ha ido convenciendo de que la Constitución sigue presentando defectos estructurales que le impiden constituirse en el pacto político que convoca y aglutina a los que piensan distinto. Esta carencia, ya denunciada por la candidatura presidencial de Eduardo Frei en 2009, ha ido volviéndose, progresivamente, más seria y más evidente.
En 2011 trabajamos en un documento titulado "Más y mejor democracia", que proponía, con sentido de urgencia, un conjunto de profundas reformas a la Carta Fundamental. A mediados de 2012 firmamos un documento conjunto con el presidente de Renovación Nacional coincidiendo en la necesidad de introducir cambios mayores a nuestra institucionalidad. Para las elecciones presidenciales de 2013, más del 60% de los ciudadanos sufragó por candidatos que defendían explícitamente la necesidad de una nueva Constitución.
El diario en su editorial tiene el perfecto derecho a pensar que Chile no necesita una nueva Constitución. Lo que nosotros le pediríamos, sin embargo, es que examinara con atención, desapasionadamente, el tiempo que vivimos y la realidad político-institucional del país. Si lo hace, verá que la Constitución, tal como está, se ha ido quedando chica frente a las necesidades y expectativas del país. Diríamos que la actual Constitución, con ser legítima, carece de una legitimidad suficiente.
Chile necesita una Carta Fundamental que dé el ancho. Que sume y que no divida. Que sirva para encauzar el debate entre las distintas opciones contingentes y que pueda comandar la adhesión entusiasta del Chile del siglo XXI. Que podamos llegar a sentirla como nuestra Constitución, en primera persona plural, y no como la Constitución de 1980 varias veces reformada. Para nosotros, ese texto constitucional, fruto de un debate concentrado y público, resultado de acuerdos transversales y votado por el conjunto del pueblo es, precisamente, la nueva Constitución que Chile necesita y merece.
Ignacio WalkerSenador DC
Patricio ZapataAbogado