Señor Director:
A propósito de nuestro intercambio de ideas con Axel Kaiser, quien en su
carta de ayer va al fondo del asunto, me gustaría hacer un par de precisiones finales.
Los individuos de la especie humana, a pesar de nuestras muchas y felices diferencias, somos iguales en muchos aspectos relevantes, a saber: iguales en dignidad y en similar consideración y respeto; iguales en la titularidad de ciertos derechos considerados fundamentales; iguales en la capacidad para tener y ejercer otros derechos; iguales ante la ley; e iguales políticamente en cuanto a que toda la población adulta puede postular a cargos de representación en elecciones en el que el voto de cada cual cuenta por uno.
Por cada una de esas igualdades, que hoy nos parecen tan evidentes como irrenunciables, ha habido que luchar a lo largo de la historia. Piénsese, por ejemplo, en el voto femenino o en este otro hecho: en su Declaración de Independencia, los norteamericanos, en 1776, afirmaron que "todos los hombres nacen libres e iguales", pero Lincoln, casi un siglo después, en 1865, tuvo que dar una dura lucha para abolir la esclavitud, mientras que M. Luther King, en pleno siglo XX, llevó a cabo una legendaria cruzada contra la discriminación de la población negra, cuyos ecos resuenan hasta hoy.
En cuanto a desigualdades en las condiciones de vida de las personas ocurre otro tanto. Hay que luchar por evitarlas o corregirlas, mas no para que todos sean iguales en todo (discurso igualitarista), sino para que todos sean iguales en algo (discurso igualitario). Algo que no puede ser sino la satisfacción de las necesidades básicas de salud, educación, vivienda, trabajo, previsión, de manera que todos puedan tener una existencia digna y elegir y llevar adelante proyectos personales de vida. De esta manera, una cierta igualdad en las condiciones de existencia es condición de la libertad, puesto que poco o ningún sentido pueden tener las libertades para personas que no comen tres veces al día.
Llegará algún día -que ni yo ni Kaiser veremos- en que la pobreza y las desigualdades profundas en las condiciones de vida parecerán tan infamantes como nos llegó a parecer la esclavitud o que las mujeres no pudieran votar en las lecciones.
Cuando una madre en estado de pobreza recorre con sus hijos los barrios opulentos de una ciudad no piensa en arrebatar a los ricos ninguno de los sofisticados manjares que estos consumen (salvo aquella parte que terminan botando al basurero). Solo piensa en dar pan a sus hijos.
Agustín Squella