Señor Director:
Agustín Squella plantea varios puntos interesantes en
su carta de ayer. Entre ellos afirma que "lo que hay de fondo en este debate concierne al rechazo que el pensamiento conservador de derecha tiene frente a la igualdad".
Como no soy de "derecha conservadora" no argumentaré desde esa posición, sino desde el liberalismo libertario o clásico con el cual tiendo a identificarme. Y la razón principal por la cual los libertarios nos oponemos a la igualdad material impuesta desde el Estado es porque somos profundamente igualitaristas en un sentido moral; es decir, reconocemos a todas las personas, sin importar su condición social, económica u otra, igual dignidad. Esto implica que cada uno tiene el derecho a desarrollar su proyecto de vida sin agredir a otros, lo que al mismo tiempo supone la idea de que cada persona es responsable por su existencia y jamás tiene el derecho a instrumentalizar a otro para satisfacer necesidades o deseos propios.
Ahora bien, si de ese juego de voluntades libres y exentas de fraude surgen resultados desiguales, no hay objeción moral alguna que se pueda hacer a esa desigualdad, la que como es lógico solo podría reducirse por medio de la coacción sobre esos mismos individuos a quienes antes reconocimos la libertad para elegir sus proyectos de vida. La diferencia esencial en esta discusión, me parece, es entre igualdad ante la ley, que defendemos los liberales buscando limitar el poder del Estado, e igualdad a través de la ley, que es la que promueve la izquierda llevando a incrementar el poder del Estado; es decir, de ese grupo de personas, como diría Weber, que controla el monopolio de la violencia física en una determinada sociedad.
Libertad individual e igualdad material construida desde el Estado son así conceptos totalmente incompatibles. Pero hay otro factor relevante que me gustaría plantearle a Squella: si el capitalismo -contra lo que predijo Marx- ha conducido a un incremento de casi un 3.000% en el ingreso del trabajador medio en Occidente en los últimos 200 años, y ha generado la misma tendencia en el resto del mundo, ¿por qué debiera importarnos -asumiendo que Piketty tiene razón, lo cual es discutible- que los rotantes dueños del capital, sin el cual nada de eso habría ocurrido, vean mejorada su situación aun más que el resto?
A la izquierda la falta explicar convincentemente por qué la desigualdad material, aun habiéndose generado como parte de un sistema que mejora sustancialmente la situación de todos, debe ser combatida. Mientras no lo haga, como advierte McCloskey a propósito del libro de Piketty, quedará la sensación de que lo que anima este afán igualitarista de evitar que unos no tengan mucho más que otros no es más que una "estrecha ética de la envidia".
Axel Kaiser