Señor Director:
Continúa
nuestro debate con Jaime Antúnez, al cual solo querría añadir, finalmente, lo siguiente:
Cuando aludí a un Dios "razonable", quise sugerir que, en caso de existir, no podría tratarse de un ser tan ansioso de obediencia, homenajes, rezos ni flagelaciones por parte de sus creaturas, y menos tan necio y cruel como para considerar que la mejor prueba de amor que podrían ofrecerle es padecer dolor en su nombre, interminablemente, hasta el último segundo de vida.
¿Por qué, me pregunto, algunos creyentes continúan aferrados a la idea de un Dios más preocupado del castigo que de la compasión, del mal que del bien, de la sumisión incondicional que de la reflexión autónoma, de la anulación que del deseo, del significado del dolor antes que el del goce?
Reprocha Antúnez que yo parta de "conclusiones preestablecidas", algo que cualquiera se da cuenta que es más propio y hasta característico de las religiones. Por ahí tengo pendiente una columna sobre el nombre que podría darse a la falacia que consiste en atribuir a tu adversario el defecto más ostensible que tú tienes. Por ejemplo, que desde una religión o iglesia cualquiera se acuse de intolerantes a quienes no tienen ni una ni otra.
En cuanto al relato de la tentación a Adán y Eva en el paraíso, no es que me parezca un cuento para niños, como afirma mi contradictor. Bueno, no solo eso. Lo que siempre me ha parecido, ante todo, es un texto extremadamente machista: Eva (la mujer) es extraída del costado de Adán (el hombre) como un mero apéndice, y, andando el tiempo, transformada en pasto más fácil que su pareja para la tentación del demonio.
No es mi ánimo abrir un debate adicional sobre la muy antigua y desde luego no superada minusvaloración de la mujer por parte de religiones e iglesias, pero si aquel relato bíblico no es machista, ¿cuál lo es entonces?
Y volviendo al tema central del debate -la eutanasia activa-, si un no creyente puede entender y aceptar que un creyente la considere moralmente incorrecta en todo caso y la evite cualquiera sea el precio de dolor físico y psíquico que deba pagar por ello, ¿por qué un creyente no puede entender y aceptar que un no creyente estime lo contrario y que, impedido de referir a Dios su sufrimiento, decida anticipar lúcida y voluntariamente el momento de su muerte?
Agustín Squella