Señor Director:
Con motivo del editorial del miércoles 24 de septiembre "
Modernización de la Cancillería", quisiéramos aportar algunas clarificaciones al tema de los proyectos de reforma que "duermen" en el Congreso o en los cajones del propio Ministerio de Relaciones Exteriores.
Primero, lo que usualmente se denomina "modernización" no se refiere tanto a cambiar un "anquilosado estatuto orgánico" como al desafío mayor que es la reforma pendiente del Estado chileno en general, a fin de que la ciudadanía pueda contar con un servicio público profesional, eficiente, técnico, menos burocrático e inmune a la excesiva interferencia política.
Segundo, mucho más importante que los distintos organigramas que se puedan dibujar, es consagrar una carrera funcionaria (Servicio Exterior). Por eso, la "modernización" de la Cancillería pasa por su "profesionalización"; es decir, por cuadros capacitados y experimentados permanentes que apoyen la gestión del gobierno de turno, le den continuidad a la política exterior y superen la improvisación.
Tercero, para la estructuración de un servicio exterior eficaz es fundamental que la carrera se inicie en la Academia Diplomática y concluya en el grado de embajador. En la actualidad, los ministros consejeros que son designados embajadores deben -previamente- renunciar al Servicio Exterior y someterse a la facultad discrecional del Presidente de la República, ya que son de su exclusiva confianza política. De esa forma, no habría diferencias entre embajadores "políticos" y de "carrera". Sin embargo, en la práctica, los primeros no tienen exigencias académicas ni límite de edad, y los segundos, sí. Por lo tanto, una reforma básica sería establecer una planta profesional de embajadores con un cupo limitado no superior al 20% de nombramientos de personas ajenas a la carrera diplomática.
Cuarto, al igual que las cancillerías modernas del mundo (Itamaraty en Brasil y Torre Tagle en Perú destacan en la región), los cargos directivos en el ministerio (partiendo por los subsecretarios) y las jefaturas de misión en el extranjero deberían ser ocupados por diplomáticos de carrera.
Finalmente, uno de los mayores inconvenientes de la Cancillería chilena es su falta de medios. No solo hay que actualizar las remuneraciones, también hay que dotar a las misiones en el exterior de los recursos básicos para que no se limiten a la mera representación diplomática, sino que implementen los programas comerciales, culturales, científicos y de otra índole a las que están llamadas en la hora actual.
En suma, en el Congreso "duermen" proyectos de reforma más bien cosméticos porque no introducen cambios de fondo, mientras que en la Cancillería se guardan los que, si bien plantean cambios reales, no cuentan con voluntad política para ser aprobados.
Carlos Klammer Borgoño
Juan Salazar Sparks
Fabio Vío Ugarte