Señor Director:
Le confieso que no solo leo con atención las columnas de Carlos Peña. Es más, las degusto. Intelecto y buena pluma son un verdadero placer. En ocasiones, ellas contienen algunas gotas de acidez. En tal situación, debo recurrir a mi botiquín, tomar un vaso, agua y Yastá.
Eso fue justamente lo que me ocurrió al leer su
columna del domingo recién pasado, en la que nuevamente se dedica a denostar a Piñera hasta en sus defectos físicos (tics nerviosos), tildándolo ahora como un personaje compulsivo, cuya personalidad, según sus palabras, contiene "un raro combustible que lo mueve a salir a escena una y otra vez". Quizás tenga algo de razón Peña en cuanto a la oportunidad de sus intervenciones, pero ello no le impide el derecho de hacerlas -como lo reconoce el columnista- ni menos le pone límite al deber de levantar su voz en apoyo e impulso del ideario que profesa. Por lo demás, otros ex Presidentes también lo hacen. Recién hemos visto aparecer en escena a Lagos y a Frei entregándonos su opinión sobre temas contingentes muy relevantes. Todos ellos pueden -y deben- hacerlo. A mí al menos me interesa conocer y aquilatar la opinión de los ex gobernantes. Aunque a veces puedan molestar, ellas tienden a encauzar la conducción de sus sucesores.
Y hablando de compulsión, ¿no es también el rector Peña un personaje compulsivo? Recordemos las reiteradas ocasiones en que el frenesí de su pluma se arranca desde el corral de su columna dominical, para venir a verter igualmente su tinta en esta sección de "Cartas al Director". Además, Peña fue más allá en su columna, atribuyéndole a Piñera un narcisismo freudiano. Definitivamente no estoy de acuerdo con esa apreciación. Aparte de errada, es demasiado el agravio. Pero mejor dejémoslo hasta aquí no más, porque en ese saco podrían caber dos.
Con todo, bienvenida la compulsión de los ilustrados, de quienes más saben, pero siempre recurriendo a formas y oportunidades más afinadas. Ello remece nuestro cerebro y eleva la valla de nuestra diaria ramplonería.
Fabio Valdés C.