Señor Director:
Los compañeros de ruta de los comunistas -entre los cuales debe ser considerado el señor
Percival Cowley por los méritos acumulados durante décadas- han sido desde los años 30 la punta de lanza para intentar descalificar a quienes desenmascaramos a sus mentores.
Si hay algo que descoloca a los comunistas es la persistencia de unos pocos para insistir en los defectos de su ideología y en los crímenes cometidos en el mundo entero. Tratan, entonces, de desvirtuar nuestras críticas con la suposición del odio. No argumentan, porque no les cabe en la cabeza que el terror que habitualmente utilizan no haya sido eficaz con todos y cada uno de sus detractores. Nos suponen el odio, justamente, quienes lo han sembrado y cultivado; buscan así anular nuestra legítima decisión de ayudarlos a entenderse a sí mismos.
Es lo que ha hecho, una vez más conmigo, el señor Cowley. No hay un argumento respecto de mi columna en su carta: simplemente se expresa la perplejidad de seguir encontrándose con quienes conocen bien el accionar comunista.
Al respecto, puedo darle una mala noticia al señor Cowley. Mientras tenga fuerzas y oportunidades, seguiré mostrando la perversión intrínseca del comunismo bajo cualquiera de sus formas, así como la ingenuidad notable de sus compañeros de ruta, incluyendo a quienes asumen esa condición desde la investidura religiosa.
Gonzalo Rojas Sánchez