Señor Director:
La
crítica de Camilo Marks a la última novela de Joel Dicker (Artes y Letras del domingo) merece algunos reparos. Si bien acierta el columnista en algunos aspectos (por ejemplo la historia de cómo Goldman se convierte en El Formidable es francamente infantil), puede decirse que ella dista de ser anodina y unidimensional, como insinúa Marks. Su aporte no es —ni pretende ser— estilístico, sino que estriba en el suspenso que logra imprimir a una trama muy bien urdida, que no deja cabos sueltos y que tiene un desenlace que, gracias a una serie de pistas y señuelos falsos, está muy lejos de ser predecible.
Dicker no pretende hacer un análisis psicológico de sus personajes ni tampoco hablar a través de ellos (la crítica a la sociedad norteamericana que entrevé el columnista en realidad no es tal, sino simplemente el marco adecuado que utiliza para dar vida y movimiento a su obra).
Creo que el crítico no logra una adecuada comprensión de Nola Kellergan, acaso el tópico más elemental de la novela. En efecto, Nola no era “idiota”, sino que padecía un cuadro severo de psicosis (evoca en tal sentido a Norman Bates, protagonista de la célebre cinta de Hitchcock del mismo nombre).
La novela policial es un género aparte, que no puede ser juzgado del mismo modo que se hace con Tolstoi o Proust: lo de ellos consiste en escrutar, descubrir y subrayar los distintos matices de la naturaleza humana, con un estilo que puede ser más o menos depurado. Sin perjuicio de que ella pueda compartir algunas de estas características, lo que la define es el planteamiento de un problema aparentemente insoluble, para lo cual va proporcionando gradualmente al lector elementos que le permitan ir enrielando sus propias deducciones.
Lo más relevante no será la complejidad psicológica del detective o policía que se aboque a solucionar el caso, sino otros valores literarios como el suspenso del relato y su resolución acertada a la luz de los datos entregados en el curso de la narración, sin dejar de hacerse cargo de ningún detalle, por nimio que parezca.
Fernando Ugarte Vial