Aunque Joël Dickert (1985) es suizo, La verdad sobre el caso Harry Quebert, su segunda novela, que ha sido descrita como el nuevo fenómeno literario global, transcurre entre Nueva York y Aurora, un pueblo de New Hampshire. El volumen es extensísimo, monótono, sin acción, mal escrito (o traducido de manera apresurada) y, sobre todo, presuntuoso, relamido, machacón hasta lo indecible y profundamente insatisfactorio. Una cosa puede ser cuestionar los valores y la cultura norteamericanos, que se han impuesto en todo el orbe, y otra muy distinta es componer un novelón pretencioso que no aporta nada, deja de mal genio a cualquier persona de inteligencia normal, es previsible, trillado y de una ingenuidad rayana en la estulticia. Dickert parece creer que todos los habitantes de Estados Unidos viven sumidos en un marasmo de frases hechas y slogans publicitarios, o bien él mismo es víctima de las estereotipadas deformaciones transmitidas por los medios de comunicación. La verdad… aparte de ser una obra de ínfima clase, termina reflejando una gran admiración, casi una manía idólatra hacia lo menos perdurable que ha producido ese país.
La historia tiene como héroe a Marcus Goldman, un exitosísimo autor joven que ha publicado un brillante texto que lo ha vuelto multimillonario, le permite codearse con estrellas de cine y lo ha convertido en una de las caras más famosas de su nación, hasta el punto de que es reconocido en la calle, en los teatros, en las estaciones de servicio, y dondequiera que vaya. Tras semejante logro, Marcus es presionado por su agente y su editorial para que les entregue un segundo manuscrito, pero experimenta el típico bloqueo creativo y cae presa del terror a la página en blanco. Luego de indescriptibles agonías —es decir, ante la posibilidad de quedarse sin dinero y ser demandado por incumplimiento de contrato—, Marcus viaja a Aurora, donde reside Harry, su maestro, quien le enseñó boxeo, lo entrenó para estar físicamente en forma y le dio nociones que son infalibles para construir excelsos relatos. Harry es el autor de una ficción egregia de la narrativa en lengua inglesa (“Los orígenes del mal”), vive en las afueras de la localidad y recibe dichoso al discípulo, proporcionándole consejos sublimes; o sea, un cúmulo de perogrulladas que si no generan vergüenza ajena, dejan boquiabierto por su ramplona obviedad. De pronto se descubre en el jardín de la casa de Harry el cuerpo de Nola Kellergan, una niña de 15 años que desapareció en 1975, poco después de la llegada del novelista al lugar. En seguida es acusado del homicidio de la chica y del de la anciana Deborah Cooper, quien denunció los hechos. Ya sabíamos que entre Harry y Nola hubo una relación, digamos, no muy santa, pues el genio pasaba de la treintena y ella era una menor. Marcus cree en la inocencia de Harry e investiga el pasado del literato, el de Nola y el de los demás habitantes de Aurora que, de idílico retiro, pasa a ser la caldera del diablo. Esto es un eufemismo para decir que su firma editora le está ofreciendo anticipos siderales para que saque cuanto antes un ejemplar acerca de los escandalosos sucesos que, a poco andar, se expresan en un cuento de hadas frente a lo que a diario vemos u oímos en la prensa escrita o audiovisual.
La verdad… entrega una visión tan uniforme, tan desabrida de cada personaje, que realmente cuesta creerlo: todas las muchachas de Aurora quieren lucir despampanantes y triunfar en el celuloide, ser un escritor célebre es el glamour supremo, ganar en el deporte que sea equivale a estar en el Olimpo, competir para salir primero constituye la esencia del interés humano. Por supuesto, todos guardan secretos inconfesables que al revelarse se traducen en anécdotas victorianas. Nola tampoco resulta creíble en las sucesivas metamorfosis que experimenta de ángel puro, hija abusada, ninfómana, y una serie de variaciones que en vez de hacerla compleja, la retratan como idiota. Sus amoríos con Harry son el meollo del eximio título que inmortalizó al prosista y los fragmentos que se transcriben dan una idea clara acerca del alelamiento que puede producir la popularidad.
Lo peor de La verdad… consiste en las ideas que Dickert expone sobre la literatura. Ya sabemos que el libro es una mercancía, que tiene que venderse, que las transnacionales han cambiado el escenario del arte hasta transformarlo en espectáculo, etc. Sin embargo, de ahí a reducirlo todo a dólares, hay mucho, demasiado trecho. Y en esta narración solo priman tales consideraciones.
La verdad sobre el caso Harry Quebert. Joël Dickert. Editorial Alfaguara, Santiago, 2013, 667 páginas, $16.900.