Señor Director:
Nuevamente el columnista
Carlos Peña desenfunda su bisturí retórico para cuestionar ahora el perdón que el Presidente Piñera pidió a la ciudadanía reconociendo los errores del último censo. Apoyándose en una forzada -y pretenciosa- interpretación lingüística, argumenta que "el perdón es un concepto teológico... que se practica en las religiones monoteístas", que no le correspondía utilizar al Presidente, agregando luego "que parece noble, pero es puro utilitarismo para acallar las críticas".
Seguidamente desarrolla su columna infiltrando cada párrafo con el ácido de la descalificación a la actitud presidencial, utilizando epítetos en su contra, tales como "personalidad alérgica al carisma", "megalomanía al presentar las cifras", "torpeza gubernamental", "chapucería", etcétera. Finalmente, corona todo ello calificando al nuevo director del INE como "un hombre enemistado con las palabras, un verdadero amigo de la torpeza verbal". ¡Qué horror! Cuán lamentable es observar que la inteligencia y el talento de los hombres se vean algunas veces corroídos por el vinagre de sus propias pasiones.
Pedir perdón es, a mi juicio, un acto cotidiano de urbanidad y de respeto al prójimo al que los hombres (de cualquier o de ningún credo religioso) debiéramos recurrir con más frecuencia. No es fácil hacerlo. El orgullo y la soberbia siempre conspiran contra ello. Elevado al nivel de alguna autoridad, sea presidente, obispo, general de ejército o rector universitario, pedir perdón supone un acto de valentía, de humildad, de nobleza, que siempre debiera merecer admiración más que descalificación.
Fabio Valdés C.