Este año no he escrito mucho, he pasado más tiempo leyendo y haciendo cosas que había dejado de lado. Desde la pandemia salgo poco de la casa, lo mínimo posible, no por temor al virus sino porque me acostumbré a estar en casa, me acomoda. Intento retomar la escritura de una novela abandonada hace varios años, pero no me convence, o sea, me gusta lo que ya está escrito pero no sé si podré reencontrarme con el tono y el ímpetu original del texto. Una parte de mí siente que los años que han pasado dejaron la novela en otra realidad y que ignorar eso y seguir como si nada resultaría en un libro que se miente a sí mismo.

Por el momento no tengo nada en bandeja, es lo normal para mí después de escribir una novela intensa. En 2020 publiqué Némesis y quedé agotado. La escritura fue envolvente, tanto así, que apenas me sentía presente cuando no estaba escribiéndola. Esa novela me entregó mucho pero también demandó mucho de mí. Cuando pasa eso, suelo dejar de escribir por un par de años. Ocupo ese tiempo para leer más, distraerme, y no pensar, que también tiene su función reparadora, encontrar momentos en los que no hago nada. Creo que esa nada, el aquietar la cabeza, es fundamental para que me vuelvan las ganas de escribir. Siento que es una forma de reencontrarme con algo más elemental en mí. 

Mis publicaciones recientes han sido pasivas; reediciones de novelas en España, Ciencias ocultas vía Firmamento y Némesis vía Lastarria y De Mora; un libro infantil en Planeta y una edición de Scout y El océano invisible con Descontexto. Una de mis novelas, Leñador, cumplirá 10 años en 2023 y saldrá una edición nueva para marcar la década. En paralelo a eso se está trabajando en una traducción de Leñador al alemán.