En un informe emanado de su último Comité Central, el Partido Comunista ha anunciado —sin ambigüedad alguna— la estrategia a seguir en el nuevo ciclo. La idea central es crear, “en el corto plazo”, todas las condiciones “para articular un pueblo organizado, movilizado y consciente de sus intereses”. Esto permitirá abrir paso a “un trabajo de masas sistemático y sostenido” que podría expresarse en “hitos de movilización” (8 de marzo, 1º de mayo). Dicho en breve, el PC volverá a poner los dos pies en la calle para proseguir en ese plano la batalla que se perdió en las urnas. Si el camino electoral ha mostrado sus limitaciones, si las instituciones solo han dado frustraciones, pues bien, habrá que seguir explorando vías alternativas de acción.
Hasta acá, nadie debería manifestar sorpresa. Después de todo, se trata de la tesis histórica que ha defendido la colectividad. Una vez en la oposición, buscarán acumular fuerza suficiente para replicar la táctica insurreccional que impulsaron explícitamente el 2019. Cabe recordar que Guillermo Teillier le pidió la renuncia al presidente Piñera el sábado 19 de octubre de 2019, pues le interesaba empujar una ruptura de ese calado. Más adelante, el partido llamó a “rodear con movilización de masas” a la Convención Constitucional, lo que constituyó una amenaza apenas velada: si el órgano no cumplía con lo esperado, debía atenerse a las consecuencias. El PC nunca ha ocultado ni sus objetivos ni los medios que considera legítimos para alcanzarlos (por ese motivo ni siquiera suscribió el acuerdo del 15 de noviembre).
Con todo, el documento obliga a formular algunas preguntas sobre la influencia que ejercerá la colectividad en el rumbo general de la futura oposición: ¿qué tan determinante será esta estrategia? ¿Qué tanto poder de atracción tendrá respecto de las fuerzas que integran hoy el oficialismo? La primera interrogante guarda relación con el lugar de Jeannette Jara en este escenario. Durante su campaña presidencial, la candidata Jara tomó mucha distancia de las posiciones más rupturistas del PC, e intentó transmitir un mensaje moderado y cercano a la socialdemocracia. Es evidente que Jara no podrá seguir encarnando esa línea desde el PC, salvo que quiera enfrentarse a la jerarquía (con escasas posibilidades de éxito). Desde luego, siempre queda la posibilidad de renunciar a la militancia, pero entonces quedaría sin plataforma política. La cuestión está lejos de ser trivial, y excede a la persona de Jara. Se trata de la proyección política de este gobierno: ¿el propósito de la izquierda es profundizar el giro posterior al 4-S o regresar a las posiciones originarias?
Esto nos conduce a la segunda pregunta que surge a partir del documento, y que se vincula con las otras fuerzas de izquierda. Es cierto que varios dirigentes del Socialismo Democrático criticaron la tesis comunista, como si hubieran aprendido la lección posestallido. En efecto, ya sabemos que la cuenta de la farra es muy grande, y que la centroizquierda solo pierde al sumarse a la estrategia insurreccional. Con todo, la cuestión es más difícil de lo que parece: no basta con la voluntad ni con las buenas intenciones. La política es juego de fuerzas, pero es sobre todo juego de fuerzas entre distintas tesis en disputa. Todos sabemos que, en principio, el Socialismo Democrático no tiene nada que ganar siguiendo al PC; y, sin embargo, para que esa voluntad sea fecunda, dicho sector debe tener alguna tesis que oponer y lanzar al ruedo. Llegados a este punto, no cabe sino constatar un vacío abisal: la centroizquierda no tiene nada consistente que ofrecer. Mientras no lo tenga, estará expuesta a quedar subsumida por aquellos que sí tienen programa, estrategia y propósitos claros.
Algún lector podría objetar que en esta ecuación faltan Gabriel Boric y el Frente Amplio. No le faltaría razón. Pero esto vuelve aún más patente el vacío, y la pregunta por el Gobierno: ¿qué le deja esta administración a la izquierda? ¿Desde qué bases puede reconstruirse el sector tras estos cuatro años? Es más, ¿cómo deben ser comprendidos estos cuatro años? ¿Cómo una sucesión interminable de frustraciones, renuncias y traiciones? ¿O más bien como un modo de rehabilitar a la Concertación, la política de los acuerdos y la medida de lo posible? En el fondo, el documento del PC abre esta discusión fundamental. Según dicha tienda, la izquierda debe volver a su fuente más primigenia, debe purificarse para volver a representar al esquivo pueblo. La interrogante que surge entonces es qué fuerza organizada elabora y articula la defensa de la otra tesis. Los partidos de la vieja Concertación están atomizados, el Frente Amplio se resiste a abandonar su discurso impugnador (aunque solo sea eso, un discurso) y el propio mandatario nunca ha construido un relato consistente en esta línea, más allá de las frases aisladas.
Esta es la principal ventaja del PC, y sus dirigentes tienen perfecta conciencia de ella: no hay otra fuerza de izquierda dispuesta a elaborar y sostener una tesis alternativa. Por lo mismo, corren con ventaja a la hora de fijar la línea de la futura oposición. Esto no implica que toda la izquierda vaya a seguirlos, ni que se vaya a repetir el libreto de 2019, pero marca el inicio de una disputa colosal al interior de las izquierdas. Si el nuevo gobierno quiere tener éxito, debe seguir esa disputa con sumo detalle. En efecto, buena parte de su destino se juega en su capacidad de percibir —y aprovechar— las enormes oportunidades que abre.