La mano del dios Jano sigue haciendo de las suyas. La figura y el legado del Presidente Piñera han crecido. En cambio, el octubrismo se ha depreciado. Si el Partido Comunista y sectores del Frente Amplio propiciaban derrocarlo, para la candidata Jara fue “un gran estadista”. Y si el Presidente Boric lo amenazaba con perseguirlo por los DD.HH. (“señor Piñera, está avisado”), ahora parece admirarlo.
Curiosamente, la tradicional bandera de los DD.HH. no fue tema en esta campaña. Después de frases históricas como el “nunca más” y los “cómplices pasivos”, los jóvenes frenteamplistas convirtieron los derechos humanos universales en derechos particulares o miles de demandas individuales.
Para alcanzar el poder, esta nueva generación política denigró a la Concertación (“no son 30 pesos, son 30 años”). También inventó su propia transición. Para eso confundieron a Piñera con Pinochet, imaginaron salas de tortura y realizaron velatones en Chile y el extranjero. Los apóstoles del nuevo Chile predicaron contra el lucro y demonizaron lo privado. La diversidad fue reemplazada por la “disidencia”, el arma que usaron para cancelar o anular al adversario.
Promovieron un crecimiento verde turquesa, donde algunos incluso vieron peces jugando fútbol. Escribieron con un nuevo lenguaje (un juez de la República ganaba seguidores con su campaña “todxs contra Piñera”). Y como Chile era la cuna del neoliberalismo, juraron enterrarlo. La memoria es frágil, pero la historia es implacable: bajo este gobierno también se desprestigió la familia y la figura de Allende. En fin, si agregamos los anhelos decoloniales y el feminismo radical, todo esto hoy parece una farsa, una transición de cartón. Otra ironía del dios Jano.
Sin apelar a Freud para entender el fenómeno Ñuñork, es de esperar que esos jóvenes ya no tan jóvenes ahora entiendan y valoren a sus padres y abuelos, artífices de la verdadera transición. Y que esos padres y abuelos de la izquierda democrática reconcilien su chochera de palco con la realidad.
Pero lo más simbólico de la reciente derrota es que Kast, a diferencia de Piñera, votó Sí. De acuerdo con el Censo 2024, solo el 8,3% de la población era mayor de edad en 1973. Tal vez el paso y el peso del tiempo finalmente dejaron atrás la lógica del Sí y el No. Esa vieja bandera de lucha, al igual que los DD.HH., ya no es lo que solía ser.
El contundente triunfo de los Republicanos deja a este gobierno como el puente entre los Chicago Boys y los Guzmán Boys. Guardando las proporciones, el nuevo clivaje político hacia la derecha podría convertirse en una nueva transición. En este tránsito, la violencia social y política sería la nueva bandera. Y su protagonista inesperado, Piñera. Quien fuera culpado y acusado de atentar contra los DD.HH —algunos soñaban con verlo escapar en helicóptero— ahora sería héroe y mártir de esta epopeya. ¿Se imagina, bajo el hechizo del dios Jano, a Piñera como Allende y Kast como Aylwin?
La metáfora del dios Jano admite jugar con las dos caras de la nueva Moneda. Solo cabe esperar que la izquierda democrática no repita su comportamiento. Y que la derecha no se crea demasiado el cuento, esto es, que el pragmatismo prevalezca sobre el dogmatismo, la unidad por sobre las diferencias. A juzgar por las señales que ha entregado el Presidente electo, que viaja y trabaja como si ya estuviera en ejercicio, existe ánimo de cooperación.
Las travesuras de Jano, dios de las transiciones, las puertas y las dos caras, nos permiten elucubrar sobre el pasado y el futuro. Muchos añoramos ese affectio societatis que nos llevó tan lejos. ¿Será capaz la derecha de unirse y darle continuidad al sector? ¿Y la izquierda, de despojarse del fantasma octubrista que embrujó a la Concertación? Ya veremos si el mundo político también se inspira con el espíritu navideño.