Los partidos de centroizquierda debaten acerca de su política de alianzas. ¿Será ese su dilema más urgente?
A no dudarlo, mantener una alianza con el PC y el FA condiciona su voz de una manera que no existe si se liberan de ella. Distanciarse de esa alianza, por el contrario, les restará peso electoral como alternativa competitiva. Todo ello es trascendente. Sin embargo, antes que ello, la pregunta es cual es la voz, el discurso, el relato del sector que se identifica como socialdemocracia o Socialismo Democrático.
El proyecto socialdemócrata fue, por años, suficientemente claro para tener identidad, unidad y salir a la conquista de adhesión ciudadana. Consistió en enarbolar el crecimiento por medio de una economía de mercado, regulada, pero no asfixiada, donde incluso los privados, vía licitaciones, podían llevar a cabo obras públicas; disminución de la pobreza como tarea fundamental del Estado; aumento gradual y sostenido de la igualdad, de las oportunidades y del goce de derechos económico-sociales; profundización de la democracia y respeto a la igual dignidad.
Cuando la obra fue pareciéndose cada vez menos al ideal proclamado y, sobre todo, cuando arreciaron las críticas por los renuncios, los casos de abusos y de corrupción; sus líderes fueron cayendo en el silencio, cuando no sumándose sin matices a la crítica de los 30 años. Se hizo vergonzoso ser partidario de la economía de mercado, ser reformista o defender el camino del gradualismo incremental en los cambios sociales. Todo ello sonaba a inmovilismo neoliberal. La historia de esa afonía ya está descrita y no necesita repetirse. La tarea política no consiste en endosarse culpas; aunque sin asumir la historia se hace difícil enfrentar el único desafío, que consiste en volver a sacar la voz, en volver a tener un proyecto.
Ottone y Walker describían en estas páginas al Socialismo Democrático como un león que se había vuelto herbívoro y desdentado, por lo que ya no cazaba votos. Creo que queda mejor retratado como un león afónico, uno que ya no ruge. No se puede estar en política sin voz propia por temor a producir quiebres; quedarse afónico es el preludio de perder los dientes, la fuerza y la agilidad para cazar votos.
¿Cómo se actualiza ese ideario? ¿Cómo se complementa para responder a los problemas de seguridad, migración y otros que han surgido? Esas son las preguntas que no puede eludir el Socialismo Democrático. Responderlas inevitablemente traerá una crujidera. Sin embargo, el temor a esa conversación franca equivale a no arriesgar remedio alguno para revertir la progresiva agonía.
Los partidos que dieron forma al proyecto socialdemócrata por 20 años han devenido en clientelares, solo que cada vez con menos centros de poder en los cuales colocar a sus militantes; se han transformado en poco más que aparatos electorales, solo que sin la fuerza para formar una coalición capaz de conquistar mayorías. En esas condiciones, es difícil que lideren ellos el único proceso que puede salvarlos; el único que les permitiría renovarse generacionalmente. Seguir en la misma ruta, seguir poniendo las alianzas —por importantes que sean— antes de la identidad, solo deja el pendiente dilema de cuándo estarán bajo el umbral para disolverse.
Si no son los aparatos partidarios los más aptos hoy para enfrentar el desafío, tendrá que ser tarea de personas. Hay una nueva generación de jóvenes que han conocido de las limitaciones y del grado de ineficacia y de impostura política del discurso del Frente Amplio. A esa generación pueden llegar aquellos que ocuparon puestos de poder en los años de la Concertación a relatar su experiencia, de una manera sincera, sin exagerar su épica, limitaciones o miserias. Plantearse ese desafío pasa por asumir que no volverán (volveremos) a ocupar puestos de poder y que el proyecto socialdemócrata solo podrá encarnarlo, con la fuerza que ya no posee, una nueva generación de jóvenes, la que lo teñirá con sus propios tonos, que hoy nos resultan desconocidos.