Hace algunas semanas, Pablo Longueira afirmó que los encargados de conducir el nuevo ciclo político serían los “Guzmán boys”: dirigentes formados en la UDI al alero de su fundador. La frase es reveladora de un hecho fundamental: tras décadas de frustraciones presidenciales, el semillero del gremialismo está ad portas del Palacio de la Moneda. Sin embargo, la paradoja es que el camino no fue construido desde la UDI. Para saber quién es José Antonio Kast resulta indispensable comprender esta historia.
El año 2016, siendo diputado, Kast renunció a la UDI. Según él, a esas alturas el partido había extraviado su auténtica vocación. El problema era doctrinario y político: en su diagnóstico, la UDI estaba convertida en una máquina clientelar, interesada exclusivamente en la conquista del poder. Sin embargo, el proyecto de Guzmán era muy distinto. En el diseño original, la tienda estaba llamada a ser un partido pequeño e influyente. Esto era posible si se conjugaban los siguientes factores: formación de cuadros, cohesión doctrinaria, disciplina parlamentaria y liderazgo incontestado (y esto explica que el Partido Republicano haya sido severo con la disidencia interna: no aparece en el libreto). La convicción de Guzmán era que un partido ordenado y pequeño podía ser más gravitante que una gran colectividad sin unidad, sobre todo considerando que el principal objetivo era proteger la institucionalidad heredada de la dictadura. La UDI, entonces, no fue concebida como un proyecto de masas ni de grandes mayorías: para eso estaba el desorden de RN.
Sabemos que el paso del tiempo desdibujó ese proyecto. El auge del lavinismo y el éxito parlamentario modificaron el plan original, hasta el punto de pensar en un gran partido popular. La coherencia se fue diluyendo, y el partido mutó a algo que ganaba en amplitud todo lo que perdía en unidad. Kast lideró la oposición interna al nuevo rumbo, aunque no tuvo éxito: fue derrotado dos veces en la interna. Este es el contexto que explica su renuncia a la UDI. Su motivación era nítida: recuperar la fuente de inspiración de la UDI, y construir un grupo cohesionado con capacidad de influencia. Ese fue el tono de su primera candidatura presidencial del 2017, donde rozó el 8% frente a Sebastián Piñera. Si la derecha se estaba inclinando demasiado al centro, Kast buscaba presionar desde la derecha. El 2021, Kast aspiraba a llegar a los dos dígitos y consolidar una base parlamentaria. Ocurrió entonces lo inesperado: la candidatura de Chile Vamos se derrumbó y el rechazo más duro al octubrismo empezó a ganar aire. Así, Kast se vio en segunda vuelta sin estar realmente preparado para una contienda de esa naturaleza. El resto es historia conocida.
La paradoja es la siguiente: el Partido Republicano fue fundado para re-crear la experiencia de la UDI noventera; pero, en el camino, encontró una coyuntura imprevista. El poder estaba más cerca de lo que se suponía y el proyecto fue reformulado. En principio, esta es una buena noticia: al fin y al cabo, todo partido aspira a conectar con los anhelos ciudadanos y representar a las mayorías. No obstante, aquí reside la tensión fundamental de la tienda de Kast: no es lo mismo un partido de cuadros con vocación de influencia que un partido llamado a ejercer el poder; no es lo mismo una tienda que le habla a un nicho —a una barra— que una tienda que debe articular mayorías políticas. Esto permite comprender el enorme desafío que, de ganar la elección, enfrentará José Antonio Kast: elaborar una síntesis que incluya todos estos elementos, síntesis que permita darle soporte a su gobierno y responder a las enormes expectativas.
La pregunta es, desde luego, si el gremialismo de pura cepa cuenta con herramientas para un reto de ese calado. La pregunta es legítima, porque hay buenos motivos para pensar que se trata de una doctrina demasiado rígida como para adaptarse a contextos cambiantes. Con todo, llegados a este punto, cabe recordar que nadie fue más pragmático que Jaime Guzmán. El fundador de la UDI tenía unos pocos principios intransables, pero era extraordinariamente flexible a la hora de aplicarlos a circunstancias concretas. Guzmán comprendía cada escenario, y actuaba en consecuencia. Ese fue su talento, que le dio una ventaja hermenéutica insuperable respecto de sus rivales. El ejemplo más ilustrativo es, desde luego, el apoyo a Gabriel Valdés a la presidencia del Senado en 1990. La movida fue audaz y logró modificar las categorías del cuadro político: ese es el tipo de gestos que serán necesarios. En cualquier caso, el Partido Republicano ha mostrado bastante de esto: todos conocemos sus convicciones y su domicilio político y, no obstante, ha sabido reformularse en función de cada contexto. Con todo, el desafío que viene es de otra magnitud y consiste —ni más ni menos— en darle gobernabilidad al país. Todo el talento de Kast, y de sus consejeros más cercanos, habrá de ser puesto al servicio de esta causa. Esto exigirá volver a reinventarse, y dejar atrás todos los modelos conocidos (incluida la UDI). Para construir algo nuevo, será indispensable responder al presente, lo que supone comprenderlo a cabalidad. Como nunca, los “Guzmán boys” deberán estar a la altura de su mentor.