Como han experimentado en carne propia los cuatro últimos gobiernos y sus coaliciones, nada hay peor que quedarse encallado en La Moneda sin un proyecto y una mística convocante, que sea capaz de aglutinar a los propios y hacerse respetar por los adversarios. Todo indica que quienes ingresarán en marzo al Palacio, muy probablemente encabezados por el candidato que lidera en las encuestas, correrán la misma suerte.
Bastó una pregunta informada de una periodista para que, en el debate del miércoles, la consigna estrella de Kast, la más voceada por él y sus partidarios, la drástica expulsión, en poco tiempo, de los más de trescientos mil migrantes irregulares, terminara transformada en una mera invitación a salir del país, a la que se sumó la promesa de decirles a quienes les trajeron que deberán pagarles el pasaje, como si esos existieran, pudieran ser identificados y decirles algo equivaliera a obligarlos.
No es una mala estrategia electoral la de presentarse como líder y gestor del cambio, la de hacer programa con los malestares. Con ella han logrado llegar a La Moneda los últimos cuatro presidentes; pero como las causas del descontento no varían sustantivamente con los cambios de mando, sino que mutan, al modo como suelen hacerlo los fenómenos sociales sobre los cuales el Estado tiene poco control, la misma insatisfacción que les permitió triunfar a los aspirantes de oposición se volvió contra ellos al poco tiempo de haberse terciado la banda. Es que las promesas grandilocuentes cobran su precio cuando carecen de sustancia.
El programa de Kast adolece de ese mal. Es abundante en diagnósticos críticos de la situación actual y en promesas, pero pobre en metodologías para abatir los males que describe. Lo mismo que lo que le ocurrió con la expulsión de migrantes podría sucederle si se le pregunta en qué consiste la estrategia multidimensional para enfrentar el delito, cómo recuperará territorios controlados por el narco, cuánto demorará la construcción de las cárceles que promete; cómo simplificará los permisos sectoriales y ambientales de actividades productivas por la vía de decretos, o logrará más y mejor trabajo.
No se trata de un mal solo de Kast. El fenómeno es una espiral sistémica que viene repitiéndose hace al menos una década. Malos gobiernos son sustituidos por quienes, sin más proyecto que la crítica, encarnan la promesa del cambio, con una estrategia más comunicacional que política.
Los partidos que les acompañan son máquinas electorales desprovistas de la capacidad, e incluso de la voluntad, de articular proyectos nacionales y, por ello, el Congreso tampoco da el ancho. Chile es un país híper presidencialista, porque es enorme el poder del presidente para impulsar, determinar los tiempos y vetar el debate legislativo, pero, entre nosotros, toda regulación de trascendencia debe pasar por el Congreso, y allí se entrampa y entrampará, porque, una vez más, quien gane la presidencia no tendrá mayoría; nuevamente, se encontrará con un órgano desarticulado y poblado de independientes que ganaron su escaño sumándose a un partido que están a punto de abandonar.
La película es ya un rotativo en que cambian las figuras estelares, mas no la trama, la que solo se torna más extrema y populista. ¿Qué distinto podría tener o hacer el próximo presidente o presidenta para convocar y sumar a esas fuerzas diseminadas y dispersas; cuál para lograr algún apoyo de los muchos independientes? Cualquiera sea el resultado del 14, el ganador pertenecerá a un polo, con poca capacidad de articulación. Le restarán las viejas armas de pagar favores con favores, ya sabemos a qué conduce aquello.
Me parece que el mayor acierto de Kast está en haber identificado que detrás de las crisis de seguridad, económica y social que enuncia está la del Estado. A ese acierto, sin embargo, no le sigue un diagnóstico. Denunciar que existe burocracia, improvisación y falta de rumbo es apenas un anuncio de titulares. Achicar el Estado tampoco es un remedio que conduzca a su eficiencia.
¿Cómo le hacemos para tener un Estado ágil y eficiente? Sacar operadores políticos es condición necesaria, pero está lejos de ser suficiente. ¿Quién se animaría a tomar el fierro caliente de su reforma? ¿Bajo qué condiciones? ¿Qué promesas políticas pueden hacer viable pagar los costos de una reforma como esa? ¿Quién liderará la reforma al sistema político? Son las preguntas políticas y las candidaturas no tienen respuesta.
Que no dé lo mismo quien gobierne no habilita a poner esperanzas en algún candidato.