En los tiempos que corren no está de más reflexionar. Para la izquierda dura, el modelo neoliberal es “la bestia negra”. Es legado de Pinochet y siguió vigente durante “los treinta años”. Abomina todos sus componentes: la privatización de los servicios básicos; su focalización en el crecimiento económico, por no tomar en cuenta la calidad de vida de la población más vulnerable; la asignación de recursos y precios por medio del mercado; la liberalización del comercio internacional y la entrada de la inversión extranjera; la disminución del rol del Estado, etc.
Modelo económico que surgió en respuesta a su par denominado Estado de Bienestar, que comenzó a predominar en Chile desde las primeras décadas del siglo XX, implementándose en los años siguientes una serie de instituciones encargadas de la provisión de servicios y prestaciones sociales, con buenos resultados en cierto período. El Estado gerenciaba la economía con el objeto de redistribuir la riqueza, pero se fue traduciendo en incremento del gasto social, el cual llegó a ser exorbitante, mientras el crecimiento y los ingresos se estancaban. Escenario concomitante con alta inflación. Hacia 1970, la situación se hizo insostenible y el Estado de Bienestar demostró ser ineficaz, por ser financieramente insostenible. Panorama que, polarización mediante, sumió al país en la mayor crisis del siglo XX.
De manera que el neoliberalismo —amén de lo señalado— aboga por reducir la intervención estatal en la economía para alcanzar prosperidad, disminuyendo la regulación gubernamental, reduciendo el gasto público y la carga impositiva; combinación que resultó ser más eficiente cuando se aplicó, generando crecimiento. Situación que también conocimos durante los gobiernos de la Concertación. El estatismo de izquierda, como se sabe, no ha demostrado eficiencia, crecimiento o prosperidad en países de América Latina donde ha regido. El neoliberalismo, además, trajo aparejado un cambio de mentalidad, un legado que favoreció la iniciativa privada, motivando a ciudadanos corrientes a crear negocios y con ello lograr ingresos y empleo: las “pymes”. Conducta que tomó cuerpo y propagó una cultura basada en el esfuerzo individual y el mérito propio para alcanzar bienestar (Encuesta UC), que hoy campea en diferentes sectores sociales, con esfuerzos familiares y sobre todo entre la juventud: el llamado emprendimiento, enhorabuena.
Lo que sí debe acogerse de la crítica es que los agentes económicos, políticos y sociales deben asumir que esta concepción de la economía no promueve la obtención de la máxima ganancia posible y dedicarse a atesorarla. El modelo no fue pensado con esa finalidad y se aplica con otro criterio en países más desarrollados, asumiendo una función social que se debe cumplir cuando se alcanza cierto nivel de prosperidad. Verbigracia: realizar obras que contribuyan a disminuir la miseria y pobreza en que viven demasiados compatriotas; crear políticas justas de reparto o establecimientos escolares para dichos sectores, o apoyar a la educación pública, que es esencial, aunque paupérrima, y donde el Estado ha sido ineficaz, como sabemos.